“Ya sabes por qué me llaman así … siempre me tocan los trabajos más sucios“, Harry Callahan. Alberto Chicote se iba a enfrentar al cocinero más guarro de lo que llevamos de 5T y, posiblemente, de todas ellas. Vuelta al sur, a un pueblecito llamado Valencina de la Concepción, para intentar ayudar a la “Terraza del Rocío“. Aquí, una nueva #gilicrónica de Pesadilla en la cocina.
Abierto hace un año por un familia dedicada al puerco y su “fruto”, las continuas movidas entre hija inexperta y madre curtida en el oficio no eran nada comparado con el nuevo villano al que nuestro detectichef se iba a enfrentar: Manolo, el guardián de porquería más grande que hemos presenciado en tiempo. A ello se le suma, cómo no, la presión económica que subía y subía y amenazaba con destrozar a la familia entera. Rocío “Faleta”, la madre, había puesto el terreno para que sus hijas sin oficio ni beneficio pudieran hacer algo de provecho en la vida. Rocío, la hija que iba de dueña y que no se le caía el encaje admitiendo que no sabía ni de cocina ni de negocio ni de orden y mandato. María, su hermana, que pensaba en poner cámaras ocultas y colgar lo que allí pasaba a diario para forrarse en Youtube. Y Manolo … Manolo, el “fabricante” de todo lo que allí se servía y que no tapaba ni un solo alimento porque “luego lo tenía que volver a destapar“. “Luego” en su idioma puede ser siete días después. Unos planos de su cocina nos hacían tener las primeras arcadas. “Faleta” lloraba rogando por la ayuda de Chicote, su última esperanza. Hay que admitir que su puesta en escena melodramática me superó.
A ese refugio de alto riesgo biológico llegaba Alberto, que, al mirar las distintas ofertas, no tenía muy claro si era una discoteca, un restaurante o una arrocería (“Locomía“). “¿Ahora es cuando llega Chicote?“, se preguntaba Manolo sensiblemente emocionado por la llegada del Chef: “pues yo estoy aquí hace mucho tiempo“. Lo dicho, un torrente de sensaciones. La madre recibía al de Carabanchel con otro despliegue de interpretación y “salero” (húmedo) a ritmo de “La Jurado“. De primeras, se sorprendía de que alguien tan joven “tuviera eso”. “Faleta” nos contaba que como ella “era bien vista en el pueblo” se lanzó a montar el negocio. Llegaba el momento de preguntar por el cocinero y ella decía que tenían a uno profesional, lo que alegraba al incauto Alberto de primeras … hasta que Ro Jr soltaba la liebre: “la gente no viene porque le da asco … es un cerdo, un cochino y le da igual lo que sirve“, sentenciaba. La ilusión se esfumaba. Mientras ellos charlaban, Manolo se rascaba los cojones bajo el mandil, se sonaba los mocos algunas veces y otras los dejaba bien fosilizados en las mangas de su camisa como si del viejo del “Chico de Oro” se tratara. ¡Vip Nepal!
Antes de pedir la comanda, Alberto aprovechaba para sonsacar a María y ésta le confirmaba que el ambiente allí era un caos entre madre e hija. Todos nos poníamos en guardia para la comida que iba a desfilar ante nuestras retinas y el santo paladar del madrileño: croquetas de puchero con el que echarse un partido de pelota vasca; un rulo de queso que tras recibir varios golpetazos con el cuchillo no alteró lo más mínimo su fisonomía, comprobando que se manufacturó con el vibranium que le sobró a Stark padre; las albóndigas y sus patatas aceitosas como un certamen de MHYV; un “mero panga rosa al ajo“, asqueroso, crudo y con su salsa más que putrefacta y agriada. Ro Jr no tenía cojones a probarla: “toma, toma, que es la comida que sirves en tu negocio” chata. “No quieres probarlo porque sabes que es una puta mierda“, le decía mientras comprobábamos la pesadez de genitales del personal ofreciendo semejante basura y dejábamos un hueco permanente dedicado a la Consejería de Sanidad correspondiente en nuestro cráneo . Manolo, se acariciaba de nuevo sus cojones bajo el mandil. Faltaba el arroz con conejo. Bueno, lo que este individuo llamaba “arroz con conejo”. Un plato repleto de caldo aceite. Si lo viera mi abuela le daba una de esas collejas con las que fulminaba a los pequeños mamíferos que yo ayudaba a sacar de sus jaulitas. Mejor dos.
Con esos precedentes Alberto cargaba su Magnum 44 para enfrentarse al mayor SUCIO (y mira que los hay) de la historia de Pesadilla en la cocina. “¿Usted me quiere matar?“, encañonaba directamente a Manolo mientras que éste respondía sin vergüenza alguna que él encontraba ricas y buenas las cosas que “fabricaba”: “veo que Chicote tiene mucha labia, muchos estudios, teórica … pero práctica, ninguna“. ¡Con sus santísimos cojones y sin pestañear! Un personaje que decía trabajar desde los 11 hasta los 62 años de la actualidad. Trabajar no solo significa fichar en el curro, ¡so puerco! ¿Fregar? Tampoco era un artículo que el amigo trabajara. Al abrir una cámara contemplábamos la “morcilla momia” que guardaba para sus noches de desenfreno calorífico. Putrefacción. El día que la tecnología nos permita percibir los olores a través de la pantalla, la cadena tendrá que repartir mascarillas para la audiencia. Pero eso solo era una pequeña muestra porcina. “La cámara de los horrores multiplicada por 85” nos mostraría pescado podrido, género sin tapar, unos huevos que provocaron arcadas dentro y fuera de las 32 pulgadas de mi búnker y, lo peor de todo, una actitud miserablemente irritante del SUCIO que regentaba ese laboratorio de Umbrella. Esas mismas arcadas se propagaban entre los presentes menos Manolo. Por su tabique nasal repleto de mucosidad no entraba ni el suave perfume de unos huevos podridos. “Faleta” y Alberto se llevaban la peor parte. “Pegadle un buen repaso para no envenenar a nadie esta noche“, se despedía el chef.
Antes de empezar el servicio, Chicote procedía a una nueva tanda inspectora de la cocina, encontrándonos con viejos conocidos como el chapapote de la freidora: “lo cambio cada semana o dos semanas, depende“, decía Manolo sin honor alguno viendo las manos repletas de mugre de su salvador: “serás cerdo, cabrón“. Nuestros pensamientos convertidos en sonidos. “Esa zurraspa, esa mieeeeerrrrda, me han dado coraje“, recitaba “Faleta”, a lo que Manolo se revolvía diciendo que “no le compraban nada, que no le hicieran hablar” pero Alberto zanjaba rápido el asunto: “ellas no tendrán dinero pero tú no tienes vergüenza“. Amén. Ni papel absorbente bajo las fritangas colocaba el amigo. Un adobo jodidamente repugnante y una fiambrera con mierda “incrustá” precedían a la confesión: “no he visto un cocinero tan guarro, nunca!“. Se le caían cosas a ese suelo tan salubre y las volvía a colocar en el plato con la mano rascadora de genitales. Así, sin temblores. Una musiquita reconocible para los viejunos acompañaba todos sus movimientos extra lentos en los metros cuadrados de la cocina. ¡Qué recuerdos empañados por este marrano! Croquetas congeladas, choco asqueroso y ensaladilla maligna, “lagarto” inexistente, solomillos al whisky chino o mojo-petróleo, carne rebozada en hollín, una musaka con pinta de rancho del vietcong y berenjenas que sabían a pescado … un cúmulo de cerdadas que hacían llorar a Junior y a “Faleta” tirar de oficio y paciencia con su hija incapaz. Una señora iba y venía a la barra para pedir el libro de reclamaciones que, imagino, lo tendría Manolo guardado bajo su trasero. Un puto desastre. En la reunión post servicio Alberto iba a dejarle claro al inquilino de la cocina que “daba asco verle trabajar“, aunque a él, en el confesionario, no se le movía ni un moco de la manga por mucho que dijera estar “afectado”. “Faleta”, la primera que permitía toda aquella basura, se hartaba de “ser puta y poner la cama” y amenazaba con mandar a sus hijas a buscarse la vida, por primera vez. Todavía estás a tiempo. (Dickon Hinchliffe, “Closing Roads”).
Era el momento de tener la primera reunión del clan y dejar las cosas claras. Madre e hijas se enzarzaban en una discusión que duraría poco. El protagonismo lo tendría Manolo, el sucio e impasible. “Que qué pienso, ¿de qué?“, era la respuesta que Alberto recibía. “Me extraña que no hayas dejado cadáveres por el camino“. Ante tal pasividad emocional, el chef no podía levantarse sin antes dejarle claro a Junior que la primera responsable de tal asquerosidad era ella: “tú me has puesto un plato que no te comerías y no le has dicho esto es una puta mierda“. Era el momento para la reorganización de cara al nuevo servicio y, el rostro de María al saber que debería compartir pocilga con Manolo, era todo un poema que debería haber exprimido más el cámara. Para el nuevo asalto, los comensales tendrían papeletas en la mesa para calcular cuánto pagarían por un servicio así. Con Camarón de la Isla, “Viviré”, las comandas empezaban a entrar. Y “el Sucio”, a lo suyo: “es de esas personas que da mal rollo verlo trabajar“, decía diplomático Chicote.
Manazas de poca confianza higiénica, boquerones que cambiaban de fuente a plato en la palma de la extremidad con la que se rascaba los cojones, solomillos aplastados para dejarlos como hamburguesas o una carne con tomate requemada al que le quitaba la capa de arriba y volvía a servir era parte de su legado a la historia de la gastronomía de Mordor. Aunque, el “frito sobre frito” era el cúlmen: “a mi me han enseñado así. He trabajado en Madrid, en Barcelona, … y nadie me ha dicho nada“. No hay más preguntas, regidor. Junior se escaqueaba vergonzosamente. “Faleta” se encargaba ante los llantos e ineptitud de sus hijas de finalizar todo y tras “hacer un pipí” muy folclórico, le dejaba claro que se había escaqueado de su responsabilidad frente a los clientes. Ella lo negaba vilmente. Lo dicho, ¡que se pongan a currar! Como no podía ser de otro modo, el “CERO” fue la calificación media descubierta en las papeletas: “no sé qué deciros, necesito pensar“, se despedía Alberto.
Al día siguiente una grata sorpresa. Por lo que vimos, Javi Estévez (“La Tasquería“) se encontraba por los lares y echó un cable a su ex Jurado para intentar despertar y motivar a estas tres mujeres. Junior admitía que le daba “asco limpiar pescado” (seguramente como a todo dios y lo hacemos) y Javi le daba la primera colleja: “tal vez estéis en un momento en que debéis hacer lo que haga falta” y no lo que a la niña le mole. “Es momento de resetear y empezar de cero, unidas“. Palabras que “Faleta” garabateó en su cabeza. (Música ya clásica de Ludovico Einaudi, “Nuvole Bianche”).
Mientras tanto, el equipo de @ebarrera_ realizaba la REFORMA a las que nos tienen acostumbrados. De ser un sitio oscuro, sucio e insalubre a tener luz, color, calidez y el aire andaluz que le faltaba al anterior cubículo de trasgos que era la Terraza. Aquí, las imágenes de otro grandísimo trabajo que emocionó a “Faleta”. Paco de Lucía (“Entre dos aguas” y “Rumba improvisada“) eran el acompañamiento elegido por el DJ del programa para presentarnos también la NUEVA CARTA (@albertogleton) con aire andaluz y una perfecta sencillez más que apetecible a la que Manolo debía enfrentarse, aunque éste, en su línea, se hallaba absorto en su piscina de pulcritud cerebral: “el tren solo pasa una vez“, advertía Chicote antes del …
… ÚLTIMO SERVICIO. Manolo, en otro alarde de importarle todo un huevo y mitad, se movía como una peonza sin equilibrio. La pipirrana no salía, calentaba el pisto mientras otras cosas prioritarias morían de aburrimiento, veía como un plato frío volvía a cocina … todo eso a Manolo se la pelaba. Que Alberto le pedía que dirigiera a María, desesperada sin saber como ayudar, él preguntaba si tal plato llevaba salmorejo … Que el chef le insistía en no desperdiciar las dos manos de su ayudante, él miraba el recetario y cuestionaba cómo cocinar el bacalao. Delirante momento de ausencia cerebral. “Esto tiene que salir por mis cojones“, arengaba Faleta hasta que Chicote enseñaba a María como hacer una quenelle de helado y despertaba en ella su nueva vocación. Lo cierto es que se ponía las pilas y dejaba a Manolo que navegara en su inmundicia sanguínea para tomar ella las riendas de los platos. Con unas sevillanas de fondo todo terminaba bien … gracias a María y “Faleta”. Los otros dos figurantes … en fin …
Alberto se despedía de todos felicitando a María (“me está empezando a gustar la cocina“) y a madre e hija: “ahora las tengo conmigo, no contra mi“, decía “Faleta”. De Manolo se despedía con un apretón de manos como el que le podría haber dado a unos de los trolls petrificados de Bilbo. Emoción, ninguna. Aunque yo creo más bien que no se quiso acercar mucho a él por si alguna bacteria de más se llevaba de vuelta a casa. Se marchaba contento cuestionándose el “color especial” que “al final va a tener Sevilla”. Una pocilga a la que Pesadilla en la cocina ha dado una nueva oportunidad y que, según pude ver anoche incluso antes de la emisión, funciona más que bien. ¡Mucha suerte siempre a “Faleta” and daughters”! Esperemos que hayan espabilado. De Manolo prefiero no hablar. Hay que respetar a los mayores sí, pero no solo el tener dígitos superiores en el DNI hacen que te ganes ese respeto y, lo que vimos anoche, es para, al menos, pensarte si es digno o no de ello. Se me está pegando la diplomacia.
Nuevo programón el de ayer y ¡nuevo récord! Si la semana pasada la cuota era del 12,9 … agarraos los cojones que tanto se rascaba Manolo: 14,1% y 2,4M de #pesadilleros pusieron a Pesadilla en la cocina en el top de la parrilla. La semana que viene … más. Poco falta ya para el final de temporada.
Highlights:
– Manolo no cocinaba allí, “todo lo fabricaba“.
– El melodramatismo de “Faleta” y su inexplicable parecido a su homónimo masculino. Acojonante, ¡clavaicos el uno con el otro!
– Tal vez pasara desapercibido para algunos, pero ver a Manolo acercarse a la cámara instalada en la cocina como los animales de un laboratorio pudo llegar a ser muy ilustrador. Le faltó olerla y un soniquete estremecedor de fondo.
– “Asegúrate de que no cuente sus secretos a nadie“, pidió Alberto a María para que Manolo no cediera a nadie su legado porcino.
– “Yo no pruebo las cosas que hago“, decía. ¡Nos ha jodido! Si llegas a probar algo estarías bajo gusanos ya.
– Los que son puercos suelen tener también más que poca vergüenza y autocrítica: ante un pescado del que percibíamos el olor en casa, Manolo contestaba a Alberto: “Pues huele a pescado” … “Tú no has olido un pescado en tu puta vida” (arcada) “Ah, claro, que todo el mundo está equivocado en cómo conservar los alimentos menos tú” … y él, no lo dudó … “sí“. Grandioso.
– Momento freidora. Por mucho asco que nos de, admitid que no os cansáis de ver como Alberto Chicote desenmascara a puercos como éste y se pringa hasta el codo. ¡Admitidlo! Ver aquí.
– “Es que no entiendo de hostelería” … claro, pero tampoco “¡Tienes el más mínimo sentido común!“. Diplomacia nivel top para no decirle a las bravas: “Vale, no tienes ni puta idea de cocina pero eres de mente tan alegre que te comerías esta puta mierda?”. Hacía tiempo que no veíamos una comanda tan peligrosa.
– La expresividad de Manolo ante lo que pasa a su alrededor. Ni Javier Bardem en “No country for old men” desarrolló tanto poderío silencioso.
– La aparición de Javi Estévez. #somosCasqueros. Tardáis en hacerle una visita.
– El “pipí” para desahogar y planificar la charla de “Faleta” a su hija.
… y yo ahora me voy a hacer lo mismo una vez terminada ésta, la #gilicrónica de #PesadillaRocío.
#Written by @disparatedeJavi
#GiliConcepArt by @disparatedeJavi & @ebarrera_
#MontajeFinal by @ebarrera_ (Cameos con clase)
#disparateTeam