Noche calentita la que esperaba a Alberto Chicote en Pesadilla en la Cocina. A ritmo de Muse, “Knights of Cydonia“, llegábamos a Almería a conocer a Paco, Paquito, dueño del #PesadillaGeneración del 27 o, mejor, “del 15”, un tipo que decía haber trabajado toda la vida en hostelería (imagino que cerca de Mordor) y que 7 meses atrás se había hecho con el traspaso del local de manos de su ex jefe que se lo vendió con un lacito tras ver que el negocio no funcionaba. Él, con una visión fuera de lo común, decidió hacerse con él sin invertir nada y, cuando digo nada, es todo. Aquí, la #gilicrónica del sinvivir que soportó (y nosotros con él) el chef madrileño rodeado de adolescentes desequilibrados en fundas adultas.
Primer récord Guiness de la noche: en tan corto período de tiempo decía acumular una deuda de unos 170.000€, ¡ná! “Pago los suerdos y encima lo hago yo tó“, ¿os suena de algo?. Una intro perfecta para conocer a otra gran villana del universo PECómics, Estefanía, alias el Pingüino que vino del frío Este: “si no te gusta mi cocina, a tomar por culo, ¿no?”, claro Oswald, claro. La limpieza tampoco era lo suyo pero a Paquito se la pelaba. A las cucarachas que campaban por el plató, también. El resto de la pandilla de instituto de educación especial lo formaban Mauro, el relaciones públicas y Rafa, el “empanao” barbitas que resultaría ser protagonista principal de la emisión. “Que se ria la gente de mi no es nada nuevo”, aseguraba impasible el dueño que decía haber perdido la ilusión (a base de whiskazos) por levantarse tempranito, comprar, limpiar, cocinar … en fin, todas esas cosas que el que regenta un negocio suele hacer. “El tira hielo” de Generación del 27 prefería quedarse de copas “hasta las 5 ó 6 … o 10 de la mañana”.
La primera en la frente. Alberto se plantaba en el local cerrado y con Estefanía Cobblepot esperando al dueño. Paquito llegaba tarde, habiendo olvidado poner la alarma y confesando haber estado de farra la noche antes (temazo para entrar al antro). Las 13 horas, la hora perfecta para limpiar e intentar diluir el tufazo inclasificable que parecía perfumar el ambiente. Las 13 horas, también el momento perfecto para que el jefe suelte calderilla a la cocinera y vaya a la compra. “¿Qué compro, Paco?” … “Yo qué sé, búscate la vida que tú eres la cocinera”. Y llegaban los primeros gráciles acordes de boca de la encargada de los fogones: no tenía un duro y nada le iba bien porque parece ser que a Paquito le gustaba mucho flexionar codo y la compañía femenina de pre pago. Se montaba sus propias bacanales en el restaurante porque “estaba un poco deprimido”. Alberto le paraba la lengua a su empleada con un “esto, ejem, ¿no te ibas a comprar comida?”.
Pero como si de Barry Allen se tratara, aparecía de nuevo para rajar también de Mauro, el “relaciones”, justo antes de que llegara acompañado de “Barbitas”. Ya se enzarzaban y se acusaban unos a otros de darle a la botella. De pronto, todos se iban esparciendo mirando a los rincones como gallinas cuando entra el matarife. Paco aducía que sus paellas eran cojonudas y con sus santísimos genitales le daba a probar a Alberto una plasta infame que llevaba 3 días hecha. Las primeras arcadas hacían su aparición. ¡Los huevos que hay que echarle para después de eso pegarse en una de esas mesas a comer! Lo que tiene uno que hacer por contrato. En un momento de intimidad examinaba la carta de las milongas de Generación del 27 comprobando como Rafita era el soldado sacrificado que no sabía ni dónde tenía la bragueta. Acudía a cocina y volvía con una libretita donde figuraban los “platos del día”, por llamarlos de algún modo. De 106 cosas de la carta, 1, salmorejo. En cocina, los ninis, se descojonaban.
Comanda generation: pan del camino de la Primera Edad de los elfos. Un plato de ensalada que Estefanía limpiaba con el mismo papel que segundos antes utilizaba para limpiarse el pico mocoso, con sus correspondientes aceitunas putrefactas. Salmorejo burbujeante madurado cual chuleta de buey. Espaguetis de la casa … del perro. Y, para terminar el menú de estudiantes de Erasmus, un pollo crudo fresco descongelado. Como nos adelantaban las promos, posiblemente la primera vez que Alberto no podía (bajo riesgo de muerte súbita) probar nada. “¿Me enseñas la cocina?”. Una cocina tan amplia como repleta de mierda: cubiertos sucios de 2 días, un trozo de panceta con textura de vibranium y lo que se mascaba: una puta asquerosidad en las cámaras. Una salsa brava que casi nos hace vomitar a todos. “¡Menos mal que no he comido, me cago en la puta!”. Chicote perdía el último miligramo de paciencia y los mandaba a la misma mierda que ellos acumulaban allí. Corto se quedó. Si soy yo les meto la cabeza en ese cazo de trolls. Sangre de carne chorreando sobre la caja de pimientos, tropezones para migas que ni una hiena aceptaría y el “esto no es mi jurisdicción” encendían definitivamente al de Carabanchel. Insisto, cortó se quedó: “los 4 Jinetes del Apocalipsis de Almería, os falta la guadaña”. Mauro, echaba un pito en cocina, por si faltaba ambiente higiénico. Ese barrio debe estar repletito de población mutante o gente bajo tierra. ¡Puercos! Oswald se quedaba comiéndose el pollo sushi. Preciosa imagen.
Comenzaba el primer baile de instituto. Con el servicio en marcha llegaba el chef. Los dispersos de sala se liaban con unas croquetas, la Fanny del Este, tras roer los huesos del pollo, no había tenido tiempo de limpiar a fondo. Una freidora donde igual se metía jamón que bacalao que papas. Comandas ilegibles. Clientes a punto de ebullición. Todo al “estilo compadre”. Platos salinos que volvían a cocina y a la cocinera, ¡plin! La malvada de la noche comenzaba su exhibición en lanzamiento de objetos: una espátula abrió el juego. Pelos en los rebozados. Plato al suelo. Lo que parecía ser la costumbre del lugar. “Ilumíname, Virgencita”, suspiraba Alberto. “Paco es un parásito, un mosquito que se choca contra la luz y muere”. Y en ésas, Mauro el eXtresao y su jefe se iban a echar un pito. “Damos una vuelta y trabajamos mejor”. Una hora para servir huevos rotos. Paquito volvía … “¿Qué hago?”. ¡Trabajar, cojones! Todo acababa como no podía ser de otro modo, en un desastre sin precedentes y con la pregunta directa del chef a esa panda de descerebrados insoportables: “¿qué esperas de mi?”. La respuesta de “el tira hielo del 27”, risitas flojas. Fanny le daba al quinto de cerveza mientras decía “apagar el gas”. Yo no hubiese vuelto.
“Estamos superados en número”, aportaba Mauro con ese animus trabajandi que se le vio desde el inicio. Rafa, el filósofo con barbita juvenil decía por primera y última vez algo coherente: “creo que deberíamos chapar”. A estas alturas ya sabemos que ése fue el final. Alberto se reunía con Paquito a solas para dejarle las cosas claritas. Aquella panda de jetas no había por donde cogerla. Que si tuvo un hotel, que si fue director de otro, un pub (ojo al término generalista) … para acabar con la típica excusa de la desilusión y depresión. Un nuevo cara dura que teníamos claro por qué había llamado a Pesadilla en la Cocina. El programa le daba una nueva oportunidad para convencer al chef. Yo ya estaría en el avión.
(MGMT, “Kids”) Una inmerecida oportunidad comenzaba con Mauro comiéndose el jamón de los clientes ante la atenta mirada de Alberto. Pequeña charla previa para concretar el servicio y los platos disponibles. Un post-it habría bastado. La cocinera (cada vez que la llamo así me sale una nueva úlcera) nos ilustraba sobre cómo no hacer unas migas ruleras. Harina, agua y a dar vueltas cuando los clientes entraban. ¿Y los tropezones de chicha? ¡Baaaaah! Eso luego se lo coloco encima. Mis congéneres hobbits se retorcían en sus agujeros. En la mesa de trabajo una morcilla cogía aroma bien pegadita a una bayeta. Unos clientes pedían arroz con bogavante que resultó ser una plasta hecha hacía 2 horas con cigalas congeladas. Todo en orden. Fanny “pelo rebozado” decía que si quería otro arroz que lo hiciera su prima Catalina de Prusia. Y ahí que se ponía Paquito quejándose sin cesar. Nueva modalidad de lanzamiento: bote de colorante a hacer puñetas sobre el cuádriceps del jefe. Y en éstas que aparecía Lilliana, Lidia, Lilly o como demonios se llamara esa figurina que apareció para revolucionar las hormonas del personal, incluida Estefanía que terminó por llamar a Generación del 27 … “puticlub”. Lanzamiento de pinzas. Las migas seguían rulando. La paella de Paco tampoco pasaba la prueba. Dura como soportar un minuto más ahí. Conocíamos a su hermana y era la primera sorprendida y avergonzada con tanto despropósito.
“Yo de fondo soy una persona trabajadora” que se sienta y se calza un Ballantine´s Cola. Barbitas comía migas en cocina justo antes de que estallara la orgía de irresponsabilidad con la actuación musical. Patético. Rabiosamente patético. Alberto, tras tragar sangre más de una vez para no pronunciar “puto” o “puta” ante las risitas del personal, y preguntarle sobre el ladrillazo que se dió de pequeñito, los mandaba a que se introdujeran analmente litros del salmorejo de la Fanny. Y entonces, Oswald Cobblepot se desataba estampando una silla en la vitrina como se hace en las tierras lejanas de donde procede cuando se acaba el vodka.
Un nuevo momento lamentable nos regalaba Paquito a las puertas del hotel donde Chicote se disponía a coger el coche de vuelta (Elliot Smith, “Needle in the hay”). Unas disculpas que ni un adolescente pillado por su padre mientras se acaricia, hacían pensar al programa: “total, si hemos venido hasta aquí, acabemos con esta mierda”. No hay otra explicación. Así, el equipo de reforma hacía su trabajo y la pandilla de amiguitos conocía la nueva carta que les habían preparado. La cara de Estefanía viendo todo, ilustradora. Nadie en este sistema planetario daba un duro por estos jetas.
Nunca antes el concepto “último servicio” tenía semejante alcance. “La niña de los Balcanes” decía estar asustada, más viendo la arenga de membrillo que Paco soltó para motivarlos. ¡Menudo botellón de incompetencia íbamos a degustar de nuevo! Rafa, el intelectual de barbita cuidada, iba a asumir los focos. Le echaba la culpa a los clientes que no sabían leer y a los nombres de las tapas que “tenían 50.000 letras”, unos “nombres gigantes”. El respetuoso silencio ya podéis romperlo. “El sistema no va bien”, seguía. “Los clientes no saben ni lo que piden”. El ajo-polla era lo que tenía que haberse tomado el amigo tras ver la falta de respeto continuo hacia sus comensales. Incluso se permitió el lujo de vacilar y pasar de Alberto. Fanny Cobblepot volvía a cantar diciéndonos que Paquito, el día antes, el que se supone que deben estar a full aprendiendo la nueva carta, volvió a tomarse su tiempo con la botella. Aún así se animó con una vergonzosa actuación haciéndonos creer que estaba interesado en que todo saliera bien mientras que un pollo se requemaba en la sartén. Aparecía la hermana del jefe y al pingüino que abandonó el frío se le “encendía el coño”, cogía su paraguas y se piraba. ¡Gracias! Eso sí, su ventilador de mierda lo dejaba encendido. A Chicote no le quedaba más remedio que sacar el servicio. “Cuanto antes termine, antes me voy de aquí”. (The Hives, “Come on”).
La despedida no iba a ser tranquila, ya lo sabíamos. Rafita el barbitas se quedaba mirando al marco de la puerta mientras Alberto intentaba darles los últimos consejos. Aún así, solo él es capaz de mantener el tipo ante tanto desgraciado desagradecido. “Yo le veo mucho futuro”, decía Paquito. Ya sabemos cómo está el local. Desde el principio supimos cuál era la principal motivación de este personaje llamando a Pesadilla en la Cocina. Otro más. No le interesaba nada más que la publicidad, la reforma e intentar un traspaso con todo arregladito. Graduarse nunca fue su objetivo. Nunca estuvo a su alcance. Podría estar repitiendo curso hasta el final de la Era del Hombre.
Hasta la semana que viene. ¡Quedémonos con una nueva lección de Alberto Chicote de saber estar y tragar sangre para no abandonar la senda Jedi y calzarles las buenas hostias que merecía esta pandilla infame!
@disparatedeJavi
(Cartel by @scientist_pi)