Segunda entrega de la nueva temporada de Pesadilla en la cocina y, cuando creíamos que Juanete iba a ser difícil de superar, incluso igualar, llegó Emilio The Hutt y su #PesadillaCueva para ampliar la galería de villanos de las cocinas a las que se enfrenta Alberto Chicote. Aquí la #gilicrónica de un salto al microespacio de un tirano.
El antro de Paiporta, que perfectamente podría haber sido utilizado como escenario para la cantina de Mos Eisley, se nos presentaba de nuevo con la musiquita de “El Cabo del Miedo”, no era para menos. Su dueño, Jabba The Hutt (Emilio) y su esclavo Juan Solo (Carlos) se presentaban ante cámara y nos dejaban muy claro desde el principio que el odio/te aguanto por que no me queda otra era la base de su relación comercial.
Un tipo al que le sudaba la armónica que no vinieran clientes, que los que venían se fueran, que iba bebiendo culos de quintos y rellenando jarras con ellos, que se encargaba de las brasas como un wookiee en una reunión dominguera y con el cerebro bien hidratado, no fuera a ser que olvidara los éxitos de la Pantoja. (Paint it black, Rolling Stones). Uno de esos abundantes ejemplos de gentuza que juega con la vida de los demás sin importarle un santísimo detonador térmico la vida de sus esclavos, que para eso lo son.
Con “I will survive” (Cake) llegaba Alberto Chicote, un temazo bien traído porque iba a necesitar todas sus dotes de viajado culinario para sobrevivir en tal trituradora de basura. Comprobaba antes de entrar la absoluta dejadez que desprendía el local (musiquita de Familia Addams incluida). El tal Juan que daba nombre al negocio dió el pelotazo vendiéndolo en el mercado negro de Tatooine a Emilio. Lo que habíamos visto en las promos se nos confirmaba: Carlos era el único que trabajaba allí echando horas y penurias por 800€/mes. Ni los gamorreanos de la guarida del sapo galáctico cobran menos. “La cueva de Juan la valoraría como una porquería”, se despachaba a gusto con “el perro pachón”. “Un puto guarro” que hacía que su esclavo se llevara la colada del restaurante a casa. Una joyita.
La comanda era de coña en el “parque de atracciones de la mugre” de Paiporta. Básica a más no poder y ni con ésas. Las brasas eran el pilar de lo que allí se podía “comer” y estaban frías como los genitales de un Wampa. Las ensaladas emplatándose a mano descubierta. ¿Lubina o dorada? Pues espera que voy al súper a por ella (como para almacenar algo en la cámara de mierda que veríamos después). Alberto y otros incautos de la mesa de al lado se quedaban como Yoda en Dagobah. Embutidos cortados a hachazos y de Ibéricos los huevos de Emilio, una botella de ambientador rellena de aceite de Ala-X, carne descongelada a chorro de grifo (que sigamos viendo esto manda huevos de Bantha!) … la vestimenta Sith de Emilio al presentarse toda una declaración de intenciones. “¿Cuál crees que es el problema?”, le preguntaba el de Carabanchel … sus respuestas, balbuceos de Gungan sin sentido. Me quedé con ganas de que me contara un chiste de Naboo. Carlos aprovechaba para descargar una buena batería de verdades sobre este figura. Nuestras caras, idénticas a las del chef. “Más problemas que tengo yo, no tienes tú”, llegó Jefe a decirle a esclavo en cocina.
Ni nuestros añorados héroes de La Resistencia vieron más mierda en el triturador de basura de la Estrella de la Muerte que en ese antro. Trapos de porquería, chuletas cortadas académicamente con martillo, más óxido que el caza de Luke al sacarlo del pantano, carne que se reciclaba tras pasar por la basura (ojo, sin pestañear), (Bad Medicine, Bon Jovi) un plato de microondas donde no comería ni el chucho del pueblo, bolsas sobre las que vomitar sin freno, … hacía tiempo que no veíamos una cocina tan repugnante a pesar de estar casi vacía.
El programa se veía obligado a recurrir a la caballería pesada para poder poner aquello en condiciones de un servicio, al menos, higiénico que no decente. Empezaba éste y comenzaban los paseos al supermercado previo recital de piano sonrojante: “tenemos un poquito de trabajo, pero bueno, paciencia, no?”. Sin hielo, viajecito. Dos bolsas, para qué más. Sin lechuga, vuelta. Trae pescado. Se la pela. ¡Ah, y mira que se no queme la carne de la brasa! Uno ofrece lubina, el otro desmiente la dorada. ¡Qué desastre de todo! Y entonces descubríamos el por qué de Carlos para aguantar a semejante sinvergüenza. Un drama que viven más de los que creemos. Brutal. Pero a su jefe Jabba le daba por tocar la armónica y seguramente mas de uno nos preguntábamos por la fuerza exacta a emplear para introducir analmente dicho instrumento por el esfínter de un Hutt. Los clientes no esperaron a ello y desfilaron para no volver nunca máis (temita de fondo). Desastrazo supino.
Al día siguiente quedarían todos para ver “la disparatada forma de llevar el negocio“. Todo sin recoger de la noche anterior, claro. La tensión que se respiraba se hizo más que visible. El jefe tocando los huevos sin cesar: “¿cuentas bien las horas?” … valiente cabrón (explotamos todos), ya me presentaréis a quien, en su sano juicio y en un infierno semejante, no sabe los minutos que pasa en él. La escena fue lamentable: “te rompo la cabeza, el morro, la boca” y el Hutt con la sonrisica … todo estallaba y Alberto Chicote se enfrentaba a un segundo round tras la semana pasada. “Cuenta con mi compromiso … hasta que pueda” … traspasarlo, balbuceaba Emilio.
Para el siguiente servicio la venganza estaba servida. El peor que hemos visto en muchos programas. Habría cambio de roles para disfrute de Carlos. Un buen bañito de humildad (Long before R&R). Enseguida veríamos los resultados esperados. Aceptar órdenes, mal. Gestionar cocina, mal. Ser incapaz, sin duda. Todo a la velocidad de un Jawa borracho. Y la sala, repleta. Que yo no rallo tomate. Llegaba ayuda de sus extras, Ascensión y Nando, organización la que tengo aquí colgando. Pan requemado al que no le “pasa naaaaaaá”. Carne al punto que me salga de la brasa. La estampida de clientes ya no tendría freno hasta que Emilio tirara la toalla ante los atónitos que aún estaban sentados. Lamentable. “3/4 años peleando”, decía. Si ése es su concepto de “pelear” … ¿serviría esa cura a presión de realidad?
En un arranque de empresario españó decía al día siguiente que le había hecho un contrato de 40 horas reconocidas, subido el sueldo (a saber cuánto!), disculpas mutuas con lengua mordida y buenas intenciones que al final de programa conoceríamos dónde acabaron. Por primera vez, Emilio abría los ojos al ver la reforma. Los créditos galácticos se le veían en la cara. ¡Cuántos ejemplares como éste han pasado por el programa! (The Triangles). La cueva dejó de serla. Luz, limpieza, equipo de cocina nuevo y, por supuesto, una carta apetitosa, atrayente. Al frigo de nuevo. Y no se le ocurre otra cosa al ceporro que tocar “el Titanic” … “muy bien traído”. Al único que realmente vi ilusión en la mirada fue al pobre Carlos. Hasta en eso estaba SOLO.
El último servicio siguió el guión establecido habitualmente a ritmo de Iggy Pop. De la hecatombe a, al menos, sacarlo. Eso sí, no sabía lo que era el tomillo pero fijo que otras hierbas sí. Esos momentos de descontrol en el que se masca la tragedia son momentos de montaje impagables. Una pequeña dosis política de pueblo de por medio, unos aplausos del personal y un Emilio crecido ante su público echaban el cierre a otra entrega de Pesadilla en la Cocina que, por primera vez que recuerde, colocaba un rótulo en el que dejaba claro que el local cambió de dueño tras la grabación. No se intuía en su mirada, no.
“Que no se convierta la cueva en una guarida”, se despedía Alberto Chicote. Y yo no podía dejar de pensar en Carlos. Ojalá su situación haya cambiado para mejor. Un tío que demostró querer currar, ganarse la vida, ser honrado, cuidar de su familia. Tampoco es pedir rarezas, ¿no? “Chicote vuelve”, se despedía cantando el buen vecino de Paiporta. Nuevo programazo de Pesadilla en la Cocina. Seguimos queriendo más. Ojo al nombre del próximo micro planeta que visitará nuestro piloto de cocinas: “El jardín del pensamiento”. No sé a vosotros pero a mi ya me entra una risi.
@disparatedeJavi
(cartel by @ebarrera_)