Junto a Death Proof sea posiblemente la película menos vista y/o recordada de Quentin Tarantino. Jackie Brown (1997) tenía la difícil papeleta de mantenerse a la altura de las siempre traicioneras expectativas del cinéfilo. Más si hablamos de hordas de fans del director que más fuerte golpeó la puerta de la industria en la década de los 90.
A los pocos minutos de comenzar el film aparecen Robert De Niro y Samuel L.Jackson (Louis y Ordell) en casa del segundo. Mientras chascarrean viendo anuncios de armas y lencería fina, aparece Bridget Fonda (Melanie) jugueteando con su desayuno mientras clava sus retinas en el invitado de su chico. Pura sensualidad gastronómica. Obsesión (y guiño) por los pies de la chica del jefe a parte. Es imposible negar el gran contenido sexual que puede albergar un buen festín rodeado de las circunstancias adecuadas. Que se lo digan a Mickey Rourke y Kim Basinger en el clásico pajeril por antonomasia de Adrian Lyne. Aunque personalmente prefiero Atracción Fatal. Pero ésa es otra historia.
Ordell recibe una llamada telefónica de uno de sus empleados, Beaumont. Lo ha trincado la pasma. El traficante ya sabe qué debe hacer pero ¿cómo convencerlo para que salga de casa de madrugada y bien colocado cuando se planta en su puerta? Con comida, con un suculento menú del Roscoe´s Chicken & Waffles. La comida, el estómago es una de las formas de conquista más utilizadas desde que el mundo es … mundo. ¡Cómo le gustan las franquicias de comida basura! Como buen norteamericano deja siempre su granito publicitario de alguna de estas fábricas de calorías grasientas.
Incluso percibo cierto aroma y paralelismo culinario en ese rescate de actores y actrices desaparecidos. Algo similar a lo que pasa continuamente en el mundo de la cocina. Recetas y productos olvidados que cada cierto tiempo vuelven a la mesa de trabajo del chef y congreso en cuestión. Valores aparcados del recetario que regresan en un momento determinado debido a escasez de ideas u originalidad.
Llega el momento en que el fiador y su nueva cliente se conocen. Flechazo instantáneo. ¿A dónde van nada más salir de la cárcel? A un bar. Soy yo o viene al pelo la pregunta de ¿qué será lo primero que hagáis cuando acabe este confinamiento vírico? La gastronomía como forma de escape, de disfrute, de olvido, de celebración. De intimidad, de conspiración en la sombra. No en un parque dándole de comer a unas cuantas ratas del aire. No en una sala porno impracticable. O en un museo de ciencias rodeados de grupos de colegiales. El bar, todos tenemos uno como centro de distintas operaciones.
Tarantino se permite incluso cachondearse de la “descarga” de los culturistas y flipados de la tensión arterial justo antes de que Louis y Melanie practiquen sexo cómico.
De vuelta a otra franquicia, Teriyaki Donut, esta vez inventada y la que ya aparecía en Pulp Fiction. ¿Sabéis decirme dónde? En su cerebro crea un maridaje hilarante entre gastronomía japonesa y prácticas policíacas poco saludables al mismo tiempo que integra en SU universo su propia cadena alimenticia.
Tampoco le sirve el despacho del agente federal Ray Nicolette (Michael Keaton) para terminar de urdir el plan para atrapar al villano. Con el estómago lleno se piensa mejor. Se logra la confianza del que no la presta.
¿Y cómo termina esta infravalorada (¡cada vez soporto menos esta palabra!) película? Jackie le dice a su agente de fianzas no correspondido que piensa ir a España, a Madrid y la respuesta de Max Cherry es “he oído que no cenan hasta media noche“. Tal y como hiciera en su anterior obra vuelve a recurrir a la gastronomía como elemento diferenciador entre culturas.
“Tal vez mi culo esté tonto pero no soy tonto del culo“
(Ordell Robbie)
La semana que viene, capítulo 4 de las #gilicrónicas gastronómicas de Tarantino, Kill Bill. Ya veremos si unificada o por entregas.
@disparatedeJavi