El nombre lo dice todo, solo que 47 Ronin sí tiene amo, su chef Borja Gracia. Una sucesión de sabores, aromas y texturas que hacen que tu viaje por la cocina japonesa creativa que te regala sea una delicia. Aquí, mi #GastroDisparate.
El menú degustación de 47 Ronin va cambiando en función de la temporalidad del producto así que, esta vez, no os castigaré con nombres interminables de platos o ingredientes sino con una auténtica #gilicrónica de sabor y placer. Tampoco podría describir la ingente cantidad de productos utilizados en sus elaboraciones. Los recuerdos que aún perduran en mi paladar son la mejor historia.
El tomate fue el protagonista del primer entrante. Maravilla fresca la de esa mini tartaleta de cherrys rematado por el mochi salado. Pasito previo al primer platazo que degustamos un taco de obulato cuyo relleno trajo el silencio y miradas de felicidad a nuestros rostros. Tras él, una “manzana de feria” rellena de foie y avellana que, si bien era perfecta en ejecución, me cojeó en sabor, tal vez por la excesiva refrigeración.
Pero la llegada de la ostra nos devolvía a la montaña rusa de sabores con la que te agasajan en 47 Ronin. Mi debilidad por este molusco hizo el resto. Otra maravilla. Sigo suspirando por ella. Al igual que con su sucesor, el tofu y frutos secos, con un juego de textura genial.
Tras él, calamar y coliflor. Quizás se echa de menos un poquito más de sabor del cefalópodo absorbido por la cremosidad y potencia de la que realmente es protagonista del plato. Has de esperar al “regusto” final para disfrutar del mar. Mar que llegaba con el carabinero. El tratamiento del producto es sencillamente magistral.
Como lo fue la vieira con katsuobushi … ¡espectacular! Otro de los top del menú degustación. Podríamos habernos comido media docena de ellas. Junto con la ostra los dos que me desintegraron de amor. Es lo que tiene el mar, me pone cursi.
Llegaban el canelón de cangrejo real y arroz inflado y el mero con falso risotto de trigo. El primero me encantó, el segundo, y ante mi sorpresa, llegaba algo pasado de cocción. Ambos mantenían el sabor por bandera.
El final del camino se avistaba y era momento de endulzarnos la inminente marcha con “manzana, te y pistachos“, un postre que me maravilló antes del “chocolate y frambuesa” que satisfizo el ansia cerebral que siempre te pide un chute azucarado. A pesar de creer que habíamos terminado el camino del samurai en desgracia pero con su honor intacto, unos petits cítricos y un nuevo deseo chocolatero, nos deseaban buen viaje.
47 Ronin supone una experiencia de sabores, texturas y aromas a los cuales muchos no estamos acostumbrados pero que, sin duda, hay que descubrir. Unos lienzos que destilan belleza y delicadeza en su presentación y degustación, el innegable aroma japonés se percibe en todo lo que desfila sobre tu mesa.
Mi inexperto paladar me hizo sentir que diferentes productos eran varias veces utilizados y, por ello, había platos cuyos matices eran peligrosamente parecidos a los de otros, pero no por ello dejaban de ser satisfactoriamente maravillosos.
Sería absurdo tratar de describir los sabores que te regalan, debéis descubrirlos vosotros. Sin duda, os lo recomiendo. Eso sí, liberaos de cualquier velo occidental.
ありがとう
@disparatedeJavi