A Sant Boi de Llobregat que viajábamos con Alberto Chicote a vivir una auténtica #PesadillaSubmarino con Manuel, el contable aficionado a la pesca de altura y a las pantallitas tras ejercer ante su hoja Excel durante 40 años. ¿Y qué hago si me quedo sin trabajo? Pues montar un restaurante, pandemia nacional. Aquí la #gilicrónica de un capitán al que le gustaba torpedear su nave y tripulación. Dentro música.
“Mi familia me quiere mucho, si no, no lo haría“. Más tarde sabríamos que lo que él entiende por “querer” significaba para Carmen “recuperar todo el dinero que he tirado por la borda con tu IDEAZA”, esa “original, diferente y exclusiva”. Eso sí, parte de culpa recaía en ella por tragarse el “vamos a montarnos en el dólar vendiendo comida para la resaca de jueves” y no parar máquinas. Verónica “pelazo”, la hija de Carmen, confesaba la ruina de casco que tenía el negocio y que era la cuenta bancaria de su madre la que soportaba el balance imaginario del contable gafao.
Y aparecían las gafas de realidad (nada de virtuales) con Matrix de fondo y un trocito de nuestra vergüenza ajena se pixelaba en 16bits. Deudas y más deudas era el plano dimensional por donde navegaba este aventurero sin brújula. The Dandy Warhols era la intro para la llegada a este puerto sin mar donde se encontraba varado El Submarino. Lo primero que llamaba la atención era lo enorme de este #foodtruck, más bien trailer truck. “Saca el periscopio y vive la aventura por 2€”, marketing contable como entrante. ¡Qué difícil entender que alguien invierta todo su dinero en un negocio del que sabe no tener ni puta idea!
¿Qué fallaba? TODO. Aquel Nautilius delirante hacía aguas por todos sus costados. Una carta impresa con dibujitos prediseño Word y para un cumpleaños de bolas. Sin plastificar, al aire libre. Opciones escasas. Calidad de mierda. Realidad virtual de ballenas y delfines con publicidad encubierta de Facebook. Visionario. Aparecían … los montadidos, su estribillio favorito. Su constante. Un trozo ínfimo de pan con cualquier cosa encima. El chef sufría la comanda y Manuel jugueteando con sus gaficas. Carmen a punto de introducírselas como una boa come un inocente conejo. He comido manjares excelsos tras una noche de farra mucho más apetecibles que lo que ayer degustó Alberto. “Cada uno tiene sus gustos”, decía ante cámara sin sonrojo. Claro, Manuel, si llevas a una cabra seguro que se lo come todito sin rechistar.
Inspección del navío de secano. Todo lleno de agua, goteras y mierda pero es lo que tienen “los prototipos” o ¿creéis que el de Isaac Peral era perfecto? Tritón llévame pronto. Asistíamos a una clase de primero de física: saber distinguir H2O de porquería. Alimentos sin etiquetar “hoy no” y una cadena de frío que ni en el ballenero de Ahab. Casi todo preparadito en casa, al coche y para el submarino. Conocimientos de navegación hostelera inexistentes. Un rumbo bien fijado.
A por la primera parte de este crucerito del horror a ritmo de Strokes. El contable pescatero nos contaba su aventurita 3D, salvar un pueblecito de un ataque de tiburón, pero que no funcionaba porque “el ratón de abajo” se había jodido. Abajo el periscopio vergonzoso. Carmen confesaba que de pareja de Manuel tenía lo mismo que de arponera. Una mujer que, imagino, por pena y cariño decidió apoyar en su locura (y no hacerle ver lo estúpido del viaje) al que antaño fuera su partener de almohada. MAL, las parejas están también para abrir los ojos cuando las legañas de tu orgullo te lo impiden. Para este descalabro aparecían sus ex-cuñados con el fin de intentar achicar incompetencia. Labor imposible. Todos se movían como los Marx en su camarote de inconsciencia. Una cola de pasajeros se impacientaba por inanición a riesgo de dejarse la dentadura con el pan congelado que en este crucero del horror servían. Sonaba el éxito de la noche: montadito, montadito, montadito … un puto desastre. “Esto no es un trabajo, es una mierda”, sentenciaba Carmen. Amén. Manuel sacaba su sonrisa de oficinista con el rapapolvo de Chicote. Esas sonrisicas que taaaaanto nos ponen.
El capitán de timón torcido sacaba las cuentas. Unas deudas que ascendían a más de 40.000€ y una lista de acreedores eterna. Pues si vas de capi, brazalete de capi. Lo que debía ser un estímulo se convirtió en una carta de navegación directa al hundimiento. Viajecitos con un vaso en cada mano. Para bandejas ya sabemos que no hay espacio en un submarino. Cada día numeraba la carta como le apetecía. Los pasajeros se amontonaban en barra ante la incapacidad de Manuel de controlarlos. Todo le llevaba a dar un espectáculo lamentable ante y frente a todos que terminaba con madre e hija saltando al agua y dejando al contable que se hundiera en su miseria orgullosa. Que para eso él mandaba. “El cliente no siempre tiene razón porque hay todo tipo de clientes”, pero claro, con alguien como tú cualquiera tendría patente de Corso para torpedear aquello. Es lo que tiene poner cargas de profundidad sobre tu propia línea de flotación, tu familia, la que ha aguantado que te embarcaras en este gran disparate.
Entre líneas, chorradas y vanidad impresentable brillaba en los ojos de su capitán el dorado de los doblones que pretendía sacar de Pesadilla en la cocina: “solo hay UN problema, el económico”. Es lo que tienen los contables, que cuando se descuadra el balance, se tambalea su economía emocional. “Yo no me he perdido, han sido los demás”.
Al día siguiente y con Radiohead Alberto visitaba el módulo de camping donde Carmen le dejaba vivir. La parcelita de su mundo inundado de fantasía numérica y amorosa. Muy a su pesar ella hacía acto de presencia y asistíamos a un momento “corazón de marinero despechado” … cuanto menos psicológicamente preocupante. “No me veo sin ella”, no me extraña. Si no fuera por la pasta que había metido allí Manuel habría pasado por la quilla hace tiempo.
Tras la reforma se trasladaba El submarino al Puerto de Garraf, Sitges, dejando aquella plaza infame donde se anclaba. Las cuentas comenzaban a cuadrar en la mente de este visionario de las finanzas. Con su jueguecito última generación en funcionamiento y una invitación a Vermut Solidario … ¡ay la que liarían! Presentada la carta de “submarinos” no montaditos, con Love Rollercoaster de fondo, las ilusiones se renovaban. Nuestra confianza seguía tambaleándose como las piernas del capitán.
Zarpaba el servicio de reapertura con un contable al que le daba por darle a cada carta la numeración que le salía del periscopio. Pedidos que llegaban a mesa y no tenían nada que ver con lo que querían. Manuel dejaba claro que es imposible llevar una bandeja con tanta zozobra interna. Alberto se mordía el paladar por no mandarlo a tomar por erizos. Verónica cogía el timón y fijaba un rumbo, cuanto menos, suficiente para volver a puerto. Y como regalo al dejar la embarcación, gorrita de marinero para el de Carabanchel que se marchaba de allí dejándolos a su buena ventura y corriente tras obsequiarles con una brújula a seguir.
Ojalá no le de más por el brain storming marino a Manuel y se centre en la oportunidad que le han brindado. Parece que las noticias son buenas y El Submarino, al menos, se mantiene a flote y sin vías de agua que anuncien su entierro en los fondos oceánicos del desconocimiento. Aún no se han cruzado con el kraken.
7 años se cumplen hoy desde que llegara a nuestras pantallas Pesadilla en la cocina y, sin duda, podemos afirmar que es uno de esos programas que cambian parrillas de montaditos, de audiencias y más allá. ¡Bravo!
La semana que viene … “Pepe´s Cantina” … id preparando vuestra propia carta de navegación porque esta temporada va viento en popa y motores a piñón.
@disparatedeJavi
(portada: @scientist_pi)