“Sí, sí, sí, la Décima está aquí” fue el cántico más repetido la madrugada del sábado. Tras doce años de sequía y obsesión compulsiva, el Real Madrid supo sobreponerse a un mal arranque y terminar pasando por encima de un rival muy castigado físicamente por el nivel de exigencia que auto impuso Diego Siemone a lo largo de la temporada. Gran partido repleto de emoción que encumbró el fútbol español ante el mundo.
No me equivocaba mucho en mi previa cuando decía que resultaría a ratos un partido aburrido. Al menos, hasta que mi querida “Cabra” decidió rectificar SU once y sacar al, posiblemente en la actualidad, uno de los tres mejores laterales izquierdos del mundo, Marcelo, y a ese chaval malagueño que en MI equipo, jugaría por DECRETAZO: Isco Alarcón. ¿Tan difícil es colocar a los jugadores en su sitio?, me preguntaba el sábado contemplando el galimatías técnico que planteaba, una vez más, el italino y su “equilibrio” inexistente. Sacaba a Coentrao por su (todo hay que decirlo) extraordinario final de campaña. Pero todos sabemos que, estando Marcelo en forma, el luso debe ocupar uno de los asientos del banquillo. También tiraba al campo a Khedira (muchos se sorprendieron). No hubiese sido mala elección si el equipo hubiese jugado, como he reclamado en tantas ocasiones, con el sistema acorde a sus cromos: el 4-2-3-1 y no ese 4-3-3 engañoso que se convierte en 4-4-2 cerrojazo a la hora de defender. En aquel sistema, sí tiene cabida el germano. Pero en la mente de Carletto, no. Por tanto, si pierdes a un pilar del centro del campo como es Xabi Alonso (qué carrerita por la banda!) y metes a Sami, es EVIDENTE que estás perdiendo toque y pase de balón. Insisto, EVIDENTE.
Por su parte, el “Cholo“, tampoco rectificaba mucho a pesar de que algunos “medios” presumieran de haber descubierto que cambiaba y ensayaba sistema plantando un trivote. Excepto por la lesión de Arda, la alineación también estaba clara. Pero se equivocó. Y se equivocó por no respetar ese principio sobre el que tanto ha insistido a lo largo del año: puso a un jugador que no estaba ni al 50% por mucha placenta de yegua que le inyecte una doctora con rostro desequilibrado. Eso sí, sigue siendo un EQUIPO que “Saben a qué quieren jugar, saben cómo hacerlo y lo más importante, lo hacen”, y se dejaron el alma, los tendones y las espinilleras rivales en ello. Innegable el mérito de los colchoneros. También contaron con el arbitraje europeo. Raúl García, en otro lares, hubiese enfilado camino de vestuarios. Gabi (para lo bueno y malo) pletórico y Villa en una segunda juventud aguantando balones.
Pero esto es fútbol y cada uno juega sus cartas, si le dejan. Y así lo hizo el Atlético hasta que el portero que tantas alegrías y títulos ha dado al Real Madrid (y a la Selección) nos mostró una nueva variedad de salto de la rana (coja) para dejar que su vecino se adelantara con uno de los goles más estúpidos que se recuerdan en una final así. Era lo que querían, lo que deseaban. Ya lo tenían. Pasaban y pasaban los minutos. Empezaba la segunda entrega de 45 minutos y fue en el 60 cuando Carletto, decidió echar la leña que tenía guardada no sabemos para qué estación del año. El devenir del encuentro, como sabemos, giró radicalmente. Di María (MVP de la final) y Marcelo se pusieron el pijama de las grandes noches y aprovecharon el bajón físico de la banda de Juanfran. Bale, otro calco. Tras la marcha de Filipe Luis, le mostró al belga Toby cómo se galopa y mientras que él se alzaba para el 2-1, su marca caía al suelo como saco de patatas. Lo que vino después, también lo conocemos. El cuarto gol de Cristiano Ronaldo (apagado por el sistema encorsetado del italiano que no le deja espacios para correr por banda) sobraba. No hacía falta tanto castigo.
Sergio Ramos salvó la posaderas de su amigo Iker (como se demostró) y su cabezazo (impecable) en el minuto 93 ya está grabado a sangre y fuego en las retinas de todo madridista. La Décima volaba hasta Madrid, pero a Chamartín. Enhorabuena a ambos equipos.
El único punto negro de la final lo pusieron Varane y Simeone. El primero, pecando de juventud y nervios, lanzó el balón (rasito y flojito) al técnico argentino que revivió sus “mejores” momentos como jugador. No estuvo bien, sin duda, el gesto del francés, pero el espectáculo de enajenado que nos brindó el diplomático a tiempo parcial, tampoco. Si hubiese llevado una elástica de juego, habríamos pensado que el Condensador de Fluzo se activó sin querer y habíamos “vuelto al futuro”.
De un modo u otro, PARTIDAZO. ¿La undécima? La maldición de la Champions se la niega a los blancos el año que viene. ¿Será realmente el momento de que el Atlético vuelva?
Ahora, toca Mundial.