Cuando comencé el visionado de la ansiada tercera temporada de Twin Peaks lo hice con una mezcla de sentimientos: de un lado, una impaciencia ingobernable tras haber esperado 25 años para ver de vuelta el pequeño universo que David Lynch se sacó del tupé. De otro, refrenar el deseo de querer llegar al episodio 18 y saber si este genio cabronazo dejaría satisfechas nuestras cuestiones e inquietudes o si, como así ha sido, volvía a dejar abiertas varias cortinas rojas en ese pasillo irregular y enfermizo de su Logia.
Esta entrega ha reafirmado mi amor eterno por la serie que cambió, sin duda, la historia de la televisión y por su creador(es). Las teorías, preguntas o respuestas quedan en un segundo plano para mi. Todo forma parte de una nueva obra maestra del maestro de Montana. ¿Realmente Sara Palmer es Judy? ¿Acaba nuestro querido Agente Cooper vagando en el espacio-tiempo? ¿Es el verdadero Coop quien regresa con la supuesta Laura a Twin Peaks o es su doble maligno y de melena cardada? ¿Para qué quiere devolverla a casa si parece que ya consiguió salvarle la vida? ¿Dónde carajo se ha vuelto a meter Diane? ¿A quién pertenecía la caja? ¿Cómo se convierte Philippe Jeffries en una tetera fumeta? ¿Y el mayor Briggs, no quiere o no puede volver? ¿Cuántos tulpa hay? ¿Existe una realidad argumental a la que agarrarse o todo forma parte de un universo onírico y anfetamínico? Así podríamos seguir varios párrafos, horas, días y sesiones de diván pero ¿para qué?
Twin Peaks ha vuelto a reventar cabezas. Su episodio número 8 es posiblemente el mayor maltratador de egos intelectuales que hemos podido ver en la caja menos tonta con series como ésta. Simplemente … maravilloso. Echaré de menos esa mezcla tan insensata como extraordinariamente efectiva de silencios eternos y diálogos sin sentido, planos a simple vista estúpidos e inexplicablemente extensos, guiños ancestrales, narraciones irreverentes, a los hermanos Mitchum, su comedia básica, su filosofía, sí, también a ella la echaré de menos. Su música. Todo.
Me espera una nueva maratón en la que volver a engullirme todo el material, de “beber hasta saciarme y subir” para disfrutar periódicamente del regalo de Lynch, 25 años después.
Voy a echarte de menos, Dougie Jones. Electricidad.
@disparatedeJavi
Su adorable irreverencia, sus incombustibles parodias,