Demasiado tiempo pandémico sin salir con la gastromochila de las gilicrónicas (las auténticas). Este fin de semana me aventuré a descubrir uno de esos lugares que tanto se cotizan hoy día, al aire libre, donde preocuparse solo de disfrutar y no de la inconsciencia de más de uno. Os presento El taller Quijano en Alquerías, una opción más que recomendable para estas noches de verano que se acercan peligrosamente.
Nada más llegar sabes que vas a pasar un gran ratico entre flores, árboles, música y brasas. ¿Y qué se come aquí? No poseen una carta extensa sino más bien acorde al gusto que ha ido formando e ilustrando sus clientes. Un acierto: lo que funciona no se cambia.
Comenzamos con unos “taquitos“, como ellos los llaman. Son más bien una especia de buñuelos pero imagino que los llamarán así por su facilidad de comer en dos, tres bocados. “El bacalaero” (bacalao frito en tinta de calamar, wakame, guacamole, kimchi y huevas) y otro de atún rojo marinado con wasabi y mayonesa Ponzu. Geniales en cocción, crujiente y sabores. Un entrante de los que dibujan la sonrisa de quien se planta ante un nuevo sendero con destino desconocido.
Una de sus especialidades es el pulpo roquero a baja temperatura, rematado en brasas y acompañado de una fina parmentier de patata. ¿Y quién es el insensato que al llegar a un lugar nuevo no la da gusto a la curiosidad del paladar? Perfecto. Tampoco hay que decir mucho más de un octópodo bien ejecutado. Razones le sobraban para ser un must de la casa.
Ante mis retinas se presentaba una de mis confesadas debilidades. Seguramente por ello sea tan exigente a la hora de valorar un steak tartar. El de Taller Quijano nos regaló una corrección eficiente y deliciosa. Y no es fácil. Con su justa dosis de encurtidos para no enmarañar el sabor que realmente importa, el de la carne.
Como era un nuevo descubrimiento nos seguimos dejando llevar por las recomendaciones de la casa y fuimos a por una de sus modalidades de “huevos arreglados” con jamón. He admitir que este plato me agrietó un poco el esquema que seguíamos. Un plato para llenar estómago, equilibrado de sabor (a pesar de esos tacos de jamón de los que, personalmente, huyo) pero que, visto y saboreado lo anterior, era una nota discordante en la bien orquestada comanda. Eso sí, no seré yo quien discuta el balance contable de un restaurante. Si se vende y gusta, adelante con ello.
Para rematar queríamos algo más de brasa y un secreto perfectamente cocinado y con su sabor intacto fue nuestro postre. Demasiado tubérculo a estas alturas. Hay productos que no necesitan más y esta carne es uno de ellos pero volvemos a lo mismo: si el personal quiere patatas, pues patatas.
Aquí tenéis El Taller Quijano, un lugar al que deseo volver para terminar de construir mi menú perfecto y, sobre todo, disfrutar de una maravillosa noche veraniega murciana alejada de edificios de nueve plantas. De probar un mojito a la luz de la música en directo que allí se regala. De focalizar también sobre esa cantidad de hosteleros que siguen haciendo las cosas bien y que no tienen faros publicitarios sobre ellos.
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Volveré. Gracias por este gran ratico.
@disparatedeJavi