Ya pasó. Para unos y otros, los cuartos de final de la Champions League ya pasaron. El Real Madrid y el F.C. Barcelona recibieron una buena dosis de humildad, trabajo, esfuerzo y fe de manos de las dos grandísimas escuadras contra las que sufrieron. Los primeros, para pasar en el último segundo con un penal que muchos seguirán discutiendo con una bufanda en las retinas. Los segundos, para comprobar como una planificación deportiva lastimera siempre, siempre pasa factura.
La preparación de la bochornosa salsa que tuvieron el placer de degustar blancos y culés comenzó picando unas cuantas anchoas: en el caso de Valverde, formando una pasta espesa en su centro de campo incluyendo alguna que no estaba en perfecto estado como Busquets y otras con demasiadas espinas para la ocasión, Sergi Roberto. Zidane, sin embargo, optó por cambiar de marca y proveedor y decidió darle la enésima oportunidad a Bale de demostrar que no sirve ni para aliñar una ensalada. Modric lleva un tiempo demasiado rancio.
Ambos entrenadores picaban el ajo sin preocuparse de retirarles el “corazón” para que no repitiera. El Barça planteó una defensa del resultado de ida sin balón y sin posibilidad de contras. Los cuatro de atrás aún tienen náuseas con el aliento de Dzeko. El Real Madrid creyó haberlos preparado en una fina brunoise pero se dio cuenta en el minuto 1 que si entras en cocinas pensando que el servicio va a ser fácil acabas pidiendo Alka-Seltzer. Nunca pensé en echar tanto de menos el virgen extra de Ramos. ¿Y los tomates? Tampoco tuvieron ojo para saber cuáles son los más eficientes para cualquier salsa. Los de Valverde, rígidos al corte y harinosos por dentro. Los de Zidane, pasados de madurez y muy caros para dar la talla en un sofrito como éste.
Fueron los romanos y juventinos los encargados de traerles las alcaparras y aceitunas y poner un toque de vinagre excesivo para las aficiones rivales. Pusieron la alegría, pasión, ilusión y esfuerzo que hay que poner en fogones para que la salsa quede en su punto de éxito. Incluso no olvidaron añadirles la cantidad perfecta de pecorino para que a Real Madrid y F.C. Barcelona se les hiciera muy dura la supuesta degustación sin problemas que tenían pensada en sus recetarios. El árbitro de anoche calculó exactamente los gramos de sal y Cristiano finalizaba la elaboración con la pimienta al gusto de unos pocos. Messi y Suárez se diluyeron como la mantequilla untuosa que emulsionó la Roma.
La guarnición para esta salsa es distinta en cada bando. Por un lado, los culés, lejos de hacer autocrítica y asumir el escandaloso espectáculo que dieron en el Olímpico, rellenan sus páginas de diarios deportivos con palabras como “robo” o “escándalo”, olvidando episodios pasados y las carencias de su equipo de cocina. Ya sabemos que la memoria en este país va por arranques de rabia. De otro, los blancos defienden la decisión arbitral maquillando igualmente el bochornoso emplatado servido con espuma de sufrimiento ya pasado. Eso sí, no sé a vosotros, pero a mi me resulta capsaicínicamente cachondo que tanto culés como juventinos hablen de decisiones arbitrales. Podéis preguntar en Italia. O en Londres y París.
Las semifinales esperan para los que supieron digerir a tiempo la putanesca. Espero lo hagan preparándose para una buena kartoffelsalat o fermentarse sin remedio en una Worcestershire. Habrá que tener el estómago preparado a prueba de posibles compensaciones.
A los otros, una Copa del Rey más envenenada que nunca.
(Foto portada: LaVanguardia)
@disparatedeJavi