El rompenieves de los 1001 vagones llegó a destino. Un final de trayecto que se ha ido mascando durante los diez episodios de esta primera entrega. A cada minuto que el caballito de hierro avanzaba resultaba más evidente que no iba a quedar en una mera versión de la novela gráfica «Le Trasperceneige» y que, a pesar de los guiños a ésta, tampoco resultaría un remake del peliculón dirigido por Bong Joon-ho. Aquí, la #gilicrónica SIN SPOILERS de Snowpiercer, en Netflix.
Si “La Máquina” del señor Wilford en la versión coreana llevaba 17 años circulando, en la plataforma reina del streaming son 6. El vestido es el mismo: catástrofe mundial, tren donde hay clases, desde la cola a la cabeza … pero el argumento no se centra en esa lucha por la supervivencia de la dignidad humana sino que el punto de partida es un asesinato. ¿Y a quién llamar para resolverlo? A un tal Layton, ex policía, que es sacado a rastras del último vagón, donde se mascaba la revolución, a fin de que solucione el delirante crimen.
El billete que sacamos en este Snowpiercer es un ticket difícil de soportar cual trayecto Murcia-Madrid en Renfe. No, no os rasguéis las vestimentas aquellos que la habéis disfrutado. No pretendo tirar el tren a la chatarrería. Pero en esta versión pierde gran parte, por no decir casi todo, de ese aroma original. Es absurdo y una pérdida de tiempo, como he dicho en otras ocasiones, querer hacer comparaciones si se quiere disfrutar de su visionado. Aunque sí he de confesar que este viaje lo he hecho más por inercia que por placer. Me ha costado no tirarme de él en marcha. Gran parte de culpa de que haya resistido bien mullidito en mi asiento de tercera clase la tiene Jennifer Connelly que, para los que aún no hayáis reservado plaza, os adelanto que nada tiene que ver con el excelso papel que interpretó Tilda Swinton. Pero ella, y solo ella, ha hecho que lunes tras lunes acudiera a la estación a ver pasar los 1001 vagones.
Esa tensión social y moral que nos regalaba la obra original se ve abducida enseguida. No es que se olvide pero sí queda en un segundísimo plano a pesar de los intentos dialécticos del personaje de Daveed Diggs. Los flash backs para macerarnos los personajes principales también quedan en sal mojada. ¡Y claro! ¿Cómo no? ¿Cómo resistirse a meter el amor en diez episodios? Un residuo al que tampoco encuentro sentido alguno. Pero, quizás, lo que más hace que no sienta apego alguno por el supositorio ferroviario sean los propios escenarios que se nos muestran. De claustrofobia más bien poca. A ratos me ha dado la sensación de estar en un crucero con estancias imposibles. Bueno, eso, y que recorren el millar de vagones como si de un autobús a Torrevieja se tratara.
Tal vez, y solo tal vez, lo mejor de este trayecto circular sea el final del que no quiero hablar pero sí diré que me ha dado un empujoncito a la hora de acudir a la taquilla para el próximo viaje. El tren de los 1001 vagones y desquicies tenía claro desde el principio que no pararía.
@disparatedeJavi