Tranquilos, no he perdido definitivamente el norte. De hecho, creo que lo he encontrado. Hace mucho tiempo que, entre amigos, hablamos de lo incómodo, molesto, irritante e insoportable que resulta ir al cine, ese templo donde evadirse durante aproximadamente 120 minutos, y soportar el ruido de esa bolsa de patatas fritas justo cuando el personaje está dando una de las claves de la trama. O que por tus fosas nasales pasee el aroma de un pastel de carne (véase gastronomía y costumbres murcianas) o de un Big Mac cuando has decidido ir al último pase. Ni mentar quiero las pipas o ese último sorbo al brebaje de turno (Super Size, claro).
En principio pensaba que era del todo exagerado siquiera pensar en la prohibición absoluta pero, tras disfrutar (a pesar de los cientos de orcos rumiando que a mi alrededor había) del maravilloso Circo del Sol (OVO) hace unas semanas, llegué a la firme convicción de que medias tintas no sirven para el ser humano, por desgracia.
Lo que allí sufrí fue la palomita que colapsó mis vasos sanguíneos de tolerancia. Todo tipo de snacks ruidosos y un aroma a cumpleaños infantil y merienda de trolls el que allí se respiraba mientras los GENIOS del espectáculo iluminaban por un ratito nuestros rostros, sonrisas y corazón. Cientos de comedores compulsivos de pipas. Toda la variedad de comida basura que os podáis imaginar. Cervezas de aquí para allá. Eran las 6 de la tarde. ¿Es tanto el sufrimiento que puede padecer una persona si de 18 a 20 horas no engulle nada? ¿Es imposible para el bípedo que nos rodea estar dos horas sin comer para disfrutar de una película, un espectáculo, una obra, un partido?
Hay estudios que dicen que se puede estar sin beber horas e incluso días y hasta más de un mes sin comer. Ya está dicho todo. Respeten a los de alrededor, aunque no sean sus semejantes.
(Foto portada: timeout.com)
@disparatedeJavi