(Intro) Ni Alberto Chicote ni los más de 1,9 millones de pesadilleros que estuvimos pegaditos a la pantalla olvidaremos su primera visita a Melilla. Mohamed el viajero limitado que quiso reinar y familia sirvieron en bandeja de plata moruna unos días más que intensos al chef. Aquí, la #gilicrónica de #PesadillaTetería.
Con una de las bandas sonoras más ilustres de la historia del cine de fondo conocíamos al susodicho, al frente del negocio 4 años, tras haberse marchado en busca de conocimiento ancestral y lisérgico a los 17 años recorriendo su micro mundo en el que solo países como Gran Canaria y Granada aparecen en los mapas. En este último continente encontró a una sabia morisca que le enseñó los secretos de su cocina nazarí extraídos directamente de “manuscritos del Al-Andalus” ocultos en una alcazaba de cuyo nombre es mejor no acordarse. ·”En una cueva del Albaicín me enseñó a hacer las especias entre flores y mezclas” … me da que también te enseñó el arte de la pipa. Unas recetas que ni siquiera su primo Jaimito, el villano de la noche, conocía. Nos presentaban a dos de las camareras que más nos han podido alterar la temperatura sanguínea con sus continuas risitas: Yusra y Lamia. “Nadie es poeta en su tierra”, decía Moha. Tócala Sam. Yusra II del Imperio de dos Provincias allende el Estrecho tenía claro que el principal problema era su marido: “es muy hestérico”.
Con esta pastela infame llegaba Alberto Chicote (Rachid Taha) a recibir unos cuantos “besos de camello” del grupito que allí encontraría. Enseguida conocería al poeta que quiso reinar más allá del muro de los conocimientos (cabecera GoT incluida) con su autorretrato al más puro estilo “Loro Azul” colgado sobre la entrada. Las coñitas de las féminas de fondo. Con las nalgas bien aposentadas, Mohamed ilustraba al chef sobre su sabiduría, siendo “pionero del te” fusionando conocimientos de camarero y cocinero en discotecas que hicieron que diera con sus huesoversos en Granada, el centro de su interminable sapiencia. “Me gustaría expandir mi conocimiento al mundo”. Tócala otra vez te he dicho, Sam. Deja a los príncipes de Bulgaria que olviden. “Abro para pagar” (segundos de silencio). Las primeras lágrimas de teína surcaban sus bronceadas mejillas.
Llegaba el momento de catar esas maravillas secretas aprendidas con un temazo mientras las camareras se comían la tarta que su madre le preparaba todos los días. Decía que enviaría a una de ellas a tomar nota de la comanda pero como tenían los carrillos llenos, Alberto iba a conocer al verdadero piojo en los cojones de la noche, Jaimito, el primo Pesci de Melilla. También se desvelaría la psicopatía de Moha con sus recetas. Nadie sabía qué llevaba cada plato. Aparecía él con un te y unos dulces árabes, lo más recomendable como aperitivo. Lo sabían los bereberes y él, más. La carta destilaba poesía arrítmica. En cocinas, la importancia de llamarse Ernesto cuando tu nombre es Néstor jugaba a sus pociones. Pasaba media hora y Jaimito llegaba tranquilo a ver qué quería probar el de Carabanchel. ¡Juás! ¡Chulitos a un carabanchelero!
Y entonces la poesía desapareció junto a los conocimientos culinarios. Cuando hubo que triturar garbanzos, compactarlos y especiarlos sin criterio alguno, vale, pero cuando hubo que cocinar se vio realmente la asonancia de las manos de Mohamed. La pastela de marisco mal oliente hacía sacar al macarra que Jaimito llevaba dentro que ponía en duda el olfato de Chicote: “para mi huele bien”. Vale, sí, para ti la pastelaca. Llegaba entonces “la discordia”, “calité” de beca Erasmus, un crepe como el que te calzas a las 7 de la mañana con unos cuantos decilitros de mojitos encima. “Eso te lo ponen en la mesa de tu casa” después de haberte fumado dos canutos “y te lo comes y vuelves a repetir”. Todo un sabio de barrio Jaime Pesci. Lo único que triunfó fue la tarta de zanahoria de la madre. ¡Ñam! 4 años llevaba haciendo tartas la señora, lo que hacía sonar acordes de La lista de Schindler y soltar lagrimal. Otra vez. Sam, algo más animado por favor.
(Catch me up) Comenzaba el servicio y Mohamed ya se recalentaba con ErNéstor por culpa del emplatado. Las mesas sin número porque estábamos en “Época Nazarí”: cajón derecho, vip 1, 2, 3, … comandas poéticas que ni él entendía pero que “guardaba en su cabeza” viajera. Las camareras, con sus risitas. Tiempos medios de espera de 30 minutos. Jaimito dando más muestras de su educación y hostiabilidad. Organización inexistente en ese mini camarote de los Marx que era la cocina. “Me he liao” “muriendo de ganas” podría ser el resumen. “Yo voy a dar mi último deseo … que me dejen hablar con mi madre antes de morir aquí”, decía Alberto bien estrujadito en una esquina. Arroz pasado, carne fría servida por alguien al “que pagaban por pensar y llevar restaurantes”. Ahora, La Marsellesa Sam, por favor. Salmón ahumado pasado por el micro que le empujaba a seguir diciendo chorradas como que unos guiris franceses le dijeron que se habían comido el mejor crepe de sus vidas. Lo que parecía un poeta se convertía en un fanfarrias sin ninguna autocrítica. Clientes que desfilaban. “Si alguien supiera los secretos que tengo aquí me llevan hasta la India”. ¡Encarcélelo, capitán Renault!
Tras el servicio de las mil y una estupideces que nos regalaron, Chicote intentó charlar con ellos pero lo único que recibió fue la chulería despreciable de Jaimito, con su puto palillito en la boca, la ignorancia supina de Mohamed y el destape de estupidez de ErNéstor. “¿Me estás llamando mentiroso?”, estallaba el chef. Si juegas con niñatos se te miccionan encima (música de fondo), solo que éstos merecían una reprimenda más bien física (Smashing Pumpkins). “Time goes by“, les decía nuestro romántico Rick.
“Wonderwall” de Oasis sonaba mientras que Moha, Yusra II y la gran Mamma recibían a Alberto en su casa para contarles sus problemas y, sobre todo, para recibir su reprimenda (bastante suave fue para lo que llevaba en su chilaba). Chorradas psicodélicas e historias de multiversos paralelos fue lo que tuvimos que escuchar del gaznate del protagonista. Todo un oasis lejos de la realidad. A estas alturas estábamos hasta los pistachos de oirlo hablar de sus conocimientos y experiencia.
(POP ETC) Para el segundo servicio íbamos a asistir a una clase de “organización nivel 1”. Ya con la referencia de la puerta y los números veíamos los primeros cerebros humear. “Algo se me va olvidar” … su esposa llegaba para comprobar de primera mano la realidad alternativa de su marido. El baile de despropósitos comenzaba (Grease). El enlace entre cocina y sala, Jaimito, entregaba platos sin decir a qué mesas correspondían. Sin cubiertos en ellas. Al final los servía él mismo pasando de las chicas. Una vez más, comensales sin atender.Todos metidos en la cocina 3×3 como los Hermanos Marx, solo que ellos sí tenían gracia. El mini Pesci de Melilla sacaba el palillo a pasear y se ponía gallito con su primo, el jefe: “te pones el gorrito negro y te crees el ninja”. Yusra II sufría en primera fila. Otro puto desastre organizativo y, por qué no decirlo, de valía. Pero Jaimito y ErNéstor, los chicos del barrio, no habían terminado su particular show. Sin ni siquiera escuchar acababan con la paciencia de Alberto que tragaba sangre por no empezar a soltar sabiduría como lo hacía Bud Spencer. Hasta el propio Mohamed perdía los nervios con ese par de pandilleros. “Siempre hay que aprender de la gente”, fue lo único racional que le escuché.
(Radiohead) Alberto se citaba con Moha para dejarle claro que su poesía y conocimiento quedaban muy lejos de saber llevar un negocio. Ni los conocimientos básicos. “Me licencié en los tes”. Dilapidador. “Bring the light” era el tema perfecto para ese abrazo lloroso entre los dos. Al menos, parecía que quería su ayuda. El único que lo demostró. Ahí que se llevó a los del barrio y a su jefe a la Escuela de Hostelería de Melilla (¡Chulada!) a cocinar un bacalao con crema de espinacas pero, sobre todo, a mostrarles que unas patatas fritas y pechugas de pollo tras hincarse unos chiflis no es cocina. Mientras tanto el equipo de reforma daba un nuevo aire al abrevadero de camellos que era antes #PesadillaTetería. Pero la foto del Poeta que quiso reinar sobre el conocimiento se quedó. Cocina nueva a estrenar, botes de cristal y una nueva carta que de sacaron el agradecimiento del Rey. Hambruna me dió. Me flipa la comida marroquí. Eso sí, no pudo callarse el decir otra vez que se había hinchado a recorrer mundo … Sam, quema el piano.
La reapertura parecía estar organizada. Comandas entrando y padres y esposa de Moha de comensales. Pero unas berenjenas requemadas hacían temblar el servicio. Alberto desplegaba sin cesar instrucciones para que todo fluyera. Clientes “iN-impacientes”. “He notado que no estaba tan preparado como yo creía”, ya era hora chato. Buscando aceitunas para evitar la inanición de la sala. ¡Orden coño! Tras la arenga del chef todo fluyó y salió adelante. Dudas más que razonables había anoche pero cuando Mohamed dejó atrás sus chorradas y desvaríos, aparecieron las sonrisas de un trabajo bien hecho, al menos, conseguido. Y el agradecimiento que parecía nunca llegaría. La tetería sigue abierta. Bien.
Programón que disfruté mucho anoche a pesar de los momentos en que una violencia gratuita se apoderó de nosotros viendo a los ya harto mencionados pandillitas. Solo un romántico como Alberto Chicote es capaz de soportar tanto para recibir tan poco. Sin duda, anoche fue el comienzo de una bonita amistad con Mohamed. (Fratellis)
¡Hasta la semana que viene! Hay otras crónicas pero ni son las #gilicrónicas, ni son las auténticas.
(cartel by @scientist_pi)
@disparatedeJavi