Ubrique, Cádiz. Aquí era donde Alberto Chicote y Pesadilla en la cocina iban a cruzarse en la masa de Andrea y Mina, hosteleros italianos con bagaje en los riñones y negocios exitosos a sus espaldas a excepción de éste. Aquí, la #giliCrónica de #PesadillaTartufo.
La esposa decía de la comida servida que era “casera, con su masa, su elaboración …” y su muy italiano marido, currando desde los 19 hasta los 52 años actuales, se preguntaba cómo con “su humildad, frescura y uniforme, no le respondía la gente“. De la comida, no hablaba. Mal empezábamos. Parece que “Il Tartufo” empezó rompiéndolo en la localidad gaditana y, a pesar de “hacer lo de siempre” (Mina) la gente había ido desapareciendo. Culpa de la marcha de su hijo Danilo, “la luz de este lugar“, y de un cocinero temporal que tuvo, eran las razones esgrimidas por el napolitano para explicar la llamada al programa. En definitiva, un negocio que hacía harina por los cuatro costados y unos dueños bajo mínimos emocionales sirviendo una comida que tenía de italiano lo que yo de nipón.
Con los primeros acordes creí escuchar de “Una rosa es una rosa”, Mecano, Alberto llegaba a Ubrique para intentar ayudarles. Aprovechando su servicio a domicilio, su pesadilla semanal empezaba desde la terraza del hotel tras pedir su comanda. El camarero que la tomaba tuvo que preguntar de nuevo el nombre del cliente al ver de quién se trataba. Los nervios afloraban. El primer momentazo llegaría al comprobar el parque móvil que se gastaba el amigo Andrea con su empleado: atadas con cinta adhesiva dos linternas en la parte delantera, “al menos así me ven“, decía luego el conductor: “coño, esto tiene más tiritas que si vinieras de Vietnam“, le decía el chef al verlo llegar. Unos “spaghettis con la receta carbonara original“, sin pimienta, con tomate y un bacon “flojeras”; (Renato Carosone, “Guaglione”) unos “bocconcini” con la salsa “secreta” de ketchup con mostaza y nata que no tenían “nada interesante”; La “pizza Tartufo” con pegotes de pasta de trufa que hacían que te diera “un latigazo de bote“y una “Cuatro quesos” de “plástico con tomate” que no se fundirían ni con el láser de Industrias Stark. Solo el postre, un tiramisú (Pink Martini, “Tuca Tuca”), con muy buena pinta, todo hay que decirlo, pareció llevarle el “sabor de Italia” al madrileño.
Nada más llegar al restaurante comprobaba que lo único italiano de éste eran los dueños, en palabras de J.C., el “jefe de sala”. Andrea se mostraba en un segundo plano inicialmente hasta que Alberto preguntaba por la filosofía del local: “hacer comida con el corazón y amor … para que luego no venga la gente“. Siendo el único italiano de Ubrique, el chef y todos nosotros, nos preguntábamos cómo estaba desperdiciando el regalo de no tener competencia. Nos recordaba la marcha de su hijo (ahora en el Celler de Can Roca) y al cocinero misterioso que terminó de joderlo todo justo antes de empezar con su recetario de excusas y balones fuera: que si compraba la mejor mozzarella que existe, que si el bote de pasta variada de setas y aroma devastador de trufa costaba 22 euros, que si un champiñón de primera … regional o una pasta de jamón york de “3ª o 5ª” y un símil sobre Valentino Rossi que nadie entendió … preludio de una de las excusas más repetidas que han entrado en los tímpanos de Chicote en las 5 temporadas: “así no es como sale siempre” … “¡Vaya, qué mala suerte tengo!” … todo se iba calentando y el toque de ebullición final lo daba la famosa “salsa secreta” que, de misteriosa, poco tenía: “¿te parece primera calidad esto?” a lo que le espetaba “tú no has probado el sabor italiano todavía” … la respuesta de Alberto, contundente: “Síííí, muchas veces, pero no aquí“. Se marchaba para ponerse su chaqueta de curro sabiendo la de “excusas y problemas” con los que ya había empezado a enfrentarse.
(The Pyramids, “Penetration”) Comenzaba el servicio de toma de contacto con otra de las maniobras evasivas de Andrea y si lo que echaba era parmessano, paddano, queso azul o los callos de su mano. Como buen napolitano intentaba torear al de Carbanchel, pero parecía no conocer bien el hueso duro que tenía que roer. “En Italia no se lleva lo de descongelar poco a poco, no?“, preguntaba mientras veía a Mina con unos gambones tiesos y fríos como las erecciones del padre biológico de Loki. Golpecitos en la mesa con ellos incluidos. “Pero esto no se hace siempre, solo hoy“, “vamos a cambiarle el nombre por “Casualitá“, flipaba Alberto. En medio de tanto caos, el teléfono de los pedidos a domicilio sonaba y sonaba hasta que, Andrea, en un despliegue de “trabajar lo justo, eh” ordenaba a sus muchachos no marchar ni uno más con la excusa de no tener producto almacenado para tanta comanda. Acto seguido, admitía que tenía para unas 100 personas. Todo muy coherente. En sala, mesas con 30 minutos de ignorancia. El teléfono volvía a sonar y se volvía a coger un pedido. Disciplina y orden, sí señor. Mientras tanto, Chicote comprobaba como se vendía funghi porcini por “mixto de funghis”, “¿pero se lo habéis dicho al cliente?” …. silencio sepulcral. El invento de Meucci sonaba, el cráneo de Andrea supuraba. Y, realmente, parte de razón tampoco le faltaba porque si bien no tenía sentido cortar esa vía de suministros, él era el jefe y los empleados parecían haberse tomado otro tipo de setas porque no hacían ni puto caso. Las maldiciones en italiano se sucedían y comprobábamos el sistema caótico de las comandas repartidas por la cocina como imanes en el frigorífico de un disociado mental. Ni siquiera J.C. era capaz de explicarlo. Ver cómo se servía palometa en lugar de salmón ahumado y la incapacidad de Andrea de reconocerlo, acabó con la paciencia de Chicote que, previa palmada en la espalda, se marchaba “teniendo claro que no les gustaba escuchar lo que hacían mal” (Radiohead, “There There”).
Segundo servicio a la vista y al intentar organizar el sistema de comandas, escuchábamos la frase de la noche: “pero eso sólo pasó ayer” … inspirar … espirar … los comensales llegaban y el teléfono comenzaba a retumbar. Mina se atascaba con las comandas y con sus explicaciones, Pepe cogía el utilitario del servicio a domicilio y todo terminaba por liarse de nuevo al ver un plato de pasta con un queso capaz de pegar los trozos de un T-1000. Andrea y sus explicaciones estúpidas sacaban de quicio a Alberto. Ese “plastón” era infame, inamovible siquiera cuando se inclinaba el plato: “yo ya me he formado, a mis 50 años no necesito formarme … escucho lo que me interesa“, descargaba el italiano sin un ápice de vergoña. Y como no era todo lo suficientemente campechano, llegaba Pepe y decía que había que preparar otra pizza porque una de las que había llevado, por culpa de, parece ser, una cuesta asesina en el pueblo, había llegado con todo el queso esparcido por el cartón de la caja: “Y yo qué quieres qué haga si tengo que bajar esa cuesta?“. Admito que me entró una risa floja muy duradera.
(Explosions in the sky, “Remember me as a time of day”) A problemas difíciles, soluciones emocionales. Aparecía Danilo y nos aclaraba, por si hacía falta, que su padre llevaba unos cuantos años “milongueando” a la población de Ubrique con sus productos. No era algo “que solo pasaba ayer”, no: “esto que estás diciendo e intentando tú, a otra escala, fue lo que yo intenté desde dentro“. Vamos, que la palometa era palometa y el gambón estaba macro congelado hacía un lustro. Como buen hijo y profesional se ofrecía a Alberto a intentar espabilar a su padre: “su felicidad es la mía“, decía. El momento familia reunía a los tres (aunque Mina no abriera mucho ni la boca ni el lagrimal) y Andrea tenía que escuchar de su hijo la verdad y, ésta, no era otra que ni él ni su padre iban a ningún lado de ese modo. Él no podía seguir creciendo porque el chantaje emocional de su padre (que intentó rogarle ante Alberto que volviera porque así todo volvería a funcionar) no le dejaba y, su padre, no podía volver a ser el que fue si no dejaba volar a su chico y aceptaba las reglas de esta puñetera vida. Aquí hay que echarle un cable al napolitano efusivo. Cuando eres padre es muy difícil aceptar el paso del tiempo y ver como tu niño se marcha de tu lado. La soledad de un padre no todo el mundo la sabe llevar y Andrea la había cogido de excusa para seguir auto alimentando su miseria emocional. Parece que así lo vio e hizo lo que únicamente se puede hacer: “verás quién es tu padre“.
(Rosemary Clooney, “Mambo italiano”) Mientras tanto, el equipo de REFORMA capitaneado por @ebarrera_ volvía a hacer un trabajo magistral convirtiendo aquel recinto sin ubicar en una “auténtica trattoria en el corazón de Ubrique”. Contemplad aquí. Andrea rompía a llorar (Ricchi e Poveri, “Sarà perché ti amo”) al ver una foto de su tierra isleña. Las paredes se llenaban de escenas de películas que le daban un toque, para mi gusto, muy auténtico. Pero la NUEVA CARTA (con @Albertogleton) iría de la mano con la nueva identidad. A salivar. Lo más cachondo, el nombre de las pizzas también de películas: “La vida es bella”, “Cinema Paraíso” o, la mejor, “El bueno, el feo y el malo”. (Travis, “My eyes”). Pero ojo que no acababan ahí las sorpresas para la familia tartufa: una moto nueva para el reparto, ésta sí, “con luces y frenos” y un color amarillo antidisturbios para que todo Ubrique la viera pasar.
Todo listo para el último servicio tras los recordatorios de última hora y los ánimos de Alberto Chicote. Pero lo que parecía empezar con fuerza escuchando el “Rock you like a hurricane”, de Scorpions, se atascaba con la primera comanda y el bloqueo articular, sanguíneo y craneal de Mina. Unos primeros salían y otros no, no encontraba nada de lo que buscaba, recetas que no sabía cómo preparar y un camarero que se excusaba diciendo que a él no le habían dado el recetario y no podría distinguir un pollo de un pokémon. Grandioso. Andrea entraba en trance y reventaba un tupper contra la mesa, maldecía en italiano, arengaba en siciliano y espetaba en napolitano: “mueve esos platos, mueve esas manos …” hasta que practicaba el lanzamiento de pizza a la pared mientras sus gafas de una sola patilla no sabían como no caer en el risotto de salmón … ¿o era corvina? ¿o eso era otra receta? Caos, solo caos. Pero la calma y paciencia de Alberto y el recuerdo de su hijo hicieron que retomase las riendas de la cocina: “A quién se lo debes?” (“Gloria”, Lucio Tozzi).
Todo terminaba y, “a pesar de faltar mucho trabajo“, Alberto les reconocía haber visto “ganas de hacerlo bien, pero no todo está de puta madre“. “Echadle dos pelotas“, les decía en una demostración de que #PesadillaAustria le había dejado huella. Andrea se mostraba emocionado y agradecido: “en mi corazón lo llevaré siempre hasta que muera y todo lo que me ha enseñado que no se puede olvidar“. Mina, fría como sus gambones y con la mirada sin centrar. (Ludovico Einaudi, “In un´altra vida”) Nuestro chef les deseaba “Que les vaya bien, se lo merecen“. ¡Buona Fortuna, sempre! Desconozco cómo les irá pero seguro que alguno de vosotr@s me informará. Eso sí, el único italiano de Ubrique, reformado, con propuestas nuevas y de calidad, moto sin reciclar y sin tener que avergonzarse de esconder mierda por los rincones como muchos de los que vemos, debería ir como un tiro. De hecho, en ningún momento se habló de cifras. Andrea pasa a formar parte del Escuadrón de Pesadilla de esta gran quinta temporada que vuelve a batir porcentajes de audiencia con más de dos millones de “pesadillos”. ¿Batirá también esta #gilicrónica el récord de la anterior con más de 4.000 visitas? Lo dejo en vuestras manos.
Highlights:
– el carácter “típico tópico” de Andrea: “me se va, me se va” en contraposición al gélido semblante de Mina, haciendo honor a la aventura de su antepasada con Vladimir “el empalador”.
– esperado pero no por ello menos deseado el “toa, toa, toa” haciendo honor al vecino ilustre de Ubrique.
– la moto, solo con ella podría grabarse un spin off.
– momento teléfono de pedidos a domicilio.
– “Te gusta marcar el punto, eh?“, Andrea a Chicote por no decirle “los cojones”. Pero supo mantenerse calmado hasta escuchar “lo que veo es un chapucero” … justo antes de enseñar una de sus pizzas a cámara en un intento de demostrarnos que sus creaciones eran perfectas.
– la banda sonora que nos trasladó a Italia pasando por Ubrique.
– “Me has engañado como un perrillo“, Alberto a Mina tras comprobar que no tenía ni idea de manejar las comandas.
– el reflejo de más de un padre anoche frente a la pantalla sabiendo que algún día tendrá que admitir, por mucho que sangre, que los hijos deben seguir su camino.
– “Si os llevásteis los recetarios, yo no sé nada, me dices pollo como si me dices Pokémon“, jajajajaja, el camarero en plena crisis del último servicio.
– “Échale cariño“, qué mejor frase para resumirlo … todo.
… la semana que viene … más. Eso, seguro.
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#GiliConcepArt by @disparatedeJavi & @scientist_pi
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