Esta semana la road movie particular del equipo de Pesadilla en la cocina llegaba al “Asador Juan de Austria“, un restaurante de carretera al sur de Madrid, Villarejo de Salvanés, donde Alberto Chicote vivirá un auténtico infierno entre padre e hija. Aquí, la #gilicrónica de #PesadillaAustria.
Lo que se encontraría allí sería a un padre, Enrique, pasado de decibelios y temperatura sanguínea, hostelero con un bagaje de años a sus espaldas, y con una relación bastante complicada con una de sus hijas y cocinera, Mónica, desmotivada y con unas formas, sin duda, adecuadas a un garito de la ruta 66. Camarera obligada a meterse en cocina por su idéntico carácter paternal. Jenny, la otra hija, decidió acudir al programa en un último intento de salvar lo que, a todas luces, tenía pinta de acabar como “La Teta Enroscada”. Abierto 4 años, “Grititos Bofur“, confesaba que tal vez el problema principal fuera él y sus gritos, algo que corroboraba Ana, su pareja: “le suda los cojones que haya gente o no“. A esto se le sumaba una carta (el #disparate dominará la galaxia) “disparatadamente larga“, de unos 200 platos donde podrías encontrar “pollo, pavo, ternera, cerdo, huevos (de esto muchos!) y la madre que me parió“.
(“Have a nice day”, Stereophonics) La primera parada que haría Alberto sería en el restaurante de la hija pensando que ése era su objetivo pero no, Jenny se encargó de dejarle claro que su local iba viento en popa y que era el garito de su padre el que tendría que intentar reflotar. A la pregunta de “¿Cuál es el problema?” respondía sin pestañear: “mi padre“. Por primera vez parecía que todos los implicados tenían claro el germen de la caída en picado. “Me lo estás poniendo bonito“, suspiraba el chef que se santiguaba antes de entrar al supuesto asador de carretera., sito junto a un tanatorio. Tétrico, sí, pero asegurando más clientela. Nada más cruzar el umbral de aquel templo del dolor auditivo conocía a Enrique, que se declaraba “bestia y asturiano“, justo antes de contarnos su carrera laboral internacional a lo largo de 52 años en el negocio: “le he dado de comer a Pink Floyd, Benny Hill, Queen y Freddy Mercury …” (¿en su etapa en solitario?). No sé por qué la gente no mencionó más al pobre Hill en redes. “Ahá, pero, en esos sitios que me dices no te enseñaron a montar el pollo, no?” … “No porque yo era un empleado” … “Claro y ahora que eres el jefe haces lo que te sale de los cojones“. ¡Zás!
El local era realmente feo cumpliendo con los cánones de belleza de un road rest. Unas paredes rojas infernales sobresalían junto a la bola de discoteca que regentaba el salón principal (“Mastretta“) donde faltaban los cassettes ochenteros viejunos de Camela, El Fari o No me pises que llevo chanclas, por mencionar otro clásico.
Sería Ana, un desecho de alegría, vida y felicidad, la que tomaría nota de la comanda para Alberto. Pareja de Enrique que no se le caía el mandil para afirmar que trabajar con él era muy jodido: “a la mierda te vas tú y en ella estoy yo“. Duro comienzo. Tras declinar a ritmo de la “Tarantella” gran parte de esa carta que parecía más bien el menú de una boda en los Siete Reinos, se decidía, tras el chasco de saber que los asados en ese asador solo se preparaban los fines de semana, por una menestra (¿menestra?) por la que había pasado “un camión“, una lasaña que “pasó por el horno en su día y que acabó en el microondas“, una dorada de Lilliput (del Mar Menor, ni de coña) descongelada bajo el grifo y acompañada de un limón reseco como la garganta de un monje cartujo con el que Ana mostraba una vez más su preciosa sonrisa: “¿qué quieres que lo pongamos fresco porque vienes tú?“. Lo dicho, un colmado de empatía e inteligencia emocional. Sin olvidar el cachopo que había “pasado más frío que si fuera una foca” y el bocadillo especial, más por su tamaño adecuado a la tráquea de una pitón que por su sabor. “Porque es mi curro“, es lo que mejor podía definir lo que Alberto tuvo que comer.
Llamaba a Enrique para exponerle el limón gate y éste enfilaba para la cocina para echar el correspondiente puro que entró por unos tímpanos y salió por otros: “no lo hacéis y luego me tocan a mi los cojones“. Los genitales empezaban a cobrar el protagonismo. Era el momento para que el chef conociera a la cocinera y su ayudante, espesa como un parmentier de boniato, Yoli. Mónica decía gustarle la cocina pero que cuando había “mucho agobio saltaba la liebre” de los cojones enormes. Nos confesaba que no le había enseñado nadie a hacer nada: “aquí cueces y luego pasas por la plancha“. De veracidad no andaba escasa. Como le dijo Alberto, ni una puñetera sartén se ponía a los fogones. Esa carta extensa como los estatutos fundacionales del Frente Popular de Judea parecía no ser problema para Enrique “Bombur” que tenía claro que si a un cliente de Jaén que pasaba por Madrid le apetecía una morcilla de Burgos, debía tenerla. Argumento definitivo, sí. Entonces Chicote inspeccionaba la sala de congelados, digna de un refugio nuclear en el que almacenar existencias de cara al apocalipsis. Berenjenas YA REBOZADAS (el colmo del perreo) fue el mejor ejemplo de su filosofía junto al billete de 50 pavacos que salió del boslillo de Alberto para intentar abrirle los ojos a su anfitrión sobre la cantidad de pasta que tenía sin circular. Así se despedía hasta el primer servicio.
Y en él, ¡sorpresa! Al llegar se encontraba con la presencia de Jenny: “ella me relaja más“, decía su padre y, acto seguido, su hija decía estar allí un día sí, otro también, debido a las movidas continuas. “Cómo organizáis la cocina?“, preguntaba el chef antes de comenzar la faena y recibía por respuesta: “no se organiza, mi padre ordena y manda“. Con sus dos huevos, claro. El servicio parecía empezar bajo control y tranquilo a pesar de no haber “espaguetis carbonara” pero esa calma duró hasta que la hija serena tuvo que marcharse a atender su restaurante. El ambiente empezaba a coger textura y un autobús de incautos despistados hacía parada y fonda allí sin saber el infierno particular que vivirían. Comandas tomadas como sudokus a pie de playa, falta de carácter y ganas y un ritmo cardíaco de oso perezoso hacían el resto. Bueno, eso sí, siempre aderezado con gritos de “echarle un par de huevos!” con su correspondiente hostiazo a la primera encimera a mano. Momentazo sonrojante el que vivimos con un plato “combinado” en el que la pieza de carne, debía ser solomillo, era un “trozo minúsculo de”. Enrique dejaba vía libre al animal que llevaba dentro. Plato “pá quí”, plato “pá llá”, sin saber donde ponerlo mientras maldecía el hacer de su hija y tomaba declaración a Yoli sobre la veracidad de las acusaciones de su descendiente … explotaba con un “irrrrrrse a la mierda ya todos!“.
Así, mientras escurrían y descongelaban filetes de emperador (“¿Ahora que hago con ellos? ¿Un cuadro?”), los inocentes excursionistas huían de esa tumba del escarnio auditivo y gustativo. De fondo solo se escuchaba el estribillo de la canción preferida de Enrique … “echaaaarle huevos” … “Pero tú tocándote las bolas“, se atrevía a recriminarle Mónica justo antes de que él acabara derrumbándose ante tal desastre. Su chica, Ana, en otro despliegue de cariño de universo paralelo se acercaba pero huía despavorida al darse cuenta que tenía que abrazarlo, al menos. Recurría a su hija pero ésta pasaba olímpicamente. Alberto les echaba la primera charla y les dejaba claro que, al menos, Enrique, “sentía las cosas como él“: “al menos este tío siente el oficio” … sin duda era el único que, aunque por exceso, mostraba interés en que todo marchara. Su nuera Marga, su hija Mónica, su chica Ana y … y … Yoli, eran jardineras inmóviles.
Dispuestos para el segundo servicio, Alberto pedía a Enrique que dejara el griterío y a Mónica le daba la confianza que solicitaba. También un curso rápido de cómo rellenar la libreta de comandas … tela. “Con un par de huevos, eh“, arengaba Bofur tras comprobar que allí nadie sabía ni el número de mesas. Éste, incapaz de estar sentado y callado, entraba a cocina a dar instrucciones con el convencimiento ante cámara de que “no era necesario que gritara“. Lo que parecía una actitud nueva solo sería pestañeo de postureo. Líos en comandas, clientes esperando y al borde de la desesperación, un ritmo de manatí en cocina, un pollo que sabía a pescado … y “una sartén al fuego ni para dios!“. Todo se hacía en el mismo aceite, en la misma freidora. “No tiene que venir Chicote ni nadie a decirnos algo que he dicho yo 200.000 veces“, seguía calentándose Enrique mientras que Mónica seguía excusándose en “no me dejan tomar decisiones“, algo que desesperaba definitivamente al de Carabanchel. En definitiva, otro servicio desastroso. En la charla, Alberto le dejaba claro que en otro sitio habría durado “minuto y medio“. Recriminaba a Mónica su sangre de no muerta y decía ver a Enrique y verlo “merecerse una segunda oportunidad” mientras que éste volvía a derrumbarse: “es una situación asquerosa verlo así“, decía su hija. (“My shit stopped workin´”, Steve Jablonsky) ¡Pues ya sabes chata!
Alberto y la musiquita de Breaking Bad se llevaban a la familia lejos de la autovía para intentar acercar posturas entre progenitor e hija. Un poquito de “cielo azul” les habría venido de lujo para liberar tensión. Ésta nos develaba el principal motivo de su desidia y pasotismo y no era otro que uno de primero de carrera: “no me siento tu hija“, a lo que Enrique también contestaba otro clásico: “yo sé lo que te quiero” … ya, ya … el problema es que a ella no le llega, Bombur. Jenny corroboraba que el trato a las dos hermanas nunca había sido el mismo y, acorralado por ambas (con Michael Nyman y “su piano” de fondo) y con sus huevos en su sitio y no en el pecho, participaba en la terapia de “acercarse poco a poco” a su hija (ver aquí): “o aprendéis a unir fuerzas o estáis jodidos de verdad“, terminaba Chicote tras su también confesión de haber optado por el camino equivocado hasta que alguien le abrió los ojos. Siempre debes sentirte afortunado si tienes alguien cerca que te haga abrir los párpados ante tu ceguera combustible, siempre. Esa suerte, no la tienen todos. Doy fe.
Con Iggy Pop y su “The Passenger” y The Drums, “Book of revelation“, se nos presentaba el trabajazo de REFORMA habitual, dándole el gusto a Alberto de darle una colleja cariñosa a Mónica por haber escogido el color rojizo que antes bañaba las paredes sanguíneas. Lo que “antes era un chiringuito ahora era un asador” gracias a la NUEVA CARTA para la que el personal decía sin duda estar preparado. Dudas había viendo su saber leal y entender del trabajo duro y rápido (“Comisc”, Australian Blonde).
Todo listo para la REAPERTURA. Pero antes asistiríamos a un momentazo: la camisa que se calzó Enrique para la ocasión que dejó sin palabras a Alberto: “no es fácil, eh!“. Ana se encargó de hacer lo que nadie se atrevía, camisa fuera, ¡POR FAVOR!
Los clientes empezaban a llegar (Vampire Weekend, “A-Punk”): un grupo de ciclistas: “¿Habéis venido antes?” a lo que respondían “sí, sí” y a mi me extrañaba que Ana no recordara a seis tios con mallas y amarillo chillón pero … ¡ea! Mónica organizaba a Yoli con los primeros y segundos y yo volvía a cuestionarme si es que los guantes de látex en cocina son elementos a extinguir. Alberto se ponía a echarles una mano y llegaba el momento crisis craneal de Yoli: “tengo la cabeza hecha una mierda hoy“. No sabía dónde estaban los ingredientes de los platos, agobiada y empanada hacía que su jefa fuera a supurar aceite hirviendo a un rincón de la cocina y que Enrique volviera a la vieja costumbre de los genitales como modus operandi y al hostiazo en la encimera como marcha militar: “si la cocina no sale, se torea a los clientes diciendo que la carta es nueva, hostias! Echarle un par de huevos!“. A la postre, todo sirvió para que, Mónica, al fin, tomara las riendas de la cocina e hiciera que el servicio marchara hacia la eficiencia.
“He visto que quieres y eso es oro molido“, se despedía Alberto de Mónica mientras que Enrique declaraba haber “engordado 5 ó 6 kilos de orgullo” de haberla visto currar así. Ella se emocionaba y le daba un pico a su chica, Marga, y Chicote les pronunciaba sus últimas palabras: “disfrutad, me voy satisfecho” antes de susurrarle a Mónica “no pierdas eso“. (Arcade Fire, “No cars go”). “Es de esos tipos que lleva el oficio en las venas y estoy muy orgulloso de haber podido echarle una mano“. ¡Mucha suerte siempre a Enrique y sus chicas! El factor emocional es siempre fundamental. Es imposible que algo funcione si no te sientes querido, reconocido y arropado en tu trabajo y más aún si es tu padre el que te taladra el tímpano a cada segundo. Pero trabajo, ¡ojo! no simplemente estar y pasear. Y allí, hacía falta mucho cariño. Esperemos que siga así.
Highlights:
– Ana y sus borderías preparadas: “si quieres lo ponemos fresco porque vienes tú” o “si quieres me pongo unos patines y vuelo“. Qué mujer más agradable.
– El estribillo con el que todos nos hemos levantado esta mañana y hemos gritado frente al espejo al ver nuestras legañas matutinas: “a echarle dos huevos, eh!!!”.
– La cantidad de parecidos razonables que volaron anoche en Twitter: Gimli, Don Pimpón, Bofur …
– “Si lo cueces primero y luego lo pasas por la plancha, cómo quieres que quede? pues como un coño“, ejemplo académico de primer curso.
– “Tienes unas dotes de mando para la 7ª división acorazada que …“, la escasa temperatura sanguínea de Mónica hasta que vio a su padre llorar por segunda vez.
– “La Yoli” y su bloqueo.
– La banda sonora, un clásico de esta sección que intento siempre reproducir en links.
– Momento: “Cooooooño!“, con la camisa y ver la cara de Alberto sin saber qué decirle. Esto sí fue una novedad.
– Como siempre insisto … lo agradecidos que fueron Enrique & crew. Todo el mundo merece una segunda oportunidad, estoy absolutamente de acuerdo, pero cuando ves agradecimiento de verdad, apostaría a por una tercera.
– La audiencia de “pesadill@s” que sigue creciendo: ayer 1,9 millones de fieles pinches al igual que los lectores silenciosos de las #gilicrónicas, aumentando.
¡Hasta la próxima pesadilla!
#Written by @disparatedeJavi
#GiliConcepArt by @disparatedeJavi & @scientist_pi … y cía. 😉
#MontajeFinal by @scientist_pi
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