En un verano como los de antes en La Manga, a rebosar de humanoides yendo, viniendo y haciendo más que difícil el reservar para comer/cenar de modo improvisado, tuvimos la suerte de poder hacernos con una mesa en Maloca. La espera tuvo recompensa en forma de una comanda de las que te hacen disfrutar de lo lindo. Aquí, la #gilicrónica.
Si la carta de un restaurante ofrece la posibilidad de compartir platos, nunca lo dudo. Y aquí, la opción es indiscutible. Al igual que tampoco puedo resistirme a unas ostras. Y ese fue el inicio de una relación papilar con Maloca que seguro perdura. Y si hay croquetas en el menú, es una obligación probar alguna de ellas. Nos decidimos por la de gamba roja (otra de mis debilidades desde que probé la de …). Cuán difícil es comer una elaborada a la perfección y qué fácil es disfrutarla cuando así está. Suave, untuosa y con un sabor (tal vez demasiado) equilibrado. Un bocado indiscutible.
Con unas vistas espectaculares a pesar de la realidad interior de la laguna salada, un equipo siempre atento (¡y numeroso!) y el buen hacer de cocina que se nos había presentado hasta el momento, todo hacía presagiar que sería otro de esos raticos que apuntar a fuego y sal.
Y los “dados de atún con aguacate y mango liofilizados” así lo confirmaron. Sencillamente delicioso a pesar que no sea muy amigo de extraer el agua de vida. El “sam de cazón” no se iba a quedar atrás. El adobo en su toque ácido justo. El pescado con una cocción de canon regio. Compartir es vivir y la comanda seguía sin un solo altibajo.
Un último plato para cerrar un menú sobrio apoyado en una corrección académica cuyo resultado en todos sus platos era el SABOR. Ese que tanto defiendo por encima de artificios creativos. “Pulpo a la parrilla lacado al estilo Cantonés, con panceta guisada y cremoso de chirivía“, clausura de lujo. Un cefalópodo tierno y crujiente que trajo consigo miradas de complicidad y felicidad. Sencillamente perfecto a cada bocado. Muchos se pierden con las fusiones. Este pulpo sabía muy bien dónde se metía.
Del recuerdo final se encargó el “crazy chocolate“. Demasiadas han sido las ocasiones en que me han ofrecido un postre elaborado a base de diferentes texturas y orígenes chocolateros. Pocos han conseguido que no me empachara a la primera cucharada. Menos los que no me han dado la sensación de poder ir y volver a Mordor corriendo con el exceso de azúcar. Este, sin duda, nos entusiasmó. Cuando se acerca el pitido final siempre sobrevuela el temor de fallar el último tiro. Este postre entró por la escuadra.
Tras muchos años en que la gastronomía de La Manga cojeaba como un mafioso tullido en una rueda de sospechosos habituales, me alegra comprobar que es algo del pasado. Lugares como Maloca merecen un hueco en vuestra agenda disfrutona. Pocos enclaves en este antaño paraíso natural tienen tanto ingredientes para un emplatado cercano a la perfección. La elección es vuestra, como siempre, pero yo ya lo tengo en “favoritos”.
Gilicrónicas, las auténticas.
@disparatedeJavi