Y llegó el día tan ansiado del estreno de Batalla de restaurantes de Alberto Chicote. ¡Y qué estreno! Un campo de contienda situado en Cádiz y con el atún por arma (de destrucción masiva de paladares, visto lo visto). Un póker de hosteleros formado por Juan Pedro “el guerrero de escasa continencia verbal”, María Florencia “asesora de milongas”, Ramón “diseñador de sosos interiores” y Luis “no sé muy bien qué pinto aquí”.
JP “soy asín de impulsivo”, nos presentaba su “Villanos Bistró Canalla“, en el que decía fusionar el mundo con la cocina gaditana. María Florencia, “ya te canto yo la milonga”, propietaria de “Puerto mío“, que se declaraba especialista en carnes (como buena hija de Argentina), pero que, como La Pampa también tiene mar sabe qué es el pescado, Otra cosa ya es “su pronta impronta”. Ramón, “el jovenzuelo de 36 años” del cabaret más visitado tras la Catedral (“Burlesque”), donde el “pescao se trata con el coração” arrítmico. Por último, conocíamos a Luis (“Ciclo“), que decía haberse dejado la alta cocina para volver a los sabores de sus abuelos (ahora ya estamos, precisamente, en el “ciclo abuelos”. Hasta hace bien poco era “la cocina de las madres”. Apuesto porque en el próximo Congreso mediático alguien hablará de “sabores de sus ancestros”).
La ronda de parpatanas voladoras comenzaría en Ciclo. Todo buenrollismo y abracitos antes de sonar la corneta de la carga sin miramientos. Seis son los “criterios” establecidos por el programa para puntuar. El primero, el espacio. Marifloren abría la conserva de milongas que había aprendido en su curso on line de asesora de cosas de cocina rajando del lugar por no ser adecuado para niños, algo que sabemos que todo hostelero piensa en primer lugar a la hora de abrir su negocio. JP iba calentando su incontinencia mientras se imaginaba en un “shiqui par” degustando
langostinos. Al pasar a la cocina, Ramón criticaba el tamaño de la cocina, pero claro, acostumbrado a cocinar en un salón de actos, cualquier cocina estándar le parecería un cuchitril. Mientras tanto, la única fémina comenzaba su defensa de que con pasta, cualquiera hace las cosas bien. No, querida energy coach, no. Hay gente que pilota un Ferrari y lo estampa en la primera recta. Pero ella era asesora de recetas, de “uso de cosas”, porque de lo que se trata es de “deshacer las recetas, lo que viene siendo un paladar negro”, que te permite identificar sabores que conoces, los que no, pues no hay tu tía. Guardemos unos segundos de silencio ante semejante idiotez. Segundos más tarde hablaba de dos salsas que no reconocía por no llevar las gafas en la boca. Ramón aprovechaba hueco para volver a hablar de lo bonito que es su mobiliario. De cocina poco.
Pasada tanta tontería dialéctica, entrábamos en materia. La cocina de Luis, que nos mostraría lo carismático de cada paladar, negro o “amanzanillado”. Comenzaba a saborearse la tensión y ego humanoide. Un diseñador de interiores, un “no me callo ni con tres mazapanes en el gaznate” y la “coach de las energías cansinas”, no resultaban ser un buen maridaje para la concordia. Lo que sí es cierto es que me resulta maravilloso ver como un plato cualquiera se siente de maneras tan radicalmente distintas. Al primer disparo no había punto de encuentro cercano. Llegaba la cuenta a ritmo de Kiko Veneno: 244€. María Florencia I del Paladar Ennegrecido lo veía caro. 7.2, la media final de Ciclo, eso sí, antes del voto de Alberto.
¡Segundo round! Nos íbamos al Cabaret de la barbacoa, “más grande que la Catedral de Cádiz”: Burlesque. María volvía a insistir en que “con buena picha, bien se folla”, aunque ella lo dijo en lunfardo, lo que no entendió ni dios. No le daría a esta señora un millón de pavos para montar algo ni con todo el peyote del mundo en sangre. Luis seguía demostrando que lo de mierdas innecesarias no iba con él. Bravo. Ahora era JP quien se sumaba al carro argentino con lo de la pasta. El talento no lo da el dinero y, anoche, en más de uno, volvimos a comprobarlo. Además, ¿qué hay de malo en currar para alguien con pasta?
Calentita ya por la autofagia de sus propias mentiras, la inspección de cocina no pasaba los restitos de grasa en campana o la mezcla de productos en cámara.
Ya sentaditos en la mesa, llegó la gran, ridícula y delirante controversia de la noche: dos adultos incendiados en extremo por una salsa barbacoa, muy típica de Cádiz, por otro lado. Florencia “milongas” no sabía ni lo que era bacon, ni lo que eran las dos salsas que llevaba la alcachofa. Pero claro, no llevaba las gafas. Todo su humo quedó en segundo plano por la discusión de si era de bote o no la puta salsa. Ramón cantó como Joselito finalmente, tras su rabieta inicial, afirmando que sí, que era de una “marca que no podía decir”. El cojo y el mentiroso, ya sabéis. Pero no quedó ahí el bombardeo de marcas blancas. Luis alertaba de que el guacamole también era de “otra marca de cuyo nombre no puedo informar”. Antes de la cuenta, el veredicto del cabaret enlatado fue unánime. No pagarían otra entrada.
244€, el montante final. Con un 3 de Luis al atún, el plato supuestamente estrella del show. 5.6, la nota “final”.
Era el turno de Puerto mío, la antigua casa flamenca que mantiene el arte para la milonga. O arte el que ella cree tener. Un lugar al que le hacía falta algún arreglillo que otro, empezando por un traspaso, sin duda. El típico lugar que conocemos todos en lugares costeros: inversión mínima, venta de humazón. “Espero comer un par de tapitas así y luego coger el catamarán” y salir tarifando, sentenciaba el diplomático Luis, antes de darle un pequeño hachazo sobre organización antes que espacio a Ramón el asalariado. La distribución del mobiliario de la cocina unió por primera vez el criterio de los participantes masculinos, aunque el conductor de cabaret no perdía oportunidad de mostrar su obsesión por todo antes que por el sabor y trato del producto. Es lo que tiene dedicarse a la cocina pensando antes en el espectáculo.
Cuando pensábamos que el protagonismo del delirio se lo llevaría la salsa bbq, llegó el, para mi, momentazo de la noche. “¿La ventresca? ¿De qué animal? Ahí me pillas un poco”. Imaginaba en ese momento el cortocircuito craneal que tantos y tantas jefes de sala sufrirían al instante, aunque es cierto que pocas cosas me dejan tiritando ya. Como murciano de a pie que soy no voy a mencionar siquiera eso de que llamen “ensaladilla” a cualquier mezcla infame con patata y mayonesa de base. Tampoco el atún reseco bañado en salsas o un túnido de tercera fila cocido y desmigado, que para eso lo sufrió en primera persona Alberto. El momento de vergüenza ajena supina, aquí. Es complicado encontrar a una persona capaz de admitir sus errores en público y, la amiga Florencia, estaba claro que no iba a ser una excepción: “me parecía que así estaría más tierna” … ¿la ventresca? ¿desmigada? Todo bien.
Ramón, a estas alturas de batalla, tenía claro que no iba a callar y, para mi, dijo su frase más coherente de toda la noche: “me da que la que tiene que pedir asesoramiento es ella”. Fin de la cita.
211 euros era el importe de la dolorosa por comer en su gabinete. Los 50 por cabeza entraron como una aguja infectada en las encías de los comensales. Teníamos bien servidito el primer suspenso de la noche, eso si, equilibrado hasta en la media: 4.4, las válvulas de su Seiscientos.
La última batalla se dirimía en el terreno del guerrero, Villanos. Allí esperaba Juan Pedro con sus salsa bbq casera para maquillar el rostro de Ramón. Lo de “buscar el alma” de los lugares me parece una de las grandes chorradas que se ha inventado el marketing gastronómico y que, mucha parte del gremio, se ha creído. ¿Quién coño puede saber ni percibir el alma de nadie que no conozca? ¡Bah! Por otro lado, eso de que compañeros de profesión duden sobre la excelsa limpieza de una cocina, me recuerda a la gente que duda de los disparates que llevamos viendo temporada tras temporada en Pesadilla en la cocina. Piensen. Unan cabos. “Ha contratado a una empresa de limpieza”, declaraba indignadísimo el habitante de la cocina de Burlesque, con el bbq´s gate grabado a brasa en su corazoncito.
A estas alturas estaban ya hartos los unos de los otros. Mientras tanto, en cocina, se manoseaba todo a dedos descubiertos. Juan Pedro ya no sabremos si jugó bien sus cartas o no, pero le echó un buen par de suflés al utilizar una croqueta como la primera línea de infantería. Eso sí, Ramón aprovechó la coyuntura para volver a demostrarnos lo cerriles que podemos ser los seres humanos con la, ahora sí, PUTA SALSA. Segundos más tarde, JP volvería a la carga con ella. Yo, no. Para mí lo mejor fue el desenmascaramiento final de María Florencia “la continua milonga”. Tachaba de “cositas negras” la sal negra en escamas. Y se indignaba porque nadie le avisara. Enorme la asesora.
190.85 y seguro estoy de la rima bien pensada por JP. Como resultó ser la media de sus compis respecto a su comida: 5. Un 6 de final.
Llegaba el encontronazo final, face to face. Mirarse a la cara y decir por qué. Luis, que al ver su 7.2, puso cara de estreñimiento no deseado, se relajó viendo subir el resto de campanas. La asesora de paladar negro fue la que le asestó el golpe más duro. Ella sería la encargada de ver su suspenso, el único de la noche. Luis dejó claro el por qué de su único cero ventresquero. Ramón seguía flipando y flipándonos diciendo que se merecía un notable. Como era de esperar la nota más alta fue para la decoración, pero aún así decía que un 7 se quedaba corto. La argentina seguía haciendo amigos con su más baja calificación. Ramón fue el más rabiosón con la entrega de diplomas. El 4 de JP, nada que ver con la comida, ya sabéis qué explicación salsera dio. Por último era este quien recogía el boletín, pensando también en un notable. Está claro que con Ramón no se a va a ir de finos. A lo mejor a hostias de camarón. Para Luis el atún de JP estaba seco como la boca de un resacoso.
Alberto ejerció su voto, no dirimente en este caso, ya que Villanos fue el mejor puntuado con un 7.3, pero no le dio la media para alcanzar el 7 final de Ciclo. Teníamos primer vencedor en el estreno de Batalla de Restaurantes. Por lo visto a través de la pantalla, parece que merecido.
Un programa ágil, divertido (mucho), respetuoso con el timing publicitario (ojalá siga así) y con una duración perfecta. Una banda sonora al pelo, una vez más. Promete darnos auténticos momentazos con los que sufriremos por Alberto. Seguro. Ya tenemos hueco cubierto en agenda los jueves por la noche. No me cabe duda de que la semana que viene se sumarán más batallers a la causa.
Gilicrónicas, las auténticas.