Hablar de “Restaurante Salzillo” en Murcia es hablar de eficiencia, productazo, sabor, de indispensable. A cualquiera que preguntes por un restaurante de la capital a recomendar para el que llega de fuera, el Salzillo siempre aparece entre las 3/5 primeras opciones que ofrece. Por algo será. Aquí, la #gilicrónica de mi regreso tras muchos años de estúpido olvido.
Una reunión de amigos con ganas de disfrutar de un homenaje culinario, la mejor excusa para acudir a este clásico de la gastronomía murciana. No voy a descubrir ahora este templo de nuestra cocina, solo a haceros rabiar un poquito de los manjares que disfrutamos.
¿Quién se puede resistir a una croqueta casera? La croqueta, esa pobre infravalorada que poco a poco va recuperando su merecido prestigio. Nosotros la comimos de pollo. Una por cabeza, pero podríamos haber devorado la media docena. Cremosidad excelsa. Un perfecto bocado para recibir nuestra ración individual de “Tomate de temporada con bonito y lechuga en perdiz“. Huerta y mar. Tradición y salazón. Pocos maridajes hay en nuestra tierra tan redondos como éste. El AOVE escogido, acierto pleno.
Llegaba entonces uno de los estandartes de esta casa: el “Huevo poché con crema de trufa y boletus” que olíamos desde que salió de cocina. ¡Qué maravilla! Es imposible cansarse de este plato. Qué delicia. Los cuatro que allí nos encontrábamos lo degustamos con paciencia, lentitud, deseando que esas cucharadas no acabaran nunca. Todo placer es efímero solo que éramos plenamente conscientes de que nuestro orgasmo culinario aún no había terminado, ni mucho menos.
De plato fuerte me entregué sin pestañear a los brazos de una de mis debilidades, el “Steak Tartar“, preparado unos 15-20 minutos antes desfilaba ante mi. Francamente rico. Los he probado muchos y muy buenos. Éste no desentonaba con aquéllos, en absoluto, pero tal vez eché de menos una brunoise más delicada en algún encurtido e incluso en la carne lo que no fue óbice para sonreir y suspirar como un desequilibrado degustándolo. Sigo soñando aún con él. A mi lado, se sirvió un “Entrecot a la brasa“, mantequilla entre los molares. Perfecto. La misma untuosidad y punto de cocción presentaron las dos raciones de “Atún de Ijada a la parrilla“. Los tenedores iban de un plato a otro en pleno éxtasis gustativo.
Así llegábamos a la indecisión del postre. Una indecisión que, todo hay que decirlo, poco duró. “Soufflé de melocotón con crema inglesa en su caramelo natural“, “Leche frita flambeada con helado de turrón” y “Tarta de queso” fue nuestro apoteósico cierre de comanda. El primero no suele ser parte de mis preferencias galgas pero el del “Restaurante Salzillo” solo puedo calificarlo de sublime. Si el steak es una de mis desequilibradas obsesiones no es menos la leche frita. Uno de esos platos que deberían figurar sin pamplina alguna en todas las cartas del negocio hostelero murciano. Eso sí, la tarta de queso fue la más perjudicada por el nivel de sus dos compañeros de partida. Correcta, sin más, pero muy lejos de la dinamita que los otros dos guardaban para nuestro paladar.
¡Por tres décadas más de buen hacer en Murcia!
(Fotos #sinFiltros)
@disparatedeJavi