Mi primer contacto con la obra de Bong Joon-ho fue la adaptación de la novela gráfica “Le Trasperceneige” (Snowpiercer) de la que quedé perdidamente enamorado. Años más tarde, y gracias a Netflix, disfruté de la maravillosa “Okja“. Aún hay muchos incautos que solo disfrutan del cine dependiendo del pasaporte del director o productor. Allá ellos. Aquí la #gilicrónica del cierre de mi particular trilogía surcoreana con Parásitos, la triunfadora indiscutible de los Oscars 2020. SIN SPOILERS.
¿Por qué hay que ver sí o sí esta maravilla? Por infinidad de motivos. Si jugáramos a escribir cada uno de nosotros una razón por la que verla estoy convencido de que las respuestas serían tan dispares como la filmografía de Jeremy Irons.
Parásitos cuenta una historia y no de fantasía creativa (que también). Supervivencia, inconformismo, lucha y brecha infinita de clases, de intereses. Alegre, cruel, familiar, terrorífica. Pasamos de la sonrisa al sonrojo. De la tranquilidad al sobresalto. De la comedia al drama. De la ficción a la cruenta realidad. Reímos, suspiramos, nos sorprendemos, pensamos. Imposible encasillarla en un solo género. Me es indiferente que los expertos la tilden de thriller.
Una historia de personajes, de familia, de política, de economía. De la puta vida real. De tradición, de futuro incierto para unos y bien guionizado para otros. De tener suerte, buscarla o sentir su rechazo por más que lo intentes. De búsquedas, olvidos, de esa mentira imparable que absorbe los corazones de esta cada vez menos humanidad. Identificable en cualquier esquina de tu ciudad. Mucho más cercana y verídica de lo que podrías pensar si estás sentado sobre un cojín de comodidad social. De cuatro personas con talento pero sin padrino. De algo que solo incomoda a algunos y es terriblemente horrible para otros como puede ser la lluvia. Y así con todo.
De salir del agujero. Acariciar la salvación. Algunos tendrán su mueca del karma. De vivir rodeado de plagas a convertirte en una sin ser capaz de verlo ante tu espejo. Sin juicios, éstos los deja al espectador. Tú decides si hay malos o buenos a ratos o al finalizar. De cómo los sentidos pueden hacerte un flaco favor a la hora de sentenciar. Del olor como signo distintivo y detonador. Un olor imperceptible cuando todo va bien.
Juega maravillosamente con los silencios, miradas. Hay momentos en que puedes sentir realmente lo que invade a cualquiera de los protagonistas. Te agarra bien fuerte desde su inicio y no te suelta ni siquiera una vez acabado el visionado. Instala un parásito en tu mente (si es que aún te funciona correctamente). De reir por muy mal que vengas dadas.
Porque el cine es, posiblemente, el instrumento más efectivo a la hora de la denuncia social y Bong Joon-ho lo utiliza a la perfección. Así lo veo, palpo y acaricio en estas tres películas aunque sea en esta última donde logra cuadrar su círculo. Inevitable me ha sido no ver ribetes tarantinianos durante todo el metraje como ha afirmado el director. Aún mejor. Para eso están los maestros, para aprender y rendirles homenaje.
Ya podéis estar haciendo hueco en vuestra apretada agenda para ver Parásitos. No olvidéis vuestro entorno, prójimo y retirar de vuestras retinas esa persiana de buen rollismo que os rodea. Tal vez vuestra vida sea sencilla pero no es la única.
@disparatedeJavi