Dicen que la paciencia es la madre de la ciencia. Pues, en este caso, el mecenazgo es el progenitor del hartazgo. Y, por las palabras de Julio Velandrino hoy en su Instagram, se percibe un aroma a socarrat imposible de reconducir con las reglas de unos pocos.
Hace poco leía, de la mano de una pluma más reconocida y sapiente, que los locos que aún resistimos escribiendo libres del yugo empresarial o institucional, somos como esa chocolatina final de aquella magnífica escena de El sentido de la vida: indigestos y catalizadores de catástrofes para los que no soportan ni el más leve estornudo en su plato diario, empoderado, acomodado y consentido.
¿Qué decir entonces del insensato cocinero que se resiste al juego mamonil que la gastronomía murciana se lleva entre mandiles hace mucho, mucho tiempo en una Comarca muy, muy poco hospitalaria con quien no quiere fichas en su tablero?
Hay una raza de caballos que no permiten montura. Que viven libres bajo su maravilloso instinto natural y sólo buscan el goce y disfrute de lo que se le concedió. Uno de ellos es mi querido y admirado Julio. Un potro al que hay que conocer y, aunque inconcebible domesticar, muy fácil saborear.
Esta no es su historia, ni mucho menos, sino la de muchas (y cuando digo “muchas”, créanme, son incontables) que callan, no por gusto sino imposición. Que sufren en su trabajo diario como el que más buscando lo que toda persona busca en su entorno laboral: un mínimo respeto, ni tan siquiera reconocimiento. Es la narrativa de negocios, profesionales, maravillosas comandas. De facturas y familias que pagar. En definitiva, de personas, no piezas de un tablero que autoenriquecer a base de cremosos a la par que insustanciales likes. De pagos desconocidos y en distintas especies, que no especias. De una falsa democracia postural bajo la que subyace la peor de las dictaduras: la del miedo.
Miedo a no ser como ellos quieren que seas. Miedo a decir lo que ellos no quieren que digas. No importa la certeza o veracidad. Estos son ingredientes que no caben en su marmita de poder. Miedo a proclamar la disconformidad de un sistema moral y éticamente corrupto. E insisto, una vez más: no es cosa de un pobre loco inconsciente y un apretón en Instagram. Tampoco es privilegio exclusivo de la gastronomía murciana, pero eso es otra historia.
Ojalá todas esas voces atemorizadas estallaran en un grito, no de auxilio y sí de hartazgo. Sin miedo. Porque, como bien sabía Muad’Dib, el miedo mata la mente. Y ya es hora de que esta se active y viva sin temor a aquellos que portan capas encebolladas y que únicamente tienen por fieles seguidores a sus atemorizados súbditos. Aquellos que aún esperan gozar de su favor y saborear las mieles de una foto prepagada y mal puesta.
¿Por qué dejé de escribir sobre un mundo que tanto admiro y amo? Lean entre líneas. Yo seguiré pastando en los prados libres de más allá de ese muro invisible pero palpable. Un muro que todos conocen pero pocos se atreven a mear sobre él. Y sí, así soy mucho más feliz. Una micción y canto libertario.
Les invito a gritar aquí, sin bloqueos, silencios ni correcciones. Sin miedo. Aquí, no. Aquí, todo es gratis.
@disparatedeJavi