Y llegó el tan ansiado momento de sentarme a la mesa de Sacha. Cuando un cocinero es tan admirado entre su gremio es de necios no hacerlo o tardar tanto como yo. El sábado noche marqué una “x” más en la lista de deseos culinarios cumplidos. ¡Y qué forma de hacerlo!
Nada más llegar se dibuja una sonrisa en tu cara al ver el decorado: una terraza de verano que parece abrazarte, Madrid, silenciosa, acogedora y, por qué no decirlo, con el aire exacto de romanticismo sin empalagos. No se puede entender todo esto que os digo sin mencionar el extraordinario servicio de sala. Trato cercano, correcto, profesional, elegante pero al mismo tiempo, como parece ser Sacha, aderezado de un tono cachondo necesario para no solo hacerte sonreir con sus platos. Otro ingrediente para hacerte sentir FELIZ.
“Es momento de mancharse las manos“, nos decía nuestro genial camarero mientras nos servía unas “Cigalas con vermú“. Con un producto así me embarraría hasta los pies. Simplemente tremendas. El toque del “vino” remataba por la escuadra del paladar el plato. Para comerse la captura de un día. Seguíamos con la “Sardina y ajo blanco“. Menuda textura y sabor de este último. El mejor que he probado nunca. Ligerísimo, casi invisible, deje de ajo que cedía todo el protagonismo a la almendra. Junto al lomito de pescado formaban un combo (voy a ponerme grosero) jodidamente redondo. Nos mirábamos y seguíamos sonriendo.
Las cejas volverían a arquearse al probar la “Falsa lasaña de txangurro“. Menuda delicia. Una suavidad en el crustáceo difícil de superar. La laminilla de ajo y la guindilla terminaban de ensalzar lo que se escondía bajo el wan tun. Otra mirada, otra sonrisa antes del “Bonito escabechado a la antigua” acompañado de “Tomate feo de Tudela“. El pescado con un punto perfecto y un sabor que se elevaba al recuerdo imperecedero cuando lo mezclabas en boca con el tomate. ¡Que se jodan los guapos! Sabor y olor, olor y sabor. Más.
Turno para “la pizza cuatro quesos“, “La tortilla vaga de trufa y papada Ibérica“. Tal vez, y aunque parezca una barbaridad, el plato más “flojo” de la noche. El sabor contundente del huevo (no los que soléis comprar en la gran superficie de producción industrial) difuminaba bastante el de sus otros dos compinches de receta. Opté por disfrutarla dejando gran parte de la tortilla para el final y aderezando con un pellizco los bocados de los otros dos excelsos ingredientes.
Ahora los carrillos, además de felicidad, indicaban que estábamos muy, muy cerca de sentirnos más que saciados. Pero Sacha, el momento, merecía un esfuerzo. El partido se iba a rematar con el “Steak Tartar” (ya sabéis, otra de mis obsesiones). ¿Y qué deciros? Pues que, junto con el de César de “LaKasa”, el mejor que ha entrado en mi cuerpo. Al primer bocado olvidé de inmediato que mi estómago me pedía parar. Lo devoré sin pestañear. Otra delicia más. SABOR.
Cuando pedíamos la hora al árbitro, nuestro encantador camarero nos decía que no, que no corriéramos a la ducha aún que faltaba la prórroga. Pero un tiempo extra así lo firmo todos los días. “La Tarta dispersa de queso” … si llego a negarme a probar esto habría estado dándome golpes contra un muro de titanio. ¡Mamma mia! Dispersa será la “decoración” del plato pero – sí, soy insistente, por algo será – el SABOR hizo que termináramos enamorados como adolescentes de Sacha. Hubiésemos corrido a abrazar al árbitro con su último “silbatazo”. Tremendo cierre.
Del “Sachismo“. Ahora lo entiendo, comprendo y abrazo. De la grandeza de no buscar artificios muchas veces innecesarios. Nada de adornos, técnicas de laboratorio o pasarela, cortinas gelificantes o golpes de arquitectura modernista gastronómica … solo SABOR … SABOR, SABOR y más SABOR extraído de un producto de primera división tratado con un cariño que se transmite a la perfección.
Me declaro “Sachista” sin pestañeo alguno. No hacerlo es de ateos rabiosos. Vosotr@s sabréis qué hacéis. ¿Lo mejor? Parece que volveré en breve muy bien acompañado.
@disparatedeJavi