“La venganza es un plato que se sirve frío“. Así comienza Kill Bill, la obra que devolvió a Quentin Tarantino a primera línea de admiración tras el fiasco (en cifras o críticas, no calidad) que supuso Jackie Brown. Hay otros muchos dichos, proverbios o refranes sobre el principal objetivo de Beatrix Kiddo, Mamba Negra, pero el director escogió la que incluye saborearla, disfrutarla. Como una buena comanda.
Y así es el camino del chándal amarillo más sensual que se ha visto en una pantalla (sin menospreciar al gran Bruce Lee). Un menú degustación de cinco platos, todos ellos distintos, con emplatados diferenciados y de sabores únicos a pesar de elaborarse con una misma base.
Aperitivo de bienvenida: Vernita Green (Cascabel). ¿Y dónde se produce el primer enfrentamiento a muerte de la película? En la pequeña cocina de su casa en Pasadena. La experta en armas blancas del Escuadrón se bate en duelo con un “francés” (picador) mientras que su rival se defiende de primeras con una sartén. Tras una leve pausa por la llegada de su hija, ambas se dan un respiro para tomarse un café y preparar los cereales de la pequeña. Podrían haber charlado igualmente sin necesidad de incluir elementos culinarios pero no, Tarantino nunca se resiste a ello.
Entrante. Antes de ir a degustar la venganza oriental, Mamba Negra viaja a Okinawa en busca del Maestro Hattori Hanzò. ¿A qué se dedica este jubilado en el arte de la guerra? A regentar una pequeña izakaya donde preparar sushi. A través de la, posiblemente, escena más cómica de los dos volúmenes, se presenta la relación Maestro – Aprendiz. El segundo solo puede servir las bebidas, algo que el Itamae no hace. Como el que no quiere la cosa nos muestra la diferencia de status en la cocina. La importancia de la disciplina, el esfuerzo y la dedicación para subir en esa escala tan rígida. (Y ya puestos os recomiendo que echéis un rato con Jiro Dreams of Sushi de Netflix). Un recordatorio: el sake se sirve y toma tibio. El paralelismo entre el arte de preparar sushi y su visual ceremonia trasladado a la forja y entrega del arma del samurai es evidente. Al menos para el loco que teclea. Beatrix consigue su katana. Cambia los cubiertos para disfrutar del grueso del menú. Los platos fuertes.
Primer Plato: O-Ren Ishii (Cottonmouth). Sin salir de la tierra del Sol Naciente Tarantino nos sirve la primera gran elaboración del menú. ¿Y qué lugar escoge? Un club nocturno llamado “La Casa de las hojas azules” donde la próxima víctima y su séquito de desequilibrados se reúnen para cenar. Antes de la espectacular masacre, el director nos deja otro recadito culinario: el de uno de los 88 maníacos pidiendo cuatro pizzas de pepperoni que, por supuesto, no están en carta pero que él, repleto del poder que le da servir a la jefa de la yakuza, cree tener derecho a exigir. “El que paga, manda” o “el cliente siempre tiene razón“. Lacra cerebral. “Solo piden tonterías”, confiesa el pobre Charlie Brown. La de veces que se habrá repetido algo similar en las cocinas de nuestros restaurantes. Aquí termina el maravilloso volumen 1. Un año aproximadamente dejó pasar para digerir esta primera parte de la comanda.
Segundo y tercer plato: Elle Driver y Bud. A los personajes más detestables y odiosos de la antigua pandilla de La Novia les prepara una degustación en mesa a parte. Si con el anterior plato nos sienta ante mantel y servilleta de tela, con estos dos nos lleva a un mercado callejero sucio, despreciable, insano, mostrándonos la vileza de ambos personajes, sobre todo, de “Crótalo de California” que recurre precisamente a la confianza que da el sentarse ante un buen plato para usar su veneno y matar a Pai Mei. En toda comanda hay altibajos.
Postre: Bill. Toda ese preciosismo innato oriental alcanza su máximo esplendor cuando otro de los ingredientes olvidados y rescatados (David Carradine) hace su aparición (*nota: Warren Beatty fue la primera elección). La escena en que prepara ese sandwich de queso, jamón y mostaza es sencillamente maravillosa. Parsimonioso, controlando los tempos, leves lametones a sus dedos impregnados de salsa y el movimiento del cuchillo, tratando ese emparedado como si de un producto gourmet se tratara … puro arte. Una mise en place perfecta, ordenada, práctica que consigue relajar de un modo magistral la tensión con la que supuestamente llegamos al final. Consigue que nuestro nivel de desconfianza baje a niveles mínimos. Todos bajamos la guardia al sentarnos a la mesa. Un lugar donde relajarse y disfrutar de la comida y compañía. Como así pasa en esta escena, preludio del petit four que cierra estos dos volúmenes. ¿Qué es una comanda sin un inolvidable postre que la cierre?
Petit-four y licor digestivo. Uno de esos diálogos en los que Tarantino es un jodido experto. Sentados a la mesa repasan todo lo que hemos degustado pagando la cuenta con los Five Point Palm Exploding Heart, de nuevo el número 5. Un final perfecto para un menú degustación inigualable que termina con la paz placentera que te inyecta un buen servicio.
Kill Bill es una ración de hamburguesa doble. Rico, sustancioso y sostenido, a la vez que una grasienta comida para niños, un burrito relleno de una ración extragrande de patatas fritas con chile y bien aderezado con kétchup, sal y queso.
(Elvis Mitchel, The New York Times)
Cada uno ve lo que quiere ver.
@disparatedeJavi