Tener muchas ganas de ir a un restaurante, cumplir tu deseo y, para más sazón, encontrarte con un cúmulo de casualidades que hacen de ese regalo uno de esos “raticos” que tanto me gustan y me hacen sentir como en casa: LaKasa de César Martín.
Comenzamos con un aperitivo (“Cremoso de queso y crujiente de jamón”) mientras echábamos un ojo a la carta y nos dejábamos aconsejar por Marina, su chica, sobre si lo que habíamos pensado para compartir era suficiente. Así lo fue, sin duda. Para ir abriendo boca, nos llamó la atención el “Fiambre kasero de callos” y pipas de calabaza, dos cosas que, de por sí, me pirran y que, cogidos de la mano, supusieron un genial inicio para esa caña que aderezaba mi gaznate. Por favor, que me lleven a casa cuatro o cinco “tripas”. El sabor duro y meloso del plato típico se reducía a un sabor suave y ligero al final que te hacía seguir y seguir. Quiero más.
Lo siguiente fue la “Lubina salvaje laminada”. Delicadeza y cariño al vientre. No se puede decir nada más que … perfecta. La cara y sonrisa de mi chica al pasarla por el paladar, más que ilustradora. Ese pellizco de cúrcuma (a la que soy adicto) me hizo rendirme a la evidencia del talento. Mientras que ella disfrutaba de una sorpresa inesperada, llegaba a la mesa las “Alcachofas y acelga morada” en su punto “al pelo” y que, con la temperatura que rascaba en el exterior, hizo que el cuerpo volviera a coger color y calor. ¡Qué ricas! Cocción perfecta del alcacil y mezcla de sabores, una vez más, delicados y suaves que te hacían llevar la cuchara una y otra vez a la boca.
Llegaba el turno de una de las estrellas de LaKasa … el “Steak KING Tartar“, de entre los mejores de Madrid y, sin duda, de los que yo he tenido la fortuna de probar. Como mi nivel de tolerancia y adicción al picante está a un nivel superior que el de mi chica, César tuvo el detalle de prepararnos dos al gusto. Podría haber seguido comiendo sin parar hasta este momento y más allá. Es uno de esos platos que siempre me tocan la línea de flotación por mi carácter exageradamente carnívoro. Recordamos el último que probamos aquí en Murcia y solo pudimos mirarnos y decir: “éste … sí!”. Y, para terminar el baile de sabores, arriba y abajo, suaves, contundentes, diferentes, ligados y de contraste, pero siempre placenteros, el “Ají de pato por el que cualquiera le pondría un piso”. ¡Qué delicia! Un cierre perfecto antes de lanzarnos a por los postres. Da igual lo que pueda contaros, debéis probarlo. De esos platos sin pretensiones fuera de hacerte sonreir y degustar cada porción como si fuera la última. Perfecto, insisto.
Turno para la traca dulce: “Mousse de crema catalana” o como darle una vueltecilla a un clásico y que te transporte a otras épocas sin queja ni pestañeo alguno y “Trufa y calabaza” para terminar como empezaste: deseando comenzar de nuevo.
Una cocina de sabores sin artificios que los enmascaren, de delicadeza, de (PRODUCTAZO) temporada, de puntos de cocción milimétricamente estudiados y que desprende lo que más valoro en un cocinero: que junto al aroma de su plato te llegue el cariño con el que lo ha preparado. Tal vez partíamos con ventaja en este sentido pero dudo que César haga distinciones a la hora de sentar a comer a alguien en su “Kasa”. Dicen que lo bueno se hace esperar y el tiempo que ha transcurrido hasta que he podido cumplir otro de mis gilideseos ha merecido la pena. Mucho.
Acompañado de un equipo de lujo, de un trato familiar sin disimulos ni postureos empalagosos y de esa mano para su oficio, estoy seguro que, en esta nueva aventura que está a punto de comenzar, seguirá creciendo y haciendo más grande su ya conseguido hueco entre los indispensables de la capital.
Tened claro que … volveremos. Gracias César, Marina, Adolfo y resto del equipo y, a mi chica, por este regalazo. Noam, si estás leyendo esto … te debo una y … suelo cumplir mis promesas … 😉
@disparatedeJavi
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