Llegamos a 2009. Tarantino nos sirve este maravilloso y vilipendiado spaghetti western en plena II Guerra Mundial. Una de mis preferidas. En Malditos Bastardos despliega de nuevo un suculento menú servido en los ya clásicos pases de este cocinero inigualable del celuloide. Una receta que estuvo macerando durante largos años y que fue variando de emplatado, como hacen los grandes cocineros antes de incluirla en su comanda. Un asado que comenzó a hornearse en 1998, tras finalizar Jackie Brown y que, en principio, se pensó para formato serie. Aquí, mi gilicrónica.
La escena inicial de la película vuelve a dejar claro la importancia de “sentarse a la mesa” como forma de suavizar tensiones y de presentarnos a los personajes. Hans Landa, ese nazi cabrón memorablemente interpretado por un desconocido Christoph Waltz, oficial de la SS, apodado el “Caza judíos”, llama a la puerta de una humilde granja en busca de su presa. Pero no lo hace ametralladora en mano. Ni siquiera muestra un tono verbal agresivo. Junto al padre de familia fuma y bebe un vaso de leche, nada de vino. ¿Por qué estando en Francia no se decanta por éste y sí por el lácteo? Imposible dejar pasar el toque gourmet de deleitarse con producto fresco. Kilómetro 0 absoluto. Eso que cada vez está tan de moda en la gastronomía (y futuro).
No puedo dejar la ocasión de mencionar uno de los grandes mitos del cine actual: Brad Pitt siempre aparece comiendo en sus películas. Y Malditos Bastardos no iba a ser una excepción. Mientras que se dispone a disfrutar del bateo craneal del Oso Judío, siendo “lo más parecido a ir al cine”, saborea un sandwich como el personal que acude a la sala con ingentes cantidades de palomitas. Tarantino no iba a renunciar a un momento clásico de la cinematografía del ex de Jolie. Y es éste el que se encarga en distintas ocasiones de nombrar el chucrut para referirse a los nazis. Al igual que hace en anteriores ocasiones ¿qué mejor que utilizar la gastronomía típica de la zona para describir algo o alguien? Bacterias, el enemigo nacional socialista.
Y llegamos a una de las escenas míticas de esta maravillosa película. Goebbels, sentado nuevamente a la mesa junto a su nueva estrella de la pantalla y Shosanna, discute sobre el cambio de sala para el estreno de “El orgullo de la nación”. El Mayor Hellstrom, oficial de la Gestapo, sirve champán como si de un vino cabezón se tratara. El gesto al verter el líquido lo ilustra todo. La miel no está hecha para el cerdo y, menos aún, en cuanto a gastronomía se refiere. La diferencia entre un buen servicio de sala y uno de temporero inexperto.
Pero, sin duda, el momento gastronómico por excelencia lo saboreamos cuando aparece Landa y se queda a solas con Mélanie Laurent. ¿A quién no le han entrado unas irrefrenables ganas de comer un strudel de manzana tras ver esta escena? Si bien parece que el jodido “caza judíos” nos va a mostrar de nuevo su excelso gusto por la gastronomía al esperar la nata, el final de esta merienda, cucharada a cucharada, llega con lo que simboliza un desprecio absoluto hacia los buenos modales en mesa y respeto a cocina apagando su cigarrillo sobre los restos de este delicioso dulce. Una escena que recuerda, incluso en la forma de paladear el bocado, a nuestro querido Jules Winnfield y la Big Kahuna, solo que el gangster en ningún momento menosprecia la hamburguesa hawaiana.
¿A dónde solemos acudir para celebrar algo y aliviar u olvidar las penas? A un bar, taberna o tasca donde beber con los amigos. “La Louisiane” es el lugar elegido por los miembros de la “Operación Kino” para terminar de urdir su plan, aunque no cuentan con que esté infestado de soldados alemanes celebrando la paternidad reciente de uno de ellos. En uno de los momentos más horrorosos de la historia de la humanidad, esa pequeña taberna sirve de lugar de evasión momentánea para esos uniformes. Así ha sido y así será siempre. En el momento de más tensión y donde esta maravillosa escena de más de 20 minutos comienza a terminar, todavía hay tiempo para nombrar la virtudes de un buen whisky escocés. La gastronomía une, a pesar del intento diario de algunos.
Se acerca el final.
Un maravilloso final de comanda emplatado en ese teatro ardiendo como si de una barbacoa de domingo se tratara. Shosanna y su chico preparan el carbón (película de nitrato) a conciencia para una instantánea combustión, sin esperas. Mientras unos ríen viendo al soldado Zoller en la pantalla, otros prepararan las brasas.
Pero ¿dónde se encuentra el protagonista principal de Malditos Bastardos? ¿Qué hace Hans Landa? Cerrar su círculo del mismo modo que lo comenzó. Sentado a la mesa y brindando, esta vez sí, con vino tras alcanzar un acuerdo que le lleva de villano a héroe. Un trato no es un trato si no se estampa a la mesa y con un brindis.
“Creo que ésta podría ser mi obra maestra”.
(Teniente Aldo Raine)
La semana que viene Django …
Pd.- la obsesión por los pies de Tarantino también hace su aparición. ¿En qué escena?
@disparatedeJavi