“Es que tú no eres objetivo, te gusta mucho Tarantino“. ¡Cuántas veces habré tenido que soportar esta insensatez! Exacto, así son los gustos, subjetivos. Y a mi, desde aquel baile de Michael Madsen (Mister Blonde) al son del Stuck in the middle with you, en aquella sala B de un ciclo cinematográfico universitario para “culturetas”, Quentin Tarantino me gusta y mucho. Tal vez puedas llamarlo adicción, pasión, amor. Llámame Mister Pink si quieres pero así es.
Como ese arroz que preparas semanalmente y que unos días te gusta más y otros menos, que te has pasado de cocción o te has quedado corto, es lógico que te pase igual con su filmografía (a punto de finalizar si cumple su promesa). Con ésta mucha gente se ha quedado con hambre y ha pedido más sal. Y es del todo entendible. Por si acaso aún no la habéis visto, un consejo: no os levantéis hasta el final. Uno de sus sellos siempre llega.
Pero conmigo, Érase una vez en Hollywood, lo vuelve a hacer. Mantenerme con las retinas y tímpanos bien centrados ante cualquier plano, secuencia o diálogo. Obligarme a disfrutar de una forma de ver las historias, las suyas. Que me gusta, mucho. Insisto. Un refrito continuo que rezuma obsesión por el séptimo arte. ¡Pero qué refrito! Su especial e inigualable forma de homenajear a sus grandes amores. De recordar una época del cine más que particular y de no olvidar aquella noche sangrienta. De hacerte reir a carcajadas para devolverte a la bruta tensión en la siguiente toma. Una banda sonora que podría pincharme en el coche a diario. ¡Y cómo no! Un elenco de protagonistas de lujo con los que muy pocos directores pueden presumir de haber trabajado. Esa locura de cameos infinitos que te dan un pellizquito de tonto y gustoso cariño.
De Leonardo DiCaprio y Brad Pitt ¿qué voy a decir? Quedaría del todo ridículo intentar expresar con golpes de teclado lo que estos otros dos genios son para esta película y para el cine. Ambos elevan el último film del loco de Knoxville a lo divino. “Se salen”, ¡para qué buscar más pomposas descripciones! El primero más ante la audiencia por la palabra, el segundo por los silencios. Majestuosos ambos. Consiguen darle una continuidad difícil a ciertos momentos para llevarte en volandas al acto final. Aquí aparece el Tarantino más reconocible y al que nadie puede discutir. Achtung! No con ello quiero quitar ni un fotograma de mérito al resto del metraje. Todo él es el que te conduce a esta explosión que te hace abandonar la postura confortable que hasta ese momento tenían tus nalgas en la butaca y sonreir, sonreir diciéndote a ti mismo “qué cabrón, lo ha vuelto a hacer”.
Ojalá no seas hombre de palabra, señor Tarantino. Gracias, una vez más.
@disparatedeJavi