La noche de estreno había empezado muy fuerte con #PesadillaNémesis pero no fue nada con lo que nos esperaba en la versión #disparate de “Los Pollos Hermanos” en Mataró. Helena y su marido, Miguel, se habían gastado 190.000€ en montar “Don Súper Pollo” cinco meses atrás acumulando en ese período una deuda mensual de 12-15.000€. Bienvenidos a la #gilicrónica de #PesadillaDonPollo.
Si la anterior crew nos hacía reir, la de este garito nos iba a poner al borde de la paciencia para mal. Antonio, el jefe de sala era el “mentiroso compulsivo” según sus compañeros. Julián Poyatos, “o es tonto o se lo hace“. La duda la disolveríamos más tarde. Y a los mandos de marear los pollos, Miguel, el suegro. Una relación amor-odio la que mantenían todos los que por allí pululaban con “mucho miedo de perderse los unos a los otros“. Un auténtico a polvorín lo que allí se escondía … de todo, menos pollos. ¿Os suena?
Con “My generation” de los Who, Alberto llegaba al lugar, junto a una gasolinera (me suena esto …) y, sin avisar, pasaba por la zona “Autopollo” donde ni había carta, oferta ni persona que atendiera al timbre. Eso sí, una ventana con telarañas indicaba que pocos vecinos se aventuraban a pedirse un pollico dominguero. Enseguida entenderíamos por qué. Tras un rato de espera podía pedir su medio pollo con cubiertos. Empezaba el tráfico de incongruencias. Al asador de pollos le jodía que pidieran medio, a la jefa, también. Ésta ya estaba calentita tras haber tenido la primera del día con Poyatos que decía que si no había entrecots era por culpa de la fémina con mando justo antes de descubrir que sí estaban. Antonio salía a entregarle su pedido al Chef y le decía que si quería comer pollo que se lo comiera con las manos que allí no tenían cubiertos de plástico. 10,50€ por un pollo entero que nunca llegó. Al catarlo vio como efectivamente tenía la mitad pero la cuenta era por el ave enterita. ¡Qué listaco! Eso sí, el pollo estaba rico.
Aparcado el vehículo, entraba y conocía a Helena con la que intercambiaba unas primeras impresiones mientras, de fondo, se escuchaba a su suegro cantar “Perdóname” con toda la sarna que se imagine. Ésta nos informaba de que se peleaba con todos, no solo con ella, y aprovechaba para trasladarnos su curriculum: “directora de otros restaurantes”, no sabemos cuáles y la curiosidad ya nos alteraba el riego puesto que, acto seguido, me dejaba sin pestañear al conocer su horario: de 9 a 15 horas, no fuera a sudar. Eso sí, a la hora de recordar que su marido estaba perdiendo pasta a diario, soltó sus primeras lagrimilllas de la noche.
Alberto se sentaba a la cata no sin antes reclamar sus 5,25€ por el timo anterior. Antonio se quería hacer el gracioso con la pequeña estafa pero no colaba. Boletus que resultaron ser champiñones, croquetas de la abuela pasables, “pescaito” frito que era solo boquerón CONGELADO (literal), unos callos a la madrileña … ¡con garbanzos! y una carrillada de cerdo que también podía aprobar. Con razón cuando el chef le preguntó si había algo que dijera “hostia, esto tienes que probarlo“, el bigote de Antonio pareció postizo. El pescado fue devuelto a cocina por no estar “ni medio bueno” pero, lo que ya nos puso con las orejas como un zorro del desierto, fueron los callos. Primero Poyatos tuvo los santos cojones de discutirle a un madrileño (y cocinero!) que llevan garbanzos. Aunque, esto, quedó en el olvido cuando supimos que llevaban ¡4 meses hechos! ¿Cómo se puede ser tan mal nacido? Esto ya me altera. Poyatos me alteraba. Solo sabía echarle la culpa a los demás y evadir cualquier responsabilidad de todo lo que pasaba en la cocina de la que supuestamente era jefe. Señor terrorista, responsabilidad es coger esos putos callos y tirarlos a la incineradora. Entonces el suegro veía la puerta abierta y empezaba a dejarnos las cosas aún más claras: “la gente no viene por tu comida” … “ni se lava las manos cuando …” (censura!) … “Vamos a parar!!“, espetaba Chicote con el “Paint it black” de los Rolling recordando aquella serie de Vietnam “Camino al infierno”. Así se despedía hasta el servicio … con una gota de sangre cayendo por su frente sabedor de lo que le venía encima.
Puntual entraba el chef y se encontraba con que Helena, esa mujer que decía padecer de ansiedad continua por la situación, no portaba por el negocio ni festivos ni fines de semana. Muy lógico, sí. El suegro ya advertía que cuando no estaba ella aquello “era un puticlub” mientras sujetaba con los dientes un palillico que se había caido de uno de los pollos que continuaban mareándose. Alberto suspiraba y se metía a inspeccionar la cocina. Allí encontraba salsa romescu en botellas de plástico, conejo sin tapar en las cámaras, un trozo de tortilla que podría haberse ido corriendo, la nata … mejor no hablar de ella … un no parar de preguntas y reproches que recibía Poyatos hasta que se revelaba con un “ahora que estoy en faena, estate quietecito” o “la culpa es de ella que es la que limpia las cámaras“. Así ante la exigencia incesante del Chef el tio se desmarcó con un “qué pasa, soy Dios?“. No, eres lo más lejano a una deidad.
Mientras tanto, en la sala se devolvían unos canelones congelados: “pues están fríos, a cualquiera le puede pasar“, seguía Poyatos en su mundo apaleable, aún más cuando le reprochaba a Alberto “tú eres muy listo, eh?“. Una pareja se desesperaba en la zona take away y el amigo Julián, al ver que se le había quemado un poco el gratinado de uno de los platos, con sus dos cojones y la anchura de Castilla en su esfinter, le quitaba la capita de queso con las manos. El caos estaba subiendo de nivel a cada segundo y Miguel llamaba a su hijo de urgencias. Al rato aparecía el matrimonio astigmático y soltaban un “¿Qué tal?“. Joder, qué tal, decían. Chicote se los lleva a parte y les cuenta toda la movida y ellos suspiran diciendo “son muy mentirosos, todos“. Sin duda, chata, pero tu labor aún no nos ha quedado clara. Ni nos quedaría. Se reunían al final del servicio y comprobábamos, una vez más, la escasa, por no decir inexistente, capacidad de liderazgo que se respiraba.
Al día siguiente el equipo del programa se preguntaba “¿Cómo sacar algo cierto entre tanta mentira?” y decidían ir al taller de la otra acera a preguntarles por qué no iban a comer pollos. Las respuestas lo dejaron aún más meridiano: desorganización, nervios, gritos, calidad hacia abajo, trato malo al cliente, lentos … y si llevan el coche al cambio de aceite salen de allí con un cartel de “SE CIERRA”. Helena vuelve a hacer conato de lagrimeo y Alberto le vuelve a incidir que tome de una vez las riendas de la dirección y que deje de lamentarse por no poder confiar en lo que allí dentro tenía.
En el siguiente servicio parecía que la cosa iba bien con el mando de la fémina mientras que Miguel, su marido, se sentaba en el coche plácidamente a ver en cámara lo que allí iba a suceder. Antonio increpaba a la chica de cocina y el suegro salía a defenderla. Empezábamos bien. La ensalada de cabra de una mesa estaba jodidamente maligna. Enseguida supimos que la salsa, como los callos, había invernado en aquella cocina durante años. No contento con ello, servía un plato de jamón que solo con el brillo que desprendía, sin ni siquiera atender al corte, se sabía desde el barrio vecino que lo acababa de sacar del paquete. El marido empezaba a parecerse cada vez más a Pee Wee Herman.
“Dirige y deja de quitar mierda a los demás“, le recriminaba Alberto buscado una reacción y entonces … se piraba llorando histerismo y el chef, detrás, hasta el túnel de lavado más cercano. El sitio ideal para reflexionar. Le recordaba cómo fue su primer año de Jefe de Cocina y las palabras que su padre sabiamente le dedicó: “Haz tu trabajo y no el que los demás esperan“. El dedito se dirigía a ella.
En sala todo seguía hacia el desastre más estrepitoso: romescu cortada pero Poyatos decía que era “el aceite que le echo por encima para que no se ponga mala“, con sus santos huevos. El dueño se repetía una y otra vez dentro del coche “los echaba a la puta calle ya” mientras subía su temperatura craneal al ver al jeta de Antonio decir que si le dejaran a él elegir el equipo, todo iría mejor cuando lo cierto era que a todos los había traído él. Helena así se lo decía también dentro. “Este hombre antes era un buen jefe de cocina“, respondía él, a lo que Alberto le dejaba claro lo que todos pensábamos en casa “ y una puta mierda“. Amén. “Bigotes” entonces la pagaba con el camarero Pedro en un espectáculo bochornoso. El servicio terminaba y Chicote recogía al marido para echarles una nueva charleta. Por el camino se cruzaban a esposa y suegro que se habían enzarzado en otra acalorada discusión: “me avergüenzo de todos pero sabes qué pasa, que tú eres mi padre“, sentenciaba Miguel. Así les trasladaba que iba a mandarlos a todos a la “puta calle”. La última oportunidad estaba servida.
Al día siguiente el programa se llevaba al matrimonio y suegro a una terapia de grupo (de fondo la música de los Goonies) que consistía en apagar un fuego. Ni padre e hijo pudieron solos pero lo intentaron. Helenita ni levantó la manguera y se dedicó a repetir sin cesar “no puedo, no puedo“. En boca de Chiquito queda genial, en la suya, anoche, daban ganas de darle el manguerazo antidisturbios a ella. Finalmente y con la insistencia de su marido y padre político, apagaron entre todos el fuego: “habrá que mantenerlo apagado y no acercarse con gasolina“, les decía Alberto.
Tras una nueva REFORMA a ritmo de Artic Monkeys, “That´s Where you´re wrong”, se cambiaba el local a “Leña al pollo” y la presentación de la nueva carta, con mucho más pollo en ella, iba acompañada de Supergrass, “Alright”. Buen rollismo que no sabremos cuánto duró realmente. Antonio decía querer ponerse las pilas y el suegro abrazaba a Alberto con “We are family” de fondo. Comenzaba la reapertura con errores en comanda, el pesimismo de los camareros al ver la lentitud de cocina y Poyatos a lo suyo, el desastre en todo lo que tocaba. Alberto se desquiciaba con unos huevos fritos: “Anda que estás sacando una liebre a la Royal!!”. Algo se quemaba en el horno y acababa en la basura, “cómo me jode tirar comida“. Entonces Helena optaba por tomar una buena decisión con el apoyo de Alberto, darle el mando a las dos chicas y todo fluyó hasta completar el servicio. La pesadilla había llegado a su fin.
Se despedía de todos ellos felicitando a las chicas, recordándole al suegro que callado se curra mejor, pasando de Poyatos y haciendo llorar a Antonio que recibía un abracito de su jefa que decía echar de menos ya a Alberto, mientras que su marido declaraba pensar del Chef que es un “tio de puta madre”. Con “In the City”, de Caveman se cerraba una segunda entrega que nos hizo sentir algo muy distinto de la primera pero que, sin duda, estuvo a la altura del estreno de esta quinta temporada que ha empezado muy, muy fuerte. ¿Valoraciones? Esto es lo que he encontrado … sacad vosotros las conclusiones: pincha aquí. Nunca entenderé por qué soportar a parásitos en tu negocio.
Para los highlights de este tipo de #giliCrónicas prefiero quedarme con enseñanzas que extraer de los desastres profesionales y emocionales que contemplamos. Ahí van:
– la banda sonora, como siempre.
– apartado especial merece Julián Poyatos, que entra en el top de despreciabilidad del programa, al menos, de las #giliCrónicas.
– los caretos del marido en el coche …
– “Al menos ellos lo han intentado, ¿sabes cómo se llama eso? VALOR“, Alberto a Helena ante su actitud lamentable con la manguera.
– y una frase que bien podría estar tatuada en mi diario: “seas joven o seas viejo, aprender siempre“.
Nos vemos la semana que viene no sin antes deciros que la portada de esta #giliCrónica durante unas horas fue cortesía de @ebarrera_
Recordad que podéis enviarnos vuestros montajes todas las semanas.
Problemas del directo han hecho que la que teníamos preparada esté aún en la parrilla pero en breve la veréis. Por cierto, respecto a los carteles, en breve tendréis otra novedad … que os gustará.
Actualización de última hora: portada original de #disparateTeam sábado 24.
¡Gracias a tod@s!
#Written by @disparatedeJavi
#GiliConcepArt by @disparatedeJavi & @scientist_pi
#MontajeFinal by @scientist_pi (is coming …)
Magnífico análisis de este capítulo que tuvo todos los ingredientes que esperamos de Pesadilla en la Cocina. Mención aparte deberían tener la pareja propietaria que parece que se deshicieron del negocio bastante rápido, algo que en mi opinión deberían tener en cuenta el equipo de Casting de Pesadilla. Tanto en este como en el de Nemesis, parece que buscaban una reforma gratis para luego olvidarse de todo lo enseñado por Chicote y acabar haciendo lo que les viene en gana.
Gracias por lo que me toca! 😉 … lo de que no haya un período mínimo para no traspasar el negocio es algo que nadie entiende y, personalmente, el que teclea menos sabiendo algo de normas escritas … Peeeeero! … si lo siguen haciendo así … por algo será B)