Una nueva entrega internacional de Pesadilla en la cocina nos trasladaba a Utrecht donde, sin duda, Alberto Chicote iba a vivir una de sus experiencias más lisérgicas con Fermín, el propietario del “Ele“, que ele, que ele. Aquí, la #giliCrónica de uno de esos personajes difíciles de olvidar.
Ingeniero paraguayo que declaraba “no saber qué pasaba” con el restaurante para que hubiera entrado en barrena. Susana, ayudante de cocina, nos informaba que años atrás había colas para entrar o Josep, camarero, que también se rasgaba la camiseta de pensar como se estaba yendo a pique todo cuando el emplazamiento del restaurante era inmejorable. Desorganización, cocina y sala no profesional eran las razones principales que señalaban como causa del buñuelesco desastre que allí se respiraba. Eso y … “Soy dueño y artista, quiero diversión“. Toda una declaración de intenciones faranduleras. El amigo Fermín confesaba abiertamente que se pillaba unas jumeras de escándalo para olvidar que no pagaba “ni el impuesto ni el alquiler“.
Con este panorama de serial setentero llegaba Alberto Chicote navegando por los canales (Cooper, “747”) (“The Fixer”, Pearl Jam) hasta encontrarse face to face con otro de los que pasan por derecho propio a integrar el top de Pesadilla. Besos, abrazos, palabras … más palabras … saltitos a lo Chiquito y micro oraciones varias recibían a “Santo Chicote”. “¿Y por qué Ele?“, se preguntaba éste. El ácido cantautor nos lo aclaraba: “Ele viene de los gitanos, que no dicen olé, dicen ele … la fuerza del alma, la creación, eso es Ele“. Conceptos paraguayos de marketing aclarados, pasaban al local no sin antes darse un nuevo abrazo: “Que ya te he dado uno!“, decía Alberto.
Pero no, no se iba a librar de topar pecho con pecho continuamente. Al entrar, Fermín le enseñaba lo que tenía preparado como regalo: un altar con su foto rodeada de velas. Se le veía un tío muy religioso, sí. Un “templo flamenco” con capacidad para 75 personas y donde las fotos ocupaban las paredes de aquel garito tubular. Enseguida veríamos la verdadera vocación de Fermín, al menos, la que él creía tener. Con la guitarra en mano y al grito de “olé mi niño” se sentaba Alberto para la cata de la comida española que allí decían servir. El “canta ingeniero” le adelantaba que el equipo de cocina estaba escaso de experiencia y no trabajaba bien y que durante 7 años aquello fue como un tiro pero desde que todos se fueron iba cada vez más abajo.
“Pues es un sitio bastante pintón“, nos decía el de Carabanchel tras echar un vistazo a la carta. A simple vista todo parecía poder ir bien. A simple vista. Josep cantaba por soleares al confesar que la “cocina no organizada, poco veloz y comida que … podría ser mejor” para acto seguido resaltar “no sé si vendría aquí“.
Un chorizo al vino blanco sin vino blanco y requemándose sobre alcohol, una tortilla de patatas manufacturadas por trolls de las cavernas, berenjenas con miel, mucha grasa y “queso de untar”, una paella, bueno, un arroz de guiris con bocas de mar, un supuesto pollo al ajillo y un Fermín alegando la eximente de ser el dueño y no tener el deber de saber de cocina aclararon el panorama a Chicote. Tras tirar todo a la basura pidió conocer el interior y al resto de personal. El paraguayo, en su particular show, intentaba hacerle la intro como en un combate de boxeo pero Alberto le cortaba rapidito. Conocíamos a Salvador y Víctor, los dos cocineros improvisados. Uno, camarero toda la vida. El otro, 7 meses al frente de los fogones. A simple vista bien limpita – “qué fregao os habéis metido“, les decía – el suelo era resbaladizo a más no poder. Momento “Moon Walking” el que se marcaba el chef antes de otro zasca de los que nos gustan. Salva se quejaba de que tenían que utilizar un “horno sin instrucciones“, cuando en el panel digital te indicaba claramente como hacerte un suflé de berberechos noruegos sin despeinarte. Ocurría justo antes de iniciarse una discusión sobre por qué estaba tan mala la comida: “la hacemos al gusto de Fermín“, decían sin rubor, acusándole de montarse unas buenas juergas con sus amiguetes. Realidad sobre la encimera, Chicote decía volver para el …
… servicio. Nada más llegar encontraba al “canta ingeniero” ya liado con el vino, la guitarra y sus amigos: “estoy en mi salsa“, decía aporreando la guitarrica. Les presentaba a su chica, a sus amigos y a Pepe “el manitas”. Momentazo al llevarse un sustaco cuando se vio en la mano con la extremidad postiza del amigo, “cooooño, qué susto“. Alberto decidía irse a lo suyo, currar y dejar al grupito. “Ellos necesitan de mi energía“, se marcaba Fermín antes de chapurrear “My way“. “Para mi la vida es disfrutar, no pasa nada con 1, 2, 3 copas …“. Se quedaba corto en su cálculo. ¡Menudas tajás se pillaba el amigo! Eso sí, con amigos como “Manitas”, prefiero estar solo con mi guitarra, por mucho que luego se hiciera el machote ante cámaras y cogiera las riendas del servicio.
“La locura está dentro de cada uno“, se venía arriba “Fermi” para marcarse uno de los clásicos por antonomasia del gastroshow cañí: “La Macarena”, ocupando el centro de la sala e impidiendo pasar a los camareros con las comandas. Josep se lamentaba en la cocina mientras esperaba el momento justo de salir corriendo para no llevarse un guitarrazo. Un comensal se quejaba de esperar 1 hora para 3 platos y otro declaraba abiertamente que la comida y el ambiente eran lo menos. Unas españolas le cerraban la garganta con un “nos gusta la juerga pero queremos comer“. ¡Zás! Todo maravillosamente organizado.
Alberto intentaba que se centrara pero Fermín no sabía ni por dónde venía la luz: “pero si yo lo estoy haciendo bien“, decía … “sí, divino“, le contestaba demasiado tranquilo para lo que estaba viendo el chef. Soltar la copa de vino, tampoco se le caía. No se le ocurría mejor solución que coger unas cañas y entrar en la cocina para decirle al personal (con la sala repleta de gente esperando) que parara y brindaran. Evidentemente la idea fue rechazada y él solo sabía decir “hostiaaaaaa“, cada vez que Chicote le echaba un puro. El pedo que llevaba ya no le dejaba casi ni enlazar frases con sentido y aquél optaba por echarlo del restaurante al ver que era imposible razonar con semejante esperpento humanoide. ¡La primera vez que veíamos como el dueño salía desfilando a la calle y no por voluntad propia! El servicio salía mejor sin él y su puñetera guitarra y flipábamos con “lo mamao como un piojo” que el amigo iba. “Pues esto no es nada“, decía Susana.
Al día siguiente quedaba con él para intentar centrar el tema y “buscar una salida al vacío sin salida” que decía sentir acumulando una deuda de 60.000€ por no pagar el “impuesto y alquiler“. Finalmente prometía dar el “100% de implicación” para revertir la situación (José González, “Down the line”) . Un nuevo servicio comenzaba ya con “la primera en la frente“, las patatas para la tortilla sin freir, Fermín se calzaba un chupito a escondidas, el primero, y Miguel se ponía tenso con su nuevo cargo de organizador. Alberto salía a darle un par de toques a Fermín, primero por ver que seguía sin hacerse cargo de nada que no fuera la dichosa guitarra y el hacer sangrar tímpanos con sus melodías y, segundo, por seguir estorbando a los camareros. Chupito. Último aviso sobre el instrumento de cuerdas. Se hacía el interesante entrando a cocina preguntando por la “mesa 23” … no existía dicha mesa. Volvía a la sala. Chupito. Más guitarra. Chicote estallaba y llegaba el momentazo de la noche: al canal, “a tomar por culo la bicicleta, ¡A TRABAJAR!“. Fermín veía como su mundo se desintegraba y hacía lo que no pensábamos que haría: lanzarse al canal, cruzarlo, recuperar a su querida extremidad y reprocharle a “manitas” que no se hubiese tirado a ayudarlo con su mano aún articulada. Dantesco. En la cara de Alberto se vio preocupación. Al menos yo, la vi. Todo terminaba empapado pero bien y hacía que viéramos una nueva charla con “el dramitas” de Fermín: “harías lo mismo por tu guitarra que por tu negocio?“.
Llegaba el momento de la REFORMA (de @ebarrera_). Una nueva demostración de cómo darle un giro de 180º a la catástrofe anterior. “La taberna que yo quería“, gritaba Fermín quien, todo hay que decirlo, siempre se mostró agradecido con el equipo del programa. Su chica, emocionada. No era para menos. Susana se aprovechaba del momento de subidón y le llamaba “mamón” y el culmen era cuando Alberto le enseñaba el escenario del que nunca más debería salir. “Es como volver … la canción“, y se arrancaba a cantar de nuevo mientras veía la NUEVA CARTA que nos hacía salivar. Para estos momentos ya tengo mi avituallamiento preparado. Nada de ser novatos. “Ahora tengo una comida realmente española … ¡Viva san Chicote!“. (“Volver“).
Una REAPERTURA calentita se preveía. Nadie daba un duro por Fermín y, sin embargo, nos calló la boca y los tuits a todos. Un conocido de Chicote venía para echarles una mano con el jamón y algo de labia. Pero el personal, desde el primer momento, no respondió. La mayoría se había quedado durmiendo y había llegado tarde con lo que nada estaba organizado. Pepe “Manitas” declaraba gustarle más ahora que antes el restaurante (¡nos ha jodido!). La cocina no marchaba: huevos que acababan en el suelo, Miguel que no sabía ni dónde tenía las pestañas (“más perdido que un cerdo en una perfumería“) pero allí que aparecía Fermín para poner orden, organizar, animar, arengar y recibir, por primera vez en todo el programa, la aprobación orgullosa de Alberto. Todo terminaba con él y su guitarra arrodillándose ante quien le había dado la última oportunidad: “verte al mando me ha hecho muy feliz. Pido interés, esfuerzo, compromiso, ganas … y no siempre lo consigo“, escuchaba del madrileño. Al resto, “falta más ganas y compromiso” y les dejaba un recadito directo al cráneo y pecho: “él os ayudó, devolvedle lo que es de justicia” (Orobroy).
Sin duda, el programa de ayer estuvo a la altura del estrenazo de la semana pasada. Fermín, Poyatos y Fred-Tienda es un trío imposible de olvidar. Qué fue de los dos negocios anteriores, ya lo sabemos pero ¿qué será del “Ele”? Visto lo visto ayer espero que esa falta de ganas que desprendía el equipo de cocina no termine por empujar nuevamente al lisérgico paraguayo a empinar la botella más de la cuenta. Ojalá no sea así. Todo un personaje anclado en su mundo pero que, sin duda, carecía de malicia. Un consuelo nos queda, los coffee shop ya no los tiene a mano. Lo que tengo claro es que si no le gustase el flamenco sería el idóneo para dirigir una iglesia de gospel. ¡Suerte Fermín! Aquí, la web.
Highligths: imposible acordarse de todos los recuerdos que nos dejaba …
– “La creación … eso es Ele“, qué mejor resumen de todo lo que vimos. Su egocentrismo, los títulos de crédito.
– “Si viene un valenciano te corre a gorrazos“, al ver la supuesta paella.
– “Parte de nuestra bandera es la comida y esto ni se parece a lo de casa“, les decía Alberto. Pero ¡ojo! que no hace falta irse a Utrecht para pensarlo … y verlo.
– La espera de los camareros para salir corriendo de la cocina con las comandas cuando Fermín dejara centímetros de pasillo libre en la sala. “Corre, corre, corre!!”
– Ver echarle ajo a la tortilla … “he sentido como la Fuerza se estremecía“. Referencias que nunca pueden faltar.
– “Lo primero para mi es el arte, que me tiren flores … la comida, ya vendrá“. AaaaaaaaaMénm, eso es “ponerse flamenco”.
– El cariño que parecían tenerle realmente.
– Y, sin duda, el ancho de canal que se marca para recuperar su guitarra. Patético a la par que desternillante y triste. Una escena capaz de potenciar distintos sentimientos. No lo neguéis. GRANDIOSA.
Antes de despedirme y agradecer vuestro tiempo, recordaros que a lo largo de esta semana y hasta el estreno del próximo programa, podéis participar en el concurso #disparate patrocinado por @Picglaze para conseguir en formato PicPóster cualquiera de los montajes que preparamos para las #giliCrónicas. Las bases, aquí. El jueves de la semana que viene, el ganador.
#Written by @disparatedeJavi
#GiliConcepArt by @disparatedeJavi & @scientist_pi
#MontajeFinal by @scientist_pi