He de admitir que cuando supe, hace ya un par de años, que existía Cobra Kai en YouTube me eché una pequeña risa de vergüencita ajena de Flanders. Con el paso del tiempo y la insistencia de amigos y no tan conocidos, me decidí hace unos días a pinchármela en Netflix. Aquí, la #gilicrónica SIN SPOILERS de una serie para nostálgicos con la que reír y sonrojarse en el tatami.
Tras la patada (ilegal) de la grulla con la que terminaba aquella película con la que millones de adolescentes tuvieron sueños húmedos, la vida ha deparado destinos opuestos a Daniel LaRusso y Johnny Lawrence. Ése es el punto de partida de esta serie que ya ha anunciado su tercera temporada.
Más allá del sofoco que pueda producir en esas mentes que ven despreciable todo aquello que son incapaces de procesar y disfrutar sin más pretensiones, Cobra Kai va de segundas oportunidades. Esas que todos merecemos. De cómo tus decisiones e influencias pasadas pueden ser un pedestal de piedra con el que ir hundiéndote poco a poco en tu lago vital. De que las apariencias suelen engañar. De que hay más colores que el blanco y el negro. De lo difícil que les resulta a muchos salir del hoyo por mucho empeño y buenas intenciones que inviertan. De que la violencia no suele ser el mejor camino. De hecho, los enemigos íntimos de Valle de San Fernando, demuestran en más de una ocasión que, hablando y con una cerveza (Coors, por supuesto) de por medio, se solucionan muchos problemas.
¿Nada novedoso, no? Así es pero, recordar, si es para un poco de diversión sin más, siempre es bien.
Historias moñas de adolescentes y mentes anacrónicas de tiempos ochenteros pasados pero demasiado vigentes a parte, Cobra Kai resulta un producto fácil de digerir apoyado en los continuos guiños al pasado (tal vez en exceso), en una banda sonora (⇐) especialmente diseñada para viejunos y en un romanticismo de anti héroe que consigue afiliarte al dōjō de Johnny desde el principio. Los Daniel San perfectos hace tiempo que pasaron de moda. De hecho en más de una ocasión deseas calzarte el keikogi negro y mostrarle el camino del puño al exitoso y prejuicioso vendedor de coches.
Nadie está en posesión de la verdad absoluta. Ni siquiera el señor Miyagi, que en paz descanse.
Yo seguiré practicando mis katas hasta la próxima entrega porque, de raticos, está hecha la vida … y el streaming. De eso sí estoy seguro.
@disparatedejavi