Hace mucho un buen amigo me mostró que la nostalgia es un arma muy poderosa que puede jugarte muy malas pasadas a la hora de sentarte a disfrutar de una nueva entrega o remake de serie o película. Mentiría si no dijera que he estado luchando contra ella durante toda la tercera temporada de True Detective. Ya me pasó con la segunda y ha vuelto a ocurrir con los últimos ocho episodios de la ficción de HBO. Aquí, mi #gilicrónica SIN SPOILERS de una de esas series que esperaba, una vez más, con ansia.
Vaya por delante que el formato de entrega de esta cadena con un episodio semanal tampoco ayuda al cerebro castigado de éste que escribe. Tal vez me haya acostumbrado a tener la dosis completa y ser yo quien decida con qué frecuencia me la inyecto. Quizás no sean más que excusas para intentar disimular el gusto amargo que me ha quedado en la retina. No sé. Lo cierto y verdad es que durante estas semanas he navegado entre escenas maravillosas y minutos soporíferos y a los que nunca he encontrado sentido. Puede que la pareja protagonista (Mahershala Ali y Stephen Dorff) nunca me cautivara. Mathew y Woody y su sombra alargadísima. Incluso, una vez más, tenga que dar la razón a mi querido amigo y afirmar que el doblaje en castellano le hace otro flaco favor a una ficción ya de por sí contaminada por recuerdos maravillosos e imborrables de aquella magnífica e inmortal primera entrega. En todos los sentidos. Un mar de dudas como veréis es lo que me ha quedado finalmente con True Detective 3. Y en esas olas de incertidumbre un barco que nunca se hunde: el de que sigue echándose de menos a Cary Fukunaga.
Pero lo peor, sin duda, ha sido como una supuesta trama (siempre de línea idéntica en las tres entregas) ha quedado diluida entre historias matrimoniales y una explicación acelerada en los dos últimos episodios (calcado a la segunda temporada). Seis episodios en los que se hace difícil aguantar la narración tediosa e inconexa para, en esos finales minutos, correr a toda prisa para saber realmente qué pasó. Y ni siquiera cerrarla completamente.
El trasfondo espiritual o místico que incluso se busca reforzar en determinado momento con un guiño al caso de los detectives Cohle y Hart (1T) no es más que una pequeña cortina de humo para disimular las carencias de la historia que ahora se nos presentaba. Un solución al más puro “todo es más sencillo de lo que parece” que no deja contentos a los seguidores. Al menos, a mi.
Con la aparición de los títulos finales de crédito la pregunta que me ha surgido es ¿cuál era realmente la historia que se quería contar? ¿La de un nuevo caso que resolver por una pareja de detectives que pasan por todas las fases de cualquier relación sentimental? Con esta narración, aciertan. ¿Lo jodido que es vivir con interferencias en tus recuerdos diarios e instantáneos por una cruel enfermedad? ¿Que dentro de la oscuridad siempre hay un rayo de luz al que aferrarse? ¿La soledad consciente? ¿La lucha contra el remordimiento que nunca deja avanzar? ¿El firme propósito de cerrar cuentas pendientes antes de que el último destello se apague? Como casi siempre prefiero quedarme con esas pequeñas pinceladas que hacen funcionar tu cerebro. Al fin y al cabo es la historia de la humanidad: la búsqueda de respuestas a las infinitas preguntas que surgen a diario. Porque el desarrollo de la historia, a mi saber y disparatado entender, ha cojeado desde el principio. La verdadera historia de esta serie nunca fue el caso Purcell.
@disparatedeJavi