Corría el año 2007. Tras el exitazo de los dos volúmenes de Kill Bill, Quentin Tarantino decidió darse un homenaje a sí mismo. A hacer lo que una noche de cervezas y cine en casa con su íntimo Robert Rodríguez inspiró. Un pase doble grindhouse de auténtico disparate. Un paréntesis de I+D de 3 años para emplatar un refrito al gusto de muy pocos. El cine exploitation, lo más parecido a una franquicia de comida basura, rápido y barato, no era algo conocido ni cocinado para todas las retinas y paladares. Aún así, en Death Proof, masco paralelismos gastronómicos. Marinados que solo un loco ve.
Su propio slasher. Una road movie de terror en la que rinde homenaje a los especialistas de cine (¿qué papel interpreta Brad Pitt en su último film?) cuyo trabajo fue olvidándose con la inmersión de los efectos a base de gigas y punteros. De nuevo se propone rescatar ingredientes perdidos a la hora de presentarnos su receta. No solo en la persona de Kurt Russell (Especialista Mike) sino en el de un colectivo sin el que el cine no hubiese sido nada. Como ocurre desde algún tiempo hasta ahora con la sala en el mundo gastronómico. Todas esas personas que no aparecen en las fotos y focos pero sin los que ese restaurante no sería nada. Ese personal que nos ha hecho felices a todos sin más mérito que el de un trabajo bien hecho. La sala, el equipo, las piezas.
Me atrevería a decir que más de la mitad de la cinta transcurre en bares o cafeterías en los que, como si de una reunión previa al servicio se tratara, las protagonistas de las dos partes diferenciadas de la película, van presentándonos poco a poco el duro trabajo que tienen en los minutos de metraje venideros.
Y dentro de las funciones de un buen camarero está conocer y servir cócteles de todo tipo. “Comida mexicana y margaritas”, ése es el simple objetivo que se marcan Jungle Julia & friends. ¿Dónde ir nada más empezar para ir conociendo a los personajes? A comer y beber al Texas Chili Parlor. En esos más de 30 minutos, como el que no quiere la cosa, nos da un curso avanzado de coctelería deslizando nombres de bebidas y cócteles a bocajarro: Bombay Sapphire, Wild Turkey. Piña colada, Jägermeister (antes de que todos los festivaleros lo conocieran), Margarita Cadillac … al fin y al cabo lo que realmente es esta película, una mezcla de géneros bien agitados en la coctelera craneal de Tarantino. Y como buen preparado, nunca al gusto unánime. Un plato incomprendido como si de un “León come gamba” se tratara.
Si en Kill Bill ese maravilloso sandwich final ilustraba la intrínseca ceremonia respetada en ambos volúmenes, los nachos que devora el jodido Especialista Mike en la barra son el mejor reflejo de lo que a continuación degustamos. Un plato grasiento, sabroso, repugnante al diseño, perfecto en boca. Su forma de degustarlos, espejo del rodaje. Algo que no puedes parar de comer aunque sepas que no te va a sentar muy bien. Adictivos. Recurre de nuevo a uno de los instintos primarios del humanoide para explicar de qué va esa idea que surgió de cervezas con R.R.
¿Quién no ha pagado alguna vez la cuenta pensando … “vaya mierda pagar por esto”?
Verás, Quentin, hasta ahora te ha ido muy bien. Ha sido como jugar sin que hayas tenido que pagar por hacerlo. Hoy te ha tocado pagar.
(Spielberg. El diablo sobre ruedas, 1971)
Su siguiente emplatado tardaría dos años más en llegar. Y lo hizo a lo grande. Con la experiencia que te da haber servido sin pensar en el cliente. La semana que viene … Malditos Bastardos. Volved a verla y lo comentamos.
** Si ya en sus anteriores películas tenemos claro que Tarantino tiene una ligera obsesión por los pies femeninos, en Death Proof queda demostrado que es algo digno de diván.
@disparatedeJavi