O lo que, por momentos, demasiados, se convirtió en “No debimos volver a La Isla, Katy”. Tercer programa y la temperatura sanguínea de los participantes llega ya hirviendo de casa. Anoche, en #BatallaMenorca, asistimos a un campeonato de lanzamiento de pucheros afilados entre los concursantes, sobre todo, por la villana, la Benjamin Linus de las cocinas menorquinas, “la sangre limpia” de Mahón, la mortífaga de las puntuaciones: Ñin, Ñin, Ñin! Aquí, la gillicrónica.
La caldereta de langosta era el búnker en el que refugiarse para ganar la batalla. Conocíamos el casting del destinado a estrellarse vuelo 815 de losties chefs: Jordi Pons (Sa Fonda), otro que llegaba con la cocina de las abuelas y afirmando ser el gerente del lugar donde se creó este plato emblema de la isla. Que no los pescadores, como suele ser habitual, no. Él. Turno para Diego De Jorge Merino (Miramar), un cántabro en la corte del Rey Crustáceo, que decía aportar técnicas modernas a las recetas tradicionales. Pues vale. Llegaba el humo negro de la noche: ¡Ñin! (El muelle, asador. Entrante de coherencia servido con el naming). Conocerla la conoceríamos rapidito. Por último, Verónica Bel (La Viajera), ex marketera que decía ser “súper novata”, pero no para poner dislikes a los demás.
Y por ella comenzaba el baile. El amigo Diego decía conocerlo y haber comido “bien”. Ya veríamos luego la rebaja en las puntuaciones. Bombillas con polvo y “boquerones congelados que me indignan” fueron las primeras cuchilladas de la víbora de Mahón. Imagino que, porque en su mundo de perfección, el anisakis no existe. El pescado ultracongelado se lo da a sus cerdos. Llegaba la caldereta que olía a caldereta (unánime) pero “con sabor muy concentrado” y con las sospechas de “polvitos” que ella se encargaba de sembrar. Los “montaditos” y la chicha tampoco convencían. “Pensaba en una explosión de sabores y no me he movido de la silla”, ni piso los museos, sentenciaba Joan. Y aquí, comenzaba el carrusel de clavadas de la noche: 373 eurípides. La nota media final (no definitiva porque luego Ñin sacaría las costuras a las reglas del programa): 5.7, con especial incidencia en el 4 de la comida.
A casa de la tiquisÑin que nos trasladábamos. Como era de esperar, y tras la mierda sin filtro que la amiga de sus vecinos había soltado indiscriminadamente, sus compis de trinchera no iban a darle cremita. Trabajos manuales a base de tapones de vino a parte, y una columna justo en los fogones, el buey de dudosa procedencia y especie sería el hueco que encontraron los visitantes para darle en el vípero mandil. “Gilipollas”, siseaba en
cocina ella. Llegaba el plato estrella, ese sobre el que le caerían todas las maldiciones imperdonables: que si caldo chirri sin cuerpo, langosta repasada y con arena, y un sabor a Mar Menor (de hoy día), fue el fallo, a pesar de que a una sangre limpia de Mahón no se le puede decir eso. Tampoco le entusiasmó que su carne al punto no lo fuera. Su marido, el impasible cocinero, sólo abrió la boca para decir “sobre gustos”, pero no. El punto es el punto. Por cierto, buey para todo humanoide no hay ni en Menorca, ni en la Península. Como rabo de toro. De vaca, el que quieras. De los postres no se habló, pero de caseros tenían la misma pinta que yo de arzobispo protestante. La dolorosa ascendió a 334 euracos. Unas ganas locas de ir me entraron. La perfeccionista de incontinencia verbal se quedó con un 5,3.
Al Miramar del doble estilizado de David de Jorge llegábamos, con otro diálogo de mermaos sobre si es mejor tener un atril para recibir a los guiris. Sin duda, el enclave más espectacular de la noche, pero claro, acompañado de un estilismo playero de segunda fila. Ñin-Ñin había navegado por internet para saber qué servía el cántabro habitualmente y comprobó que se había vestido de gala para el programa, dejando la supuesta cocina de batalla resacosa que tenía desactualizada en la red. Un vino de lujo que nunca existió, unos croquetones de buey para darle en la carita a su nueva amiga de nombre ridículo y un certificado de pescatero de su langosta, antes de servir la caldereta (sin cuchillo para perforar el caparazón del crustáceo). Las caras de Alberto ante tanto paladar educado y refinado me hacían sonreír y desear saber más. De un “me gusta” generalizado, a empezar a sacar punta tras un apuntito de Joan. ¡Hay que ver qué maleable es el cerebro! ¡Y no te digo la honradez! Aún así, él volvió a mostrar una vez más ser lo más parecido a un compañero. Y llegó el momento en que la villana por excelencia de lo que llevamos de temporada, rompió toda deportividad posible y el guión: pidió cambiar las notas ya puestas. Todos sabíamos que no lo iba a hacer para puntuar más. Sólo que, ni corta ni
perezosa y con la mínima vergoña posible, veríamos que inoculó todo su veneno sin pestañear. La cuenta iba a seguir la misma línea de crucifixión en la colina más alta de la isla. 397 euros, así, bien maridados en sangre hirviendo. 5.8 y yo haciendo porra por ver si alguien llegaba al 6 anoche.
Sa Fonda, la última barricada antes del esperpento final. A Ñín-Ñín que decía gustarle a primera vista, el que no hubiera salón sino sólo terraza le volvió a cambiar el morro. La procedencia de la madera y la falta de barniz en ella hizo que el cántabro se ganara un “puntito en la boca”. Langosta blanca vs roja, una muerta sin ojo y a comer. “Siempre deja un comentario desagradable”, decía la hechicera oscura. Se permitió todos los lujos de incoherencia habidos. Por supuesto, no dejó de chafardear al migrante norteño con lo de su carta acomodada al programa, recibiendo una buena hostia en forma de certificado de carne. Lamentable todo. Alberto sufría sin
Hemoal tanto porculero vergonzoso. Calamar sin sobrasada, churretes en el plato, arroz salado y marisco pasado. Los postres, al menos para mi, los mejores de toda la noche por goleada. Eso sí, nos preparábamos para una buena hostia monetaria: 464,75 doblones persas. Casi nada. Eso sí, otro dejando la rima abierta. 6.1 y fallaba mi porra por dos décimas.
El carita a carita, o más bien, preparaos para ver bilis correr por los baberos, comenzaba por Joan (el más sensato) y la hostia que se llevó. Un 2 era la notita del horrocrux de Mahón a su caldereta, pero también se alteraba por otro 2 en el precio (ejem, Joan!). El 6 del servicio tampoco lo aceptó muy allá por los “chorretes”.
Risa floja, por favor. Verónica marketer in the table, recibía su 5,7 con el 4 de la caldereta “intensa a no sé qué coño, pero intensa, que te lo digo yo … ¡Ñín!” Otro 2, por aquello de revisar las puntuaciones. Hasta Joan le costó no mandarla a tomar vías anales ácidas. La vergüenza ajena se metería en la cama con nosotros anoche. ¡Qué tipa! Diego recibía su 5,8, esperando llegar al 6. ¡Vaya objetivo también! Recibía su parte de receta envenenada de la reparte palos: no recordaba ninguna puntuación, pero a pesar de decir que le gustó la caldereta y el ceviche, le escupía un 3. “Toda la vida he sido sincera”, tenía los pesados genitales de afirmar antes de destapar su campanita con un 5.3. ¡Y todavía se hacía la víctima! Vamos a parar un momento para reir todo lo malignamente que podáis (pero no insultéis, mantengamos la calma).
Todos intuíamos que el favorito de Alberto iba a ser quién finalmente fue (en todos los sentidos y detalles). Joan lo dejó claro: “aquí los únicos profesionales que hay somos Alberto y yo”. Mi voto lo tuvo sin dudar.
Y así fue. Nuestro vecino más ilustre de Carabanchel junto a Rosendo le puso un 7.5 a Sa Fonda y, estoy seguro, todos lo celebramos en el sofá. El resto, una vez más, que atiendan a quien sabe. Que recapaciten un poquito.
Parafraseando al mago gris, “los humanos son criaturas sorprendentes. Puedes aprender todas sus miserias en una comida y, tras cuatro comandas, siguen sorprendiéndote para mal”. Sigue in crescendo la temporada. La villana de ayer se ha aupado por deméritos propios a la primera posición y va a costar sacarla de su caldereta de infame carácter.
Ojalá algún día Alberto decida escribir un tratado de “Cómo sobrevivir a momentos de apretura rodeado de calamares en su envenenada tinta“.
¡Ñín!
Gillicrónicas, las auténticas.