Como ya os he contado, por circunstancias, no pude asistir a la primera edición de Gastromanía, “Punto de encuentro para una nueva generación de gastrónomos“. Esta semana han empezado a colgar los vídeos para los que no tuvimos la suerte (o desgracia al menos en esta primera intervención de la que os voy a hablar) de aposentar nuestras nalgas allí. De esa grabación sobre la ponencia inicial (pincha y deleítate aquí) de una reputada crítica gastronómica más que bien perfilada y perfumada por esa sabiduría milenaria, incorruptible y, sobre todo, inquebrantable que solo la clase alta desprende, aquí mi #disparate. Disculpen la osadía de opinar.
A estas alturas de texto habréis notado que la capsaicina brotará en mis palabras de un momento a otro. Intentaré ser comedido en ellas para que no se malinterprete y se enfoque a una crítica rabiosa maridada con envidia o frustración. Nada más lejos de la realidad, mi realidad, tan válida como sus conocimientos ancestrales. Todo depende del plato donde queráis meter la cuchara.
Abrir unas jornadas donde, realmente, el “profesional” o “crítico de academia” es el actor secundario, menospreciando el trabajo (sí, señora, abra bien sus tímpanos, he dicho TRABAJO) de los verdaderos protagonistas de este evento me parece cuanto menos ilustrador y previsor de su dirigida y preparada actitud. Utilizar una lista de cocineros y eminencias fósiles de la historia de la gastronomía es rídiculo por no decir patéticamente simplista. Lo de llamar entre líneas “incultos” a esos gastrobloggers que allí la escuchaban dilapida cualquier respeto que buscara, aunque dudo que le importara sentada en su trono en las alturas. Menospreciar la labor de otro para prestigiar la suya, muy de este país. Según usted, yo (sí, ahora voy y me considero del colectivo, ¡hala!) no puedo escribir sobre gastronomía (un concepto que tampoco define porque, espero, estará conmigo que es un concepto casi tan inexcrutable como la soberbia que se gasta la mayoría de su gremio) si no sé quién era un fraile del siglo XVIII, o un periodista que escribía sobre una gastronomía que nada tiene que ver con la de ahora. Argumento que, sinceramente, me ha hecho pasar del arqueo de ceja a la carcajada más sonrojante. Un poco de vergüenza también he sentido.
Según usted no puedo saber si lo que siento al degustar un plato es real o simplemente una ficción cerebral que mi subconsciente inventa para hacerme el “guayón” en la red. Ya no hablemos de mi paladar de barro. Ni siquiera tengo derecho a contarlo sin riesgo a que se me tache de analfabeto con ínfulas de grandeza. Pero si uno de sus queridos colegas de profesión y nómina y una experiencia durante milenios afirma sin que le tiemble su despoblado bisoñé que en “Japón se busca más la textura que el sabor”, que todos los bloggers alcen sus manos y claven sus rodillas que lo ha dicho un periodista ilustrado y versado. Los dioses son infalibles.
Es decir, para aclararnos y siempre según sus palabras, no las mías: si no sé quién es Pierre de Coubertain, ¿nunca podré entender el espíritu de los Juegos Olímpicos? ¿Es esa perla de sabiduría la que me pretende transmitir? En la misma línea deductiva, ¿debo concluir que, si no estoy preparado para escribir sobre lo que he sentido y vivido en un restaurante de Estrella Michelín, no tengo ni puta idea de lo que he comido? ¿Debo dejar de ir a este tipo de restaurantes? ¿Qué opinarán de esto los grandes chefs? No sé cuántos de sus colegas periodistas comprarían semejante afirmación. Algunos, seguro, también lo sé. Aquéllos que ven en esta nueva forma de comunicación una amenaza para sus traseros acomodados. Ésos que han iniciado una cruzada contra los que no llevan su banda de graduación. Por mi pueden seguir así pero recuperando algo que perdieron hace mucho tiempo: el respeto.
Influencers, ésos que no sé que son, no saben de nada pero saben de todo
(Y me quedo tan ancha metiendo a todos en el mismo saco)
“Un blog no es un portal de información …“, y lo digo yo y basta. ¿Si no lleva su sello editorial es imposible que se obtenga información de un blog? Está claro que un mal día lo tenemos todos. “A veces nos cuesta dinero hacer la crítica gastronómica“, permítame que dude de sus palabras, solo una pequeña e insignificante duda. Si me la permite, su ilustrísima. Insignificante como el que teclea. Y déjeme, si no le molesta, que me vuelva a reir cuando habla de “propaganda” en esos bloggers que desprecia para terminar diciendo que un “crítico no es un groupie, ni un palmero“. Así es, cierto. Es indubitado y conocido por todos que ustedes, los críticos de academia, no ejercen, ni han ejercido de palmeros. ¡Que me lleve Azazel por pensarlo! Al menos, así debería ser y así sería hace décadas, donde según usted hay que remontarse para poder hablar de gastronomía. Pero no intente que la miremos y pensemos que nunca ha ejercido de ello, que no escribe para y por ellos y sí para sus lectores porque eso, querida señora, el que suscribe, al menos, tiene el valor para decirle que no se lo cree y que me produce sonrojo, una vez más. Yo no tengo en mi foto de perfil una instantánea con un cocinero y nunca la he tenido. Es lo que tiene realizar afirmaciones tan categóricas sobre la profesionalidad y coherencia propias.
No, señora, no desprecie la info que hoy día está en cualquier recoveco de la red. Algunos tenemos el suficiente riego cerebral como para saber buscar, aprender, discernir, desechar en ese mundo “virtual” que parece incomodarle tanto. El mismo del que usted se sirve para evangelizarnos con su incorruptible mensaje de VERDAD. Con su panfleto de generalización simplista y miedosa. Despreciar la información espontánea sin pasar por su academia refleja muy bien el lento camino hacia la extinción que, con esa forma de pensar, alcanzarán más pronto que tarde. Es solo un consejo, no un deseo. La unión es crecimiento. Su segregación y desprecio, un fiel retrato. Y prefiero parar aquí. No vaya a ser que también se me tache de “contertulio”, mi Ilustrísima.
(Foto portada: http://mereid.com/)
@disparatedeJavi
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