Y aunque la fe se estuviera perdiendo, el día llegó. Al fin pude sentarme a la mesa de Firo Vázquez en Moratalla, en “El Olivar“. No encuentro mejor forma de empezar esta #gilicrónica que con una cita de Miguel de Cervantes: “La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre agua“. Así es este cocinerazo murciano ajeno al ruido mediático que otros patentan y pregonan en nombre de una tierra que todos los aquí nacidos amamos.
Una casa con el tamaño justo para acogerte, flanqueada, como no puede ser de otro modo, con dos olivos. Un ambiente relajado, sin estruendos innecesarios y que empuja al comensal vocalmente más violento a relajar sus cuerdas vocales para disfrutar de la cocina de Firo. Comencé con una cata de aceites, ésos que él tan bien conoce, tan bien abandera. Un carrito de vicio con el que podrías dejar pasar las horas. Acompañado de un aperitivo con la oliva de cuquillo murciana, con pimentón y orégano y un paté del mismo fruto del olivo y un pan de aceituna negra. Lo dicho, para echar un ratico largo con cada uno de ellos.
Su menú #Papeles y #Elaborinas se divide en base a los “cinco elementos”. Sí, cinco, porque el último, como la película de Luc Besson, es el amor, la miel, el dulce. Nombrarme a uno de mis directores favoritos de cine no hizo sino inyectarme más ansia por empezar el recorrido. Y éste comenzaba con la “Corteza Cortázar en Rayuela“(Aire), fécula de arroz con elaborina de pimentón, alioli de albahaca y una anchoa parida en el Cantábrico que me dejó su sabor durante más de diez placenteros minutos. Un segundo aperitivo para enmarcar. Aparecía la “Mil hojas Quijote Veleta” (Aire) con fécula de patata, queso cabra, mango e Ibérico con una mezcla de suavidad, frescura y contundencia geniales. Diseño emulando las aspas de los viejos enemigos del Hidalgo. Plato sustitutivo de la típica ensalada. Mucho mejor.
Verlo salir de cocina con una guitarra en mano te prepara para una nueva entrega de diversión mientras saboreas sus platos: “Atillo de Pencho Cros“(Aire), plato creado para “Las Minas de La Unión”. Tremendo. Un bizchoco de pimentón sobre el que se colocaban en perfecto orden la cebolla morada en vino, la sardina y el tocino. “Solo dos cosas se bajaban seguro a la mina, la navaja y la guitarra“. Ambas habría usado como defensa contra quien hubiese osado dejarme sin probar esta delicia. Todo mezclado en la boca era perfecto. Las dos primeras capas otorgaban el equilibrio justo a la potencia de las dos superiores. La sonrisa ya me había instalado. Llegaba entonces el “CusCusRucho 7 verduras floridas“(Fuego). En el barquillo elaborado con fécula de maíz y pegamento hidrófobo de fórmula secreta y bajo pena de mutilación, tenías la libertad de ir incluyendo unas verduras con el tono de color y crujiente exactos. Gracia me hizo escuchar a una señora en la mesa de al lado decir que estaban crudas. Es una batalla perdida, como la del punto del arroz. Un plato divertido, tal vez a menor altura que los anteriores pero no por ello prescindible.
En el Levante, una comida sin arroz, no es una comida y ¿qué mejor que presentarlo en forma de lienzo? “Papelot de Uiso“(Fuego). Un plato elaborado con el bomba semi integral de Calasparra y acompañado de Boletus y parmesano. Untuoso y con el carácter de los campos y montañas de alrededor. Algo falto de sal para mi gusto pero cumpliendo a la perfección su papel. Preludio de un “Arroz con elaborinas de caviar de mújol” (Agua). Con la misma D.O. y fuera de menú que me hizo saborear tras la tierra, el mar. Nuestro mar. Mi debilidad por el cereal, más que saciada.
Me colocaban en la mesa dos lapiceros tallados cual palillos chinos mientras me preguntaba qué saldría del cráneo y cocina de Firo. No tardé mucho en averiguarlo: “Libro rojo (de Mao) con gamba roja al ajillo” (Agua). Una versión del clásico de nuestras mesas con un producto de calidad y sin una sola gota de aceite que “ensuciara” el plato. Servidas bajo unos tallarines de papel manuscritos en mandarín me parecieron la fusión perfecta entre diversión y sabor que se palpa en cada uno de los platos de Firo. Y aprendizaje, eso, siempre. Paso previo al “Pulpo en arrecife bajo la luz de la luna“(Agua). Una sonrisa cómplice y socarrona antes de catar el cefalópodo confitado en aceite en su jodido punto. Podría haber pasado días succionado por las ventosas de este plato. ¿Para qué deciros más?
Faltaba la tierra y llegó con el “Chato prehistórico“, a baja temperatura, con manzana asada y un bizcocho de tortilla francesa que me daban la puntilla final con un golpe certero de sabor. Sabor meloso extremo murciano decorado con las pinturas rupestres de Moratalla, su tierra. Una vez más, originalidad y diversión de la mano del sabor de aquí, de Murcia. De pre postre no me pude resistir a un pequeño bocado de un queso al vino y otro asturiano justo antes del final de viaje con ese quinto elemento que os mencionaba: “Empanadilla de arroz con leche y su receta“. También degusté un helado con mermeladas de tomate rojo y verde, solvente, no más, pero este clásico en la carta de Firo merece que os admita que, de una vez por todas, me declaro “galgo” como diría mi admirada y querida Teresa. ¡Qué rica, por Tutatis! Clausura perfecta para el maravilloso rato que tuve mis nalgas mullidas y mi paladar en pleno proceso disfrutón. Una sonrisa y un suspiro de gusto. Eso fue todo. Ya pasó pero sé que volveré porque aún me restan cosas que deseo saborear. Un puntazo la factura comestible de fresa.
Con sus renovados dos Soles Repsol como cojones tiene Firo, este restaurante no aparece en esas guías de reiterados imprescindibles de la Región. No lo veréis en las ferias publicitarias que organizan los poderes fácticos. Tampoco es muy asiduo en páginas de prensa de tirada centenaria. ¿Por qué? Las respuestas son conocidas por muchos e ignoradas por otros miles pero, lo cierto y verdad, es que Firo Vázquez es uno de los grandes de nuestra Región a pesar de saberlo el resto del globo terráqueo, casi todos sus compañeros de profesión y muy pocos de los humanoides de alrededor. El que suscribe intuía que lo era pero faltaba rubricarlo. Ya no hay duda. Sé que no somos los demás los que nos hemos perdido en un bosque de desconocimiento. Pero como decía mi abuela … “andandico, siempre se llega“.
Gracias Firo … ¡por todo!
@disparatedeJavi
Hola, sólo una apreciación: El plato dedicado a Pencho Cros se llama “Atillo de Pencho Cros” y no Anillo. Hace referencia al almuerzo que llevaban los mineros normalmente compuesto de sardinas de bota, tocino, pan y vino, todo ello envuelto en un pañuelo que recibía el nombre de atillo.
Un saludo y enhorabuena por el comentario.
Hola Pablo, sí, evidentemente es un fallo ortográfico pero gracias por el apunte.
Un saludo!