20 de junio de 2018. Mi destino, #PesadillaRacó en plena playa de La Malvarrosa, Valencia. Nada me hacía presagiar lo que allí me encontraría. Aquí, mi #gilicrónica de un socarrat indigesto en mis grabaciones con Pesadilla en la cocina.
Dirección pensó que hacerme montar en bicicleta sería un liberador de estrés necesario antes de conocer a Vicente, el propietario sumido en una depresión de media coleta grasienta y que decía no poder ejercer de jefe, y a Mar, su esposa, una mujer con el mismo timbre de voz que una sirena en salazón. O a Irene, una camarera que se empeñó en dejarme lamparones a cada plato que me servía al más puro estilo camarero de “El guateque”. Pero a quien me costó semanas olvidar fue David, un albañil que se empeñaba en zarandear el arroz como si de cemento se tratara y que amenazó varias veces con meterme sus lentes en la frente. “Si no lo muevo, se pega”. Aún hoy me sangran retinas y martillo con semejante insensatez. Medio millón de euros, una casa perdida y tres ayudantes de cocina que se movían como ewoks resacosos era el resto del fumet que me habían preparado en #PesadillaRacó.
(Galactus) 22 años decía llevar en el negocio. Dos décadas tiradas a la basura. Asistí a una de las mayores fibrilaciones de chorradas y mentiras con las que me he encontrado en Pesadilla en la cocina. Ni mandaba uno ni dejaba mandar el otro pero Vicente no se había perdido en el arrozal, eran los demás. Una gota de ácido me recorría la frente mientras descubría una “cuqui” celebrando mi llegada al más puro estilo Ronaldo en Mendizorroza. La clase de desinsectación que me brindó el ansiolítico propietario, un indicio más. Estando frente al Mediterráneo tuve que meterme en la boca unas bravas con pimentón “del 36”, chipirones congelados por Mary, dorada “bicho bola” seco y tieso, una paella valenciana con 45 minutos de elaboración sin tropezones y una tarta de queso de las más infames que he catado. Lo único que recibí fueron más chorradas sobre por qué el género no era fresco. A Marty McFly decirle gallina le hacía saltar del monopatín. A mi querido David la palabra “mentir” le sacaba el mampostero que llevaba dentro. Véase su arroz. No se sienten en las sillas. Tenía suficiente por ahora. Yo y “mi mala hostia”. (Pierre Dubost, International Feeling).
(Franz Ferdinand) Por contrato tuve que volver a #PesadillaRacó a seguir tragando el infierno que allí se cocinaba. Comandas en PDA, cantadas o manuscritas, el ingrediente perfecto para empezar y acabar un servicio en desastre. Clientes a los que se les invitaba a que marcharan conforme entraban. Robos de comandas al grito de idiota el último. Mi abuela siempre hablaba de tocar a un tal Roque. Aquel día al fin la entendí. Pero a David le pelaba el taladro que le repitiera sin cesar que si seguía moviendo el arroz le sacarían a hostias de La Malvarrosa. ¡Qué lástima no haberle podido yo regalar una con la palma abierta! Aún me sobresalto por las noches al escuchar el berrido de Mar en mi tímpano derecho. Fideuá salada porque a “El ladrillo” le apetecía, arroces pasados, en fin, lo que me esperaba viendo la actitud de casi todos los que allí berreaban. “Pija en place” era lo que allí se marcaban.
Mis sospechas sobre Vicente terminaron de reafirmarse cuando pasé el traguito de reunirme con el matrimonio a solas. Un tipo que deja que le deban de alquiler la friolera de 500.000 euros y que sigue justificándose como simple camarero. Hartito me tenía ya. Dio igual que citara al maestro Yoda. Miraba su coleta y solo veía el rostro de un gungan sentado junto al cuadro de mandos de un TIE. (Bad Love, Richard Brown). Para el segundo servicio tuve que dejarle claro a David que besitos suyos no tendría ni en la Dimensión Oscura. Él seguiría mareando el arroz bien aliñado con una chulería de polígono, su jefe dando tumbos como un androide de protocolo sin batería, paellas calificadas con diminutivos por no meter la cabeza del cocinero en el microondas y que tardaban 2 horas. Fue entonces cuando tuve que tragar sangre para no practicar una lavativa anal a David con un buen masclet. ¡Bah! Me repetía una y otra vez. Vi que el restaurante de al lado se llamaba “La Murciana” y sollocé por un arroz con conejo y caracoles. La charla final a esa banda me quedó corta. Unos pies de cemento al albañil tampoco habría estado mal.
(One, Johnny Cash) Al equipo de diván de Pesadilla en la cocina se le antojó llevarlos a una sesión de pastoreo con ovejas. Al fin y al cabo esos pequeños seres lanudos eran lo más parecido a su equipo. Tuve visiones que jamás me perdonaré. Lo confieso. Sus sprint tras ellas, tampoco. Mar salió de allí siendo la “paellera de la vara” que jamás soltaría. Un varazo sí podría haber aprovechado para darle en las pelotas congeladas de su marido. Lo importante que es escuchar. (Sean Tyas).
Le dimos un lavado de cara tremendo y bautizamos como “El Racó maritim” y preparamos una carta fácil y sencilla de preparar acorde a las habilidades del “cocinero”. Todos parecían ilusionados y así afronté mi último día en aquella fideuá disparatada. Para la reapertura contamos con mi querida Susi (¡quién mejor para juzgar un arroz!) y con Alejandro #meLaTrufa Platero. ¡Qué más podían pedir! Pero cuando uno no tiene sangre es imposible que mis transfusiones les lleguen al cerebro. Toca un valse. Una vez más asistí al empoderamiento de la mujer. Mar fue la única que le echó azafrán a aquella paella y consiguió sacar el servicio adelante. (Riff Raider)
Me marché a cuatro ruedas y no dos para olvidar aquella semana. Google me ha dicho que #PesadillaRacó está cerrado. Milagros aún no consigo hacer. Mi guardia terminó aquel día.
@disparatedeJavi
(Cartel by @sientist_pi)