Hubo un Hidalgo con ínfulas desequilibradas de grandeza y un tal Julio Iglesias que estuvieron buscando a su Dulcinea entre andanzas y estribillos pegadizos. El que teclea la encontró hace tiempo en Villarrobledo. Un lugar llamado “Azafrán” es su morada. Aquí, la #gilicrónica de mi último filtro amoroso culinario con Teresa Gutiérrez, “porque ella lo vale” y más allá.
Un oasis de amazonas en el corazón de La Mancha donde se respira un cariño especial desde que cruzas su umbral. Visita más que obligada si paso unos días en un pueblecito vecino. Y con mis deberes cumplí. No voy a ser yo quien descubra ahora el poderío de los platos de Teresa, puro sabor a tradición moldeado con la delicadeza y el cariño de su buen hacer, pero podría escribir hasta haceros sangrar las retinas. Iré al granejo.
¿Y qué mejor modo de empezar un viaje por la historia de mesa y mantel manchega que un lomo de orza con salmorejo dulce? Delicia pura antes de esas mantecas caseras que hacen no dejes ni un miligramo en el plato siempre acompañadas de su pan. SU PAN. Porque no he comido en ningún restaurante donde cuiden tanto y tan excepcionalmente este arte. Para rematar los entrantes, una croqueta de “Atascaburras” y ajo tostado y una albóndiga de verduras al pisto muy al estilo falafel que deja a éste allá en las dunas más recónditas. ¡Viva La Mancha!
Toda una declaración de intenciones y amor por su tierra que levanta el telón de tu paladar antes de dos platazos sublimes. De sobremesa con ella fui incapaz de elegir un solo plato sobre los demás y aún hoy pienso igual. El primero de ellos, un “Escabeche de caza, foie y pistachos locales” con un pan de remolacha y cacao que dio el pistoletazo a la sonrisa y suspiros continuos. Crema. Deberíais sentir mucha envidia a estas alturas. Yo la tengo de mi mismo. Insisto, SABOR. Delicadeza y cariño al servicio del recuerdo. Magia amorosa. Una pausa y una reverencia, por favor. Llega SU MAJESTAD, el torrezno. Sin pestañear afirmo que es el mejor que he probado en mi inexperta vida. BRUTAL. El cuchillo se deslizaba sin esfuerzo incluso por la cortecita crujiente. Acompañado de un asadillo que de por sí era otro platazo y de un pan preñao con sobrasada de pimientos asados que te susurraba “mojeeeeete”, “mojaaaaaa”. Si aún no saliváis como yo recordándolo, no tenéis alma. Podrías aislarte del mundo en un búnker en el que solo tuvieras estos torreznos y su “acompañamiento” como dieta. Quiero volver. O construirme el refugio ya.
Pero no penséis que estaban sonando los últimos acordes de esta canción de amor. Nunca. “Calabaza, jugo de queso manchego y callos de atún rojo” … con la mejor salsa del mundo, como bien dice ella y como me dijo un pequeño genio de los fogones murcianos cuando le conocí, yema de huevo y un pan de berenjena que devolvió los platos limpitos como el culo de un bebé a cocina. A estas alturas tuve segundos de dilema entre si despedirme con la carne o no. La duda se difuminó a velocidad de hiperespacio. Si voy a casa de Teresa me entrego sin condiciones y la “Pluma de bellota a la brasa de sarmientos, caldereta de ajo negro” me reafirmó. Siempre hay lugar para algo así. Un bocado que hace las delicias de los carnívoros como despedida momentánea. Porque ahí no terminaron mis chutes de felicidad.
El postre. Una despedida que los “azafraneros” esperan con ansia si conocen el mimo incomparable con el que Teresa cierra sus menús. “Coco, limón y chocolate blanco“. Coco, mi obsesión. Chocolate blanco, mi anestesia. Limón, mi tierra. Y unas palomitas que explotaban en mi boca mientras lo saboreaba. Para mi, nada más perfecto podía idear Teresa al cerrar este nuevo homenaje. Me dio en todas mis debilidades. Unos petits galgueros donde los haya nos despertaron del cuento vivido a sorbo de zurra casera. Dejé para el último bocado la flor de azafrán y sigo convencido de haber acertado.
Volver y volver y volver … lo he dicho y lo repito. Volver a casa de Teresa es enamorarse un poquito más de ella, de su cocina, de su cariño, de su generosidad, de su talento … de ella, punto. Y de ellas (Lourdes, Rositza y Bianca, que no vi, penica), sus amazonas, de su sala, de su trabajo, de su sonrisa. Un paraíso culinario en manos de unas mujeres maravillosas a las que es imposible renunciar. ¡Mil gracias chicas! ¡Muchismas! Carmen va a tener unas buenas maestras de las que aprender.
Por cierto … no dejéis de probar el pacharán. Preguntad por él.
@disparatedeJavi